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El país de las delicias

— Cataluña vive un momento de efervescencia musical, pero son pocas las bandas que pueden rentabilizar su propuesta

— Los blogs y foros comparten espacio con la prensa especializada y el fenómeno de la ‘colaboración’ crítico-banda, entre otras 'malas praxis', progresa

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“¿Dónde vas? Ah, ¿hoy también hay concierto? ¿Cómo ha ido la entrevista? ¿Era con aquel barbudo de los pisos…? Al final con tantos nombres me pierdo”. No hay día que salga de casa y mi madre no me someta a un tercer grado. Sabe que me va el rollito este de la música, y se esfuerza: “A mí sólo me gustan los del “Ai, Dolors”. Siempre pienso: va, hoy le explicarás como está el panorama. Porque sólo le suenan cuatro grupos y –lo que más le interesa– por qué llevo tres años escribiendo sobre música sin cobrar. Pero nunca tengo tiempo para explicárselo. Es por eso –y porque tengo mucho trabajo en mi nueva y precaria beca de colaboración– que empezamos una serie de piezas que pretenden darle a mi madre elementos de juicio para que entienda la ‘escena’.

Algo se está cociendo en Cataluña. O está cocido. Bien, de hecho quizás ya está pasado, no lo debatiré: lo que el Grup Enderrock o Tv3 a menudo difunden como una nueva escena (la “Re-Nueva”, la enésima escena), y que en términos musicológicos desbancaría el “Rock Catalán”, para otros medios especializados simplemente es la cosecha de unos frutos que desde finales de los noventa se han ido plantando en los diferentes huertos de producción musical de toda Cataluña.

Atribuir esta escena a una irrupción espontánea de setas es no querer ver todo un campo lleno de raíces bien llenas de esporas desde hace una década, esporas en forma de hardcore en Barcelona, de fusión y mestizaje en su área metropolitana (La Garriga, por ejemplo), de folk hacia el Alt Empordà, de garage y noise en Manlleu, de rock urbano y metal por tierras tarraconenses y un largo etcétera. Una efervescencia de muchos estilos y disciplinas que algunos medios de comunicación catalanes apoyan y dan cobijo. Pocos.

Sea como fuere, vivimos buenos tiempos para la variedad y la creatividad (lo que no quiere decir que los circuitos musicales convencionales la recojan). Por lo tanto la prensa musical, y más concretamente la crítica musical en Cataluña, tienen un papel fundamental a la hora de narrar, seleccionar, clasificar, contextualizar y analizar todo este ir y venir de bandas y estilos.

En Cataluña se pueden advertir características propias de los cambios que está viviendo este tipo de prensa a partir de la irrupción de Internet como nueva plataforma y de la democratización del acceso a la cultura. Cambios también a raíz de la crisis de la prensa, de la crisis de la industria musical y del envoltorio transversal que resulta ser la crisis financiera mundial.

Así, en un momento de transformaciones aceleradas en el modelo de producción pero de tanta euforia musical y de irrupción de cabeceras, más o menos profesionales (con la principal contribución de los blogs como fanzines de las últimas generaciones), hay que pisar el freno y dar un vistazo al panorama, a los objetivos y a los retos a los cuales se enfrenta: desde el tejido industrial de nuestro –pequeño– circuito de salas, pasando por los promotores o los managers. ¡Aviso! Este artículo pretende mostrar las particularidades de las sinergias industriales y de la prensa musical de una escena concreta –la catalana–, asumiendo y aceptando el reto que estas pueden asimilarse a la de otros modelos y otros países.

Empezamos por una cuestión etimológica: el indie. O, dicho de otro modo, la palabra que peor se ha adaptado a los nuevos tiempos.

 

‘Indie’: la grande falacia

La considerada música indie (abreviatura de la palabra inglesa independent) o alternativa, con toda su variedad de géneros y subgéneros, diferenciada del resto de músicas por el objetivo de los artistas, los medios con que está confeccionada, la ambición, la vanguardia que representa y el circuito en que se encuentra inmersa, pero que en última instancia –y de forma simple, no nos engañamos– acostumbra a ser la que no sale en Los 40 Principales o no escucha –supuestamente– el vecino de arriba, está de moda.

