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Nuevas formas de habitar

Cuando la puta y el cura entraron al Walden-7

— Cuarenta años después de la construcción del edificio distópico en Sant Just Desvern menguan sus propietarios ‘históricos’; y, con ellos, muere el ideal utópico de sus promotores

— La ‘gauche divine’ ha dado paso a una comunidad heterogénea, que enfrenta problemas como los de cualquier escalera de vecinos (con algunas incertidumbres añadidas)

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El 16 de octubre de 1972 el Ayuntamiento de Sant Just Desvern concede la licencia de obras del edificio Walden-7, la remodelación de una antigua fábrica de cementos (Sansón): las ideas del ‘racionalismo’ aplicadas con una perspectiva social, incluso comunal. El bufete de arquitectos Bofill bautiza la obra como un “edificio distópico”. Eran los años posteriores al ‘Mayo del 68’; Ricardo Bofill vivió la efeméride en París. Para cumplir con el objetivo de ser un hervidero cultural, Bofill y los suyos seleccionan prácticamente a dedo a parte de la gente que adquiere las viviendas… En los setenta, ¡el Walden era una fiesta! Conciertos, sesiones de lectura, talleres… el día a día del edificio mientras estuvo ocupado por la ‘gauche divine’ era “frenético” —reconocen sus protagonistas en retratos como el que el programa de TV3 ’30 minuts’ les dedicó en 1997. Con el paso de los años los propietarios ‘históricos’ han ido marchándose, y el Walden ha desclasado su comunidad: el ‘pueblo’ ha entrado en el inmueble. Y con él, la realidad de cualquier escalera de vecinos en una urbe: vida de puertas hacia adentro, implicación paupérrima en los problemas comunitarios, junta de vecinos con poca participación, oligopolios… Cuarenta años después, el edificio se enfrenta a intrincadas dificultades estructurales: arquitectónicas —el coloso envejece— y de funcionamiento, el Walden ya no es una fiesta. Cabe preguntarse, ¿qué queda de la utopía?

Entrada del edificio Walden
ENTRADA NORTE DEL EDIFICIO WALDEN-7 | ESTEFANIA BEDMAR

 

I
Quisieron construir
un lugar muy diverso de los ya conocidos
un refugio en el aire
contra la indiferencia y la vulgaridad.

Allí soñaron un espacio libre
como una partitura abierta a mil sonidos
como una iglesia desbordando incienso
por ventanas y claustros y jardines.

Igual que en una cueva o en castillo mágico
todo iba a cambiar en aquel sitio
todo iba a cambiar porque en el sueño
las cosas imposibles ocurren fácilmente.

Cuando uno visita el Walden-7 por primera vez tiene la misma sensación que sor Telchilde Hinckley y sor Lucia Kuppens cuando fueron a ver la capilla Notre Dame du Haut que Le Corbusier levantó en Ronchamp (Franco Condado). El templo, exagerado como la adulación de una abuela, vive mirando al cielo, y sus formas parecen hacerle “volar” —como recoge John Berger en palabras de sor Lucia en el libro Cuatro horizontes (Gustavo Gili)—.

Allá por 1945, Le Corbusier andaba fascinado por las máquinas. Los aviones y los autos se ganaban su espacio a codazos como medio de transporte en las urbes modernas. Todo apuntaba a que, en un futuro, las ciudades serían ratoneras donde se pasarían estrecheces: Le Corbusier quería, al menos, que éstas no fuesen una cuestión de espacio. Es así como el arquitecto suizo-francés plantea su lectura distópica de la arquitectura moderna: la machine à habiter son edificios basados en el racionalismo. Prácticos, funcionales, hercúleos. Brutales: de ahí la acuñación de brutalismo. La vida vertical. El Unité d’Habitation en Berlín, por ejemplo, representa una perspectiva soviética de cómo debía ser la nueva vida en la ciudad.

