
Aquel perfil no pegaba conmigo. Le pedí a mi compañero que escribiese una biografía breve de mi vida bajo el título Catalina Gayà Morla para poner en la solapa de un libro —es agotador escribir sobre una misma cuando siempre te has escondido detrás de la vida de los demás y, además, hacerlo de una manera ingeniosa por exigencias del mercado— y en la primera frase del párrafo Richard puso la palabra madre. Confío plenamente en él, me conoce la forma y los vicios de apalabrar, y en la primera frase me presentaba como madre. ¿Así era como me veía él?, ¿Era como quería que me viesen los lectores? Lo interpreté como una ofensa: años de construirme como una profesional libre, liberada, autónoma e independiente, in-de-pen-dien-te, acababan de esfumarse en una sola frase. Me habían seleccionado para jugar la Champions League del periodismo y resultaba que estaba a punto de ir para allá con los zapatos equivocados.
—¿Madre? —le reclamé—. Soy periodista, doctora en Comunicación, he ganado premios, he ido a una guerra y la forma que tienes de otorgarme una identidad pública y literaria, en la primera frase, ¿es que soy madre?
—¿Por qué te molesta? —me preguntó Richard.
—No lo sé. Le debería haber dicho, pero no quise reconocerlo y, desde entonces, pienso por qué me sentí tan mal bajo el calificativo de madre, la madre hecha pública y atrubuída a mi identidad en el ámbito profesional.
Durante unos días, me justifiqué diciendo que los lectores de la solapa de un libro publicado por una editorial especializada en narrativa de no ficción —cosa que no implica sumergirte en mundos al margen y vivirlos de manera experiencial— no esperan que una periodista que ha estado más de un año conviviendo con marineros en aguas mediterráneas, en puertos y dentro de barcos decadentes, que ha navegado por el canal de Suez, atravesado el Estrecho de Gibraltar y ha visto, y compartido, la locura de la soledad de los hombres en las aguas azules del Bósforo sea madre de dos niñas.
La palabra madre en el contexto de aquella solapa azul sería leída como un atributo negativo y, para mí, sería una condición por la cual tendría que dar demasiadas explicaciones.
En el fondo, sabía que todo el soliloquio era una excusa. El foco no eran ellos, los lectores, personas anónimas a quienes yo no conocía. Era yo: tenía miedo de que me juzgasen como una periodista y, sobre todo, tenía miedo que se me juzgase como madre.
Renunciando a la palabra madre en aquellas líneas, abandonaba quien soy y quien me gusta ser: he vivido para aportar voces diferentes y visibilizar otras maneras de comprender y vivir, y ahora, que podía hacerlo en primera persona, decidía callar.
La rabieta me desmontaba la autonarrativa con que me explicaba a mí misma desde marzo de 2016 cuando las chicas, que ahora son mis hijas, llegaron a nuestras vidas.
Durante un año, en la narrativa de mi vida pública, en el contexto social, no he sido madre.
Periodista, profesora, doctora, feminista. ¡Olé!
En la vida privada, y aunque el diccionario no lo recoja, he sido madre en la práctica.
Según la RAE:
madre
Del lat. mater, -tris.
1. f. Mujer o animal hembra que ha parido a otro ser de su misma especie.
Según el diccionario de casa:
madre
La que cuida, la que enseña a ser feliz, la que enseña a ser responsable, a vivir la vida con intensidad y a tener una voz propia, la que viaja cada semana a Barcelona, la que está.
Si había regresadpo a la distinción patriarcal de esfera pública y esfera privada, significaba que había incorporado los prejuicios del patriarcado entorno a la maternidad y ahora los transpiraba sin ser consciente.
Distinguía entre contexto (ámbito profesional) y vida personal, pero el contexto hace la vida. Sumando vida profesional y contexto surgen los miedos. Me asustaba: a) que lectores, y sobre todo los periodistas, me dejasen de ver como a una profesional comprometida con mi trabajo por ser madre y b) que me juzgasen como a madre, poco madre o madre desnaturalizada porque me gusta y hago mi trabajo.
Decidí ser madre hace tres años cuando el 90 % de las mujeres (periodistas, editoras, políticas, artistas, escritoras) que hay a mi alrededor no son madres. En España, hemos pasado de tener, de media, 3,3 hijos en 1974 a 1,3 en 2011. En Baleares, donde vivo, el dato es de 1,27. Un estudio reciente del Centro de Estudios Demográficos de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), donde trabajo, muestra como entre un 25 % y un 30 % de las mujeres nacidas en la segunda mitaad de la década de los setenta no tendrá hijos.
Yo nací en abril de 1975, en el ecuador de los setenta.
No parí, fue una decisión personal no hacerlo, pero me encontré, de un día para otro, que era la madre de dos niñas. Me asusté no por la responsabilidad que suponía cuidar a dos personitas —lo veo y lo vivo como una aventura—, sino por lo que podría decir mi campo profesional: tenía miedo de ser excluída de las historias que me habían distinguido.
Marineros abandonados.
Trabajadoras sexuales.
Feminicidios.
Desigualdad.
Pobreza.
Hace un año tenía 41 años y que mi campo entendiese que una mujer periodista pasados los 40 puede ser una voz valiosa ya había sido un reto que había superado simplemente haciendo mi trabajo, haciendo preguntas, buscando historias de interés público y social narrándolas como siempre he hecho, experimentando, intentando comprender para poder explicar.
Ya no me justificaba, trabajaba y denunciaba tener que justificarme.