Y no parece en balde afirmarlo ante el creciente número de festivales que la recogen y por el hecho que, por paradójico que parezca, ésta mueve sumas de dinero similares a las de los circuitos comerciales: el San Miguel Primavera Sound, sin ir más lejos, supone un impacto para la ciudad de Barcelona 65 millones de euros en sus cinco días de celebración. La atribución de la palabra indie hoy en día es vacía y arbitraria, más gastada que la palabra “demagogia” en una tertulia de Telecinco. Un caso práctico rompe-tópicos: Manel.

Vi a Manel en unos jardines, no recuerdo donde ni cuándo. Tan sólo sé que entonces me afeitaba una vez al mes (ahora me confunden con Guillem Gisbert). Desde entonces el cuarteto barcelonés ha entrado en las listas de ventas estatales, llenan todos los espacios municipales allá por donde pasan y –¡milagro!– han traspasado el Ebro. ¿Se han vuelto comerciales? ¿Han decepcionado a la parroquia indie? Señores y señoras, mucho me temo que esto sólo depende de dos cosas. Primera: de ellos. De su horizonte de expectativas y de si creen que es honesta y coherente su propuesta. Lo que juzguemos el resto poco importa si ellos se lo sienten auténtico. Y, en segundo término, de los canales de distribución y de los circuitos por los cuales transiten: hay cabeceras, salas y maneras que hacen alternativo.

Y este hecho es importante, y todavía más en Cataluña, donde la frontera de aquello que-es-indie-o-no se está difuminando en sus músicas populares (en un sentido amplio de la definición que engloba pop, electrónica, rock, jazz, folk, etc.) gracias a la irrupción de algunas bandas que con pocos medios, algunas simpatías y padrinos, han conseguido dirigirse al gran público pero no por eso han dejado de ser queridas por la crítica del país. Son ejemplo de ello Antònia Font, Roger Mas o Andrea Motis, que recogen alabanzas entre público y profesionales y congregan en sus directos un target heterogéneo.

 

‘Star system’ a la catalana

Desde la primera década del siglo XXI ha quedado claro que para la prensa generalizada ya no existe una discriminación tan clara entre comercial-alternativo (cómo sí la hubo en el Rock Catalán, entre “Los cuatro mosqueteros” –Sau, Els Pets, Sopa de Cabra y Sangtraït– del macroconcierto en el Palau Sant Jordi el 14 de Junio de 1991 y otras bandas como Umpah Pah, Defunció, N’Gai N’Gai…), el circuito pero está haciendo su propia división entre lo que es comercial y lo que es alternativo por una cuestión económica: los que ganan pasta y los que no.

Y sí, estamos ante un star system musical catalán donde grupos como Manel, Els Amics de les Arts, Mishima o Love of Lesbian están facturando un caché de más de 10.000 euros por concierto mientras que otras muchas bandas no cobran ni para pagarse los desplazamientos. Y son aquellas pocas bandas (las del star system) las que aseguran el sold out, una buena barra, vamos. Es por eso que los ayuntamientos destinan la partida de cultura o de fiesta mayor, cada año más exigua, a sólo un nombre. ¿Resultado? Els calerons van a parar a cuatro o cinco bolsillos. Y el resto, a buscarse las habichuelas. La crisis ha hecho más crudo y patente este fenómeno, no se puede fallar en las programaciones… “Pues pilla aquellos que salen al telediario, tú”, piensan los regidores de Cultura.

Por curioso que parezca, las bandas del star system no son las que más proyección estatal ni internacional tienen. A pesar de que las cuatro bandas mencionadas antes han salido a hacer conciertos por la península y fuera de España –poco–, otros como John Talabot, Guillamino, La Pegatina o Amparo Sánchez tienen mucho mejor cartel fuera de las fronteras catalanas. La catalana es, por lo tanto, y sin que sorprenda a nadie, una escena que se está volviendo endogámica –las oportunidades de rentabilizar tu propuesta decrecen en favor de un pequeño grupo de artistas–.