Exterior desde la calle del edificio Walden, en Sant Just Desvern
EL WALDEN CUENTA CON 1.274 MÓDULOS MODIFICABLES (NO HAY PAREDES MAESTRAS), LO QUE SE TRADUCE EN UNAS 400 VIVIENDAS | ESTEFANIA BEDMAR

 

No fue hasta 1970 cuando un grupo de arquitectos, psicólogos, filósofos, etc. decidió llevar las ideas de Le Corbusier y su camada de arquitectos modernistas un paso más allá: inspirados en la obra utópica de ciencia ficción del autor Burrhus F.Skinner, Walden dos (un ensayo sobre la vida en una comunidad de un millar de individuos publicado en 1948), deciden crear una pequeña ciudad vertical, con zonas comunitarias y enfocada a la autogestión. El proyecto, pensado inicialmente para ser desarrollado en Madrid no recibe los permisos y se acaba construyendo en la zona industrial de Sant Just Desvern, una ciudad del área metropolitana de Barcelona.

El conjunto Walden-7 nace como un gigante de varias cabezas. El proyecto, de hecho, debía tener dos edificios más: “La construcción de éstos no está asegurada, precisamente debido a los problemas [económicos] surgidos con el primero”, escribía el periodista Enric Canals en El País en 1980. Los dos edificios contiguos jamás se construyeron; uno de los principales problemas del Walden desde su inicio fue la liquidez. Si bien el proyecto se cerró en 1970 no fue hasta 1973 cuando empezaron las obras, encargadas a Dragados y Construcciones, S.A. (actual ACS, el monstruo constructor liderado por Florentino Pérez); la empresa abandonó la obra cuando aún no estaba terminado el edificio, aduciendo que Ceex 3, S.A. —promotora de la obra, una empresa filial del Banco Industrial de Cataluña del grupo de Banca Catalana de Jordi Pujol— no hacía efectivos determinados pagos.

Terraza comunitaria del edificio Walden
EL VIENTO SE DEJA NOTAR EN EL EDIFICIO, ESPECIALMENTE EN LA DECIMOSEXTA PLANTA | ESTEFANIA BEDMAR

 

El edificio se encargó finalmente a diversas empresas más pequeñas que hicieron que la obra se desarrollara con técnicas diferentes; ésta es la causa, según los vecinos, de los sucesivos lavados de cara que el edificio ha sufrido desde su construcción. El más preocupante, en 1980, cuando se tuvo que sustituir la cerámica que revestía todo su contorno: 1.000 millones de pesetas y obras hasta 1995. Este fue el inicio de la fuga de históricos: “La vida social de este barrio vertical y las fiestas de sus vecinos fueron memorables, hasta que la degradación física del edificio empujó a muchos de sus moradores a huir”, apuntaba el periodista Joan Carles Valero en ElLlobregat.com. Valero, que también vivió en el Walden, lo abandonó cuando las humedades y otros desperfectos de fabricación empezaron a asomar.

La última remodelación fue en 2011, cuando se volvieron a acondicionar las fachadas y se arreglaron los bajantes. El Walden es un edificio caro que, hoy por hoy, no tiene asegurada su supervivencia.

“Walden-7 fue concebido como una propuesta innovadora desde muchos ángulos, propició una reflexión sobre la vida de las personas en su globalidad, desde lo individual y privado hasta lo social y las relaciones interpersonales, desde la vida cotidiana hasta los aspectos del crecimiento económico, de la ciudad en relación al campo, de la producción industrial frente a la artesanal”, confiesa Anna Bofill, hermana de Ricardo Bofill y colega del Taller d’Arquitectura, en la web del edificio.

Calle del edificio Walden
LAS CALLES TIENEN EL NOMBRE DE PERSONALIDADES SINGULARES DE LA FILOSOFÍA, LAS HUMANIDADES, LA POLÍTICA, LA CULTURA O EL DEPORTE | ESTEFANIA BEDMAR

 

II
Ah cómo se impusieron al deseo
las fuerzas más oscuras:
las ordenanzas y la tinta roja
mutilaron los planos y borraron la luz.