Desde marzo de 2016, hubo otro cambio vital, pero no estaba dispuesta a tener que justificarlo: prefería no tener que luchar, silenciaba que era madre porque el tipo de madre que quería ser no me parecía que fuese aceptado por el imaginario social o el guión oficial de la maternidad.
cobardía
De cobarde.
1. f. Falta de ánimo y valor.
cobarde
Del fr. couard.
1. adj. Pusilánime, sin valor ni espíritu para afrontar situaciones peligrosas o arriesgadas. Hombre cobarde. Época de conformismo cobarde. Apl. a pers., u. t. c. s.
(Las mujeres, según el ejemplo de la RAE, no somos cobardes).
Hace diez meses me preguntaba: ¿cómo puedo ser madre y seguir escribiendo? Era un planteamiento equivocado. Yo que me dedico a hacer preguntas había errado en el enfoque: puedo ser madre y puedo escribir, aunque la conciliación en este país sea una mentira.

Pasados diez meses, he afinado la pregunta: ¿cómo puedo ser madre a mi manera, sin que me pongan etiquetas y se espere la perpetuación de un modelo —conducta-actitud y aptitud— concreto de madre?
El modelo de La Madre.
[¡Ta-chán! Silencio dramático]
La Madre como ser abstracto, apolítico, despolitizado, desexualizado y desocializado.
[¡Tup-tup-tup!] [Silencio moral].
Ser La Madre es ser la ANTI-CATALINA.
¡Bum! Cohete que se estrella.
Estamos en el 2017.
Siglo XXI. El siglo del self-century, el siglo de los pastelitos, de los pañales de bambú, de la liga de la leche, del parto en casa y, pese a la hipertextualización, de la narrativa única entorno a qué quiere decir ser madre.
Este siglo neoliberal no permite que una madre sea una mujer atractiva, sexualmente activa y política y activista y feliz.
La maternidad se plantea desde una narrativa que la retrata como una experiencia de plenitud que, aunque se viva con contradicciones, vale la pena vivir como si fuese la culminación de la existencia de la mujer.
Este es el modelo estándar, público y viral.
Espacios para la subversión, sí que hay. NoMo es como se conoce un movimiento global que reivindica (en el siglo XXI) la opción de no ser madre: NoMother, de aquí el acrónimo NoMo, y que aglutina mujeres que han optado por no vivir la maternidad. Aunque parece que el movimiento es más de red que de activismo político o de reivindicación social.
Espacios para la honestidad, muy pocos, poquísimos.
Madres Arrepentidas, el trabajo de la israelí Orna Donath, es un compendio de palabras honestas. La mayoría de las mujeres entrevistadas por la socióloga no se arrepienten de haber tenido hijos, lo que ponen en cuestión es haber vivido la maternidad de la manera como lo han hecho, comenzando por la supuesta libre elección y el modelo de la culminación.
Yo soy madre y, antes de serlo, ya me sentía culminada, feliz y sinceramente contenta con quien era.
Mi narrativa no es la viral ni la pública.
Antes de ser madre, un día me describieron como xorca [estéril], no fue insulto, fue una descripción aprendida que salió de la boca de un ser queridísimo, entonces de unos 14 años, y tuve que acudir al diccionario para entender qué me habían dicho.
Sigo siendo xorca, pero soy madre. Gracias a la red, he encontrado otro adjetivo que describe cómo me ve la sociedad hoy en día: rabenmutter. Rabenmutter, en alemán. La traducción sería madre cuervo, aquellas madres que acortan voluntariamente su permiso maternal.
Yo debo de ser la súper-rabenmutter. Soy la madre desnaturalizada porque nunca pedí permiso maternal, porque me encanta mi trabajo y supongo que me volveré a embarcar buscando la historia de las tripulaciones o me marcharé a las montañas de México o a Estambul, intentando reconocer una ciudad que me enamoró no hace tanto y que hoy en día es otra. ¿Iré a una guerra? No, pero la decisión no pasa por ser madre, pasa por haber vivido el horror y la irracionalidad a unos niveles adictivos.
No tenía una vida considerada como normal antes de ser madre, no la tengo ahora y tampoco la quiero tener.
Por cierto, la discusión sobre la solapa fue el 28 de diciembre del 2016 y, finalmente, se lee:
Catalina Gayà Morlà.
«Desde hace más de 21 años, cuando empezó a trabajar como periodista, a Catalina no hay quien la separe de su mochila y de su libreta. En casi cada viaje, alguien le ha parado para leerle la mano, las cartas, los caracoles, la baraja egipcia o el café. Y, más o menos, siempre le decían que se reinventaría cada siete años. No siempre se ha cumplido el plazo, pero sí se ha reinventado muchas veces. Por ejemplo, cuando se convirtió en profesora universitaria de algo tan fascinante como imaginarios narrativos. O cuando se marchó a vivir a un pequeño pueblo de Mallorca. O cuando comenzó a dirigir un programa feminista en la radio pública de les Illes Balears. O ahora, que publica su segundo libro».
Ahora, 8 de marzo de 2017, sé que tendría que haberse leído:
Catalina Gayà Morlà.
«Es madre de dos hijas y, desde que han llegado a su vida, ha desarrollado una capacidad de concentración que nunca hubiese imaginado tener. Desde hace más de 21 años, cuando empezó a trabajar como periodista, a Catalina no hay quien le separe de su mochila… su segundo libro.»
Ser madre forma parte de quien soy, de como apalabro, de mi apuesta por la vida. Mostrar que las rabenmutter existimos (sin escondernos detrás de los demás) es visibilizar otras narrativas entorno a la maternidad.
En mi guión de la maternidad, existen las libretas y la mochila.