Albert Puig i Estrella Damm
Albert Puig, Estrella Damm i Els Amics de les Arts. | Yeray S. Iborra i Gerardo Santos

 

Gracias a las redes sociales o al abaratamiento de los medios de producción de un disco es relativamente fácil acceder al circuito de bares y pequeñas salas (dando gracias al cielo sino pagas alquiler por tocar, claro está), pero ya está. Hay un vacío entre las pequeñas salas y los grandes aforos. “Hoy en día cualquiera puede alquilar el Palau de la Música”, me comentaba Nando Caballero, periodista musical y jefe de la discográfica La Produktiva Records. “Pagando, San Pedro canta”, me recuerda mi madre.

En cuanto a los medios de comunicación, y como anticipábamos, desde plataformas como Televisió de Catalunya, el Grup Enderrock, el Periódico de Catalunya o el diari ARA se recoge esta escena más visible a nivel de ventas y también de público, pero parece que todavía se va un paso por detrás a la hora de contemplar de forma más periférica todo aquello que se está produciendo musicalmente Cataluña. Pasa por el Grup Enderrock (y su “lanza estrellas”, el concurso de maquetas Sona9) y otros medios de la Corporació Catalana (Icat Fm –ahora Icat.cat, sólo online– o Tv3) ampliar las miras y empezar a retratar más en profundidad la escena catalana, que llega incluso a medios internacionales como The Guardian o la plataforma indie más poderosa, Pitchfork, y que aquí redunda explicándose siempre bajo media docena de grupos.

Por último, en Cataluña se añade una particularidad que tiene que ver con un debate político que dura desde el primer gobierno de Jordi Pujol. Más allá del conflicto de modas y estilos, al toma y daca entre industria y prensa, en nuestra casa, tal y cómo afirma Albert Lloreta, periodista freelance (ex Enderrock), se nos añade un nuevo debate: “Entre la música hecha en el país y la música hecha fuera del país, además del conflicto lingüístico”. Particularidades de la cultura catalana, donde hablamos constantemente de normalización, condicionando el “cómo” y el “qué” se consume y se produce dentro de nuestras fronteras.

“País pequeño, escena pequeña”, que diríamos. Medios como los del Grup Enderrock o diari ARA parece que se encarguen más de “fer país” y generar un clima de opinión (para más información: “Joni ho deixa anar”) que de profundizar en el totum revolutum de estilos y propuestas actuales y hacerlo asequible a un oyente cada día más abrumado de inputs de todo tipo. Quieren así perpetuar las propuestas para hacer fuerte la escena: no miran la escena con ojos de periodista, la miran con “ojos de madre” (aquí me lo he hecho venir bien, ¡lo reconozco!). Y esto los acaba convirtiendo a menudo en Los 40 Principales catalanes, cuando no la Super Pop. ¿Por qué? Crean unos patrones que se supone que hacen más sólido el panorama, pero se trata de un arma de doble filo: a la vez están limitando la variedad estilística que llega al público y fomentan una espiral del silencio musical que homogeneiza el discurso artístico.

 

De gurús a filtros (o ni eso)

Advertir uno de los principales cambios de paradigma que ha sufrido la crítica en nuestro país (equiparable al resto de países con prensa del mismo tipo) es tan fácil como abrir un número al azar de la revista Enderrock, Rockdelux o MondoSonoro, entre otras muchas, en los ochenta y noventa y compararlo con un número actual.

Hace unos años, entre sus páginas se leían magníficas historias alrededor de los iconos de la música; conciertos gloriosos lejos de nuestras fronteras a los cuales cualquier lector hubiera querido asistir; auténticas aventuras exóticas.

La prensa musical transportaba el lector a otro mundo, creaba y destruía la tendencia en un canal comunicativo unidireccional. Tenía los medios y los recursos para, en un único viaje a la Inglaterra de los setenta, traer las últimas modas sobre el post-punk, para viajar a los Estados Unidos de los noventa y maravillarnos con las batallas del grunge. La prensa musical era una ventana en el mundo de la música: la crítica ponía en contacto a los jóvenes con todo aquello que se cocía en el underground de todo el mundo.

Esta ventana, pero, se rompió en primera instancia con la caída de la industria discográfica (que ya no tenía dinero para pagar estas aventuras a los periodistas locales) y acabó desmenuzándose con otro batacazo, la normalización de Internet. La democratización de la cultura ha sido la pérdida del pedestal de la prensa musical.

¿Y qué papel jugaba el crítico? El crítico musical era un auténtico gurú. Este era el papel que la crítica había tenido desde su irrupción en los años sesenta del siglo pasado (hablamos de la crítica de música popular, puesto que de la de música clásica se tiene constancia hasta tres siglos antes).

La crítica de música popular nace con el rock, en el momento en el que es elevado al estadio de arte, con la consecuente literatura alrededor, y se le atribuyen una serie de conceptos que trascienden la propia música. La leyenda, el personaje y la estética tienen la misma importancia (o más, en muchos casos) que la armonía, la melodía o el ritmo. Con clara interacción con la literatura (la generación beat representada en las letras de Bob Dylan) y también con las artes plásticas (pop-art y diseño de discos), la música empieza a ser algo sobre lo que valía la pena, además de hacer dinero, escribir y reflexionar con implicaciones no sólo culturales sino también sociológicas. Así lo recoge Fidel Oltra en su interesantísima artículo “Crítica musical en el *siglo XXI” en Muzikalia.

En el mismo texto, Oltra recoge las palabras de otro crítico célebre, Simon Reynolds, que parafrasea Friedrich Nietzsche cuando dice que el crítico de música popular sólo tenía que describir “el goce” –para alejar la crítica de la música popular de la de clásica o jazz–. Es por eso que las parábolas y metáforas alrededor de una obra podían otorgar mucha relevancia o reventar la carrera y el universo de un artista; la prensa y el crítico eran los encargados de toda esta nube alrededor de la música.

Toda una parte de la historia popular de la música explicada por este crítico-gurú, al cual el panorama le ha cambiado radicalmente a raíz de la irrupción de Internet, de las redes sociales y de los nuevos hábitos de consumo de música. La gente tiene más herramientas que nunca a la hora de acercarse a la música. Ahora bien, con el evidente riesgo de infoxicación que esto supone, es decir: que el alud de inputs superfluos y sobredimensionados por una exitosa campaña de marketing o intereses y favores entre actores del sector musical tape otras propuestas de mucha más calidad.

 

Misión de la crítica

La crítica musical intenta -o debería intentar-, pues, poner en orden todo este caos. El crítico ya no es el único que tiene acceso a la información ni a la música, ni siquiera quizás es aquel que mejor puede explicarla ni extraer conclusiones sobre ella. Todo este cambio significa un plus de autoexigencia, de profundidad, de documentación y de reflexión por parte de quien emite un juicio e intenta contextualizarlo: hoy en día la crítica tiene una misión muy poderosa, que es realizar pedagogía e interactuar con un público cercano y en constante interacción gracias a redes sociales y blogs.

Acercándose, puesto que el lector puede estar más informado e incluso puede demostrarlo públicamente. Buena muestra son los foros, siempre a la vanguardia, a pesar de que siempre se tiene que contrastar aquello que se lee por la gran cantidad de trolls, cuando no mentirosos, que acogen.

La crítica musical es “una agitadora social e investigadora de debates”, como asegura Fidel Oltra. Y, sobre todo, un filtro, como mantiene Joan S. Luna, redactor jefe de MondoSonoro: “Soy de los que piensa que nuestro papel como filtros todavía tiene mucho valor. Y vuelvo a verlo como lector. Yo descubro muchas cosas navegando por Internet, pero la mayor parte de las veces acabo comprando algo o –por ejemplo– leyendo un libro porque alguna opinión me ha hecho despertar un interés por este libro en concreto.

De todas maneras, quizás el cambio más grande es que mucha gente, desde que tiene Internet, piensa que sabe de todo, que puede opinar de todo y además, creyendo que su opinión es la más válida. Y este no es un problema para la crítica musical, es un problema por la forma en la que nos comunicamos y nos tratamos. Obviamente, la libertad para que cualquiera diga lo que quiera es fundamental, pero –por favor– seamos modestos y aceptemos que no todos sabemos de todo”.

A esto hay que añadir el espíritu divulgativo que sostiene desde una perspectiva más academicista el articulista de Musicopolis, J.M. Vilches: “Tenemos que hacer divulgación dejando de banda el tono academicista que no corresponde a la prensa y centrarnos en aquello que interesa, la música”. Por medio de la divulgación se conseguirá también un público más competente y con mayor espíritu crítico, hecho que favorecerá a la variedad en el gusto y, en consecuencia, en la viabilidad del máximo de propuestas musicales: la crítica tiene que luchar contra la homogeneización y la “creación de oleadas, escenas y etiquetas” que se propone desde los medios generalistas y muchos medios de radiofórmula y otras especialidades en que se premia un único estilo, sin evolución ni espíritu crítico.

La crítica es -después de todo lo que hemos dicho- imprescindible en la selección, contextualización y narración de una escena siempre cambiante, efímera y democratizada.

 

Un trabajo cobrado ‘en especias’

Internet y, por lo tanto, los medios musicales online (lugar al que incluso las cabeceras en papel han accedido para competir, como MondoSonoro, GoMag, Rockdelux o Enderrock) no han hecho de la tarea del crítico musical un trabajo más reposado y calmado, todo lo contrario: lo han convertido en una lucha frenética por ser el primero. La crítica musical profesional se enfrenta a los blogs y foros deprisa y corriendo, para intentar plasmar a toda velocidad todo lo que pasa en los circuitos musicales y que, antes de que sea reseñado, ya ha sido comentado, tuiteado y compartido en la red. La de crítico está aconteciendo una tarea más veloz, superficial y breve. La inmediatez está relegando a un segundo –o tercero, cuarto, quinto…- plano a la reflexión.

Además, y volviendo al caso catalán, esta no es la única de las particularidades a las que se enfrenta cualquier crítico. Ya hemos percibido que el circuito musical es pequeño, los actores se repiten y se solapan sus tareas. No sería extraño, pues, encontrarnos con un periodista-crítico musical que a la vez es manager e incluso programador de festival: Albert Puig, director del Festival Altaveu que ganaron Els Amics de les Arts, colaborador de Enderrock y director de “Música Moderna” (BTV) y “Delicatessen” (ICatFM)… ¡ah! Y manager de Els Amics de les Arts y Quart Primera.

Se entiende, pues, que ante estas pocas manos que mecen la cuna, el posicionamiento en el sector dependa sobremanera de la agenda de contactos a la que pertenezcas. ¡Ep! Y en un principio la convivencia de tareas no es ningún inconveniente, sólo hay que comprobar cómo se utilizan estas influencias y contactos… pero bien, esto es empresa de otro artículo, que mi madre empieza a perderse otra vez si saco demasiados nombres.

Retomemos el hilo. Un mal común que ya ha salido antes que es muy malo y muy, muy común: la colaboración. Desde que surgió el concepto -ante la carencia de recursos las relaciones entre crítico-banda han aumentado su valor, puesto que cuando no hay grandes campañas de marketing que puedan pagar un ascenso meteórico al Olimpo -o “al Montserrat” particular, si queréis que sea así como más de casa- musical, una buena crítica puede suponer una gran oportunidad. El crítico se encuentra en medio de una espiral que puede condicionar su trabajo, y mucho.

Esto se agrava cuando no sólo el músico es compañero de sector sino que, además, es amigo. Detectar concesiones de este tipo como lectores y castigarlas (denunciándolo públicamente, no volviendo a comprar, etc.) es luchar contra malas praxis del sector. Joan Cabot, crítico de MondoSonoro y 40Putas, lo tiene claro: el crítico “antes de amigo, es crítico”. Este es, sin ningún tipo de duda, un debate profesional relevante en el que cada crítico tiene que anteponer su código deontológico y el rigor para contribuir al debate cultural: evitar este tipo de interferencias es una muestra de profesionalidad.

Por lo tanto, en este circuito catalán pequeño el crítico ocupa una posición comprometida en la que cuenta mucho su posicionamiento respeto una banda y un disco. Este posicionamiento también viene condicionado por su forma de escribir, de expresarse y por su bagaje: un punto diferencial que puede hacerlo, simplemente, carismático o puede hacer que su ego quede por encima del material que analiza. En este punto podríamos encasillar críticos polémicos y controvertidos como por ejemplo Quico Alsedo. Joan Cabot asegura que “un disco siempre tendría que estar por encima de un crítico”, pero no nos engañamos, en el momento financiero actual y ante la oferta de opiniones que el bloguismo ha abierto, hacerse un lugar en la crítica profesional es difícil. Y, a la vez, goloso.

¿Por qué goloso? Desde que los fanzines empezaron a difundirse en los ochenta, la crítica ha pasado por muchas fases respecto a su profesionalización, han caído cabeceras y se han iniciado otras, los críticos han tenido más trabajo o menos. Hoy por hoy, son pocos los que pueden vivir de escuchar discos y escribir críticas, ir a conciertos, hacer crónicas y entrevistar artistas. Hoy por hoy, a pesar de haber muchos profesionales colaborando con publicaciones, la mayoría son pagados en especias, que diríamos: en discos y entradas a conciertos y festivales. La profesión se está devaluando y precarizando con estas prácticas, puesto que son muchos los que acceden a hacer el trabajo sólo para ahorrarse un abono, y esto conlleva malas praxis a la hora analizar un producto.

En todo caso, el crítico tiene que entender su tarea como profesional, con responsabilidad, para erradicar, por ejemplo, conciertos celebrándose y con los críticos en las zonas VIP o hablando durante toda la actuación, cuando no llegando en los bises, pero firmando la crónica al día siguiente cómo si nada. Una clara muestra que hay mucho músico aficionado y mucho melómano metido a crítico musical. O de que hay muchos críticos musicales de oficio que no hacen nada bien su trabajo.

 

Detrimento laboral del crítico

Asumiendo pues que la mayoría de cabeceras del panorama funcionan por medio de colaboradores, lo que supone, cómo hemos dicho, un detrimento en la remuneración y las condiciones laborales del crítico –lo que todavía da más valor al estatus de quien se dedica de forma profesional a esto–. El sistema basado en las colaboraciones, según Jordi Turtòs –crítico musical con más de treinta años de bagaje– en “La función de la crítica musical” (Observatorio de Música de Barcelona) significa un empobrecimiento de la crítica musical “por la implantación de la prensa musical gratuita incapaz de generar puestos de trabajo estables y que ha dejado en manos de fans el ejercicio de la crítica y del periodismo musical en general.

El fan hace la crítica del disco a cambio del cd, la del concierto a cambio de la entrada gratis o la entrevista a su ídolo con el cual podrá, además, fotografiarse. Una prensa musical gratuita que, aunque pueda contar con jóvenes de gran talento para el oficio, no logrará que estos tengan posibilidades de profesionalizarse”.

Por otro lado, no estar ligado (asalariado, dejándonos de eufemismos) otorga una cierta semi-independencia para “elegir qué temas quieres hacer y qué no”: una buena noticia ante la cadena clientelista de críticas que copan las páginas de las revistas.

“¿Mama? ¿Qué sigues conmigo?”. Va, un último esfuerzo: así, en un resumen muy resumido, sería cómo si en un mercado pequeño hubiera un montón de propuestas, pero sólo unos pocos las amortizaran, y las amortizaran mucho y muy bien. Ellos y los de su alrededor. Con unos medios que los eternizan y una prensa musical que pierde su status, su dinero, etc. Y unos currantes del sector de la crítica que cada vez colaboran menos y por menos, puesto que los blogs, bla, bla, bla…

“¡Para! Tanto sector, crítica y grupos p’arriba y p’abajo… Qué lio!”. Pues sí, mama. La próxima vez te haré un esquema…

Edición a cargo de David Vidal.

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