Todo en su sitio de una vez por siempre
quiten esos jardines y numeren las casas
vendan a metros cúbicos el aire
y acójanse a las normas más estrictas.

Y así quedó aquel sueño
reducido a unas pocas variaciones
mientras que la utopía se alejaba
perdiéndose en el cielo como un águila altiva.

Isabel (nombre ficticio) hace 20 años que vive en el Walden-7. Antigua vecina de una de las urbanizaciones que crecen hacia la montaña, todavía recuerda cuando de pequeña visitaba el edificio para recibir clases de francés.

—Siempre había niños correteando, exposiciones… —confiesa con entusiasmo mientras sostiene un cigarro con la mano derecha, inclinada hacia delante como si el Marlboro fuese de mármol.

Ascensores del edificio Walden
LOS ASCENSORES DEL WALDEN, UNO DE ELLOS UN MONTACARGAS POR DONDE SE TRANSPORTAN LA BASURA O LOS MATERIALES DE CONSTRUCCIÓN | ESTEFANIA BEDMAR

 

Fue el ambiente de este gran enjambre de color terriza lo que le motivó, con veintipocos, a comprar algunos módulos. Ella forma parte de la segunda remesa de propietarios que adquirió una vivienda en el edificio, concebido como vivienda social en sus inicios —más barato que el resto de viviendas de la zona—. Ahora mismo un piso del Walden está en 250.000€, y cuesta que salgan a la venta; en los cientos de balcones del edificio, a vista de pájaro, sólo se vislumbra una chapa de “Se vende”. De hecho muchos de los pisos han pasado a ser de alquiler, un 40% según estimaciones del propio edificio. Muchos de ellos están alquilados por estudiantes universitarios, lo que revierte negativamente en la comunidad: gente de paso.

Lo cierto es que es dificil entrar al Walden, desde hace unos años un sistema de cámaras gobierna los 1.274 módulos, los 41.835 metros cuadrados que componen todo el perímetro. Eran muchos los curiosos que, atraídos por la imagen de viveza que se había perpetuado del edificio, se colaban en las pertinencias sin aviso. Se decidió organizar una brigada de visitas. Isabel se encargó de ellas durante ocho años, y lo hacía por puro altruismo: los visitantes (sólo grupos) la contactaban y ella los encajaba en su agenda personal, siempre repleta. Nunca ha dejado de estudiar y hace cursos varios, entre otras cosas, de cerámica y pintura. Isabel, una mujer de mediana edad, dicharachera, dejó de hacer las visitas hace unos meses, después de algunos problemas con la actual junta del edificio.

Piscina comunitaria del edificio Walden
LA PISCINA COMUNITARIA, EN MANTENIMIENTO DE CARA A LA TEMPORADA DE VERANO | ESTEFANIA BEDMAR

 

El sol brilla, extasiante, en algunos puntos del edificio. Hace un día espléndido, tanto que desde la azotea, en la planta decimosexta, se vislumbra Montserrat. Hoy no sopla viento, y es raro; por algo denominan a la zona Pla del Vent. Isabel está encantada con las vistas; se sonríe al lado de la piscina, que está de mantenimiento preparándose para la temporada de verano. Le gusta disfrutarla cuando tiene un hueco. La luz del terrado contrasta con la mayoría de zonas comunes del Walden-7, sombrías; sus materiales, típicos de la construcción funcionalista de los setenta entristecen el ambiente. Además, la monumental fuente interior que se divisa desde cualquier recoveco del edificio sólo funciona algunas noches. La cal se come los pitorros del agua. Es mediodía y las mesas de ping-pong, justo al lado del corredor de buzones (kilométrico), están desiertas.

La idea de autogestión del Walden-7 se ha ido esfumando con el tiempo: la última crisis devastó los pequeños comercios que quedaban en los faldones del edificio. Algunos locales comerciales han tenido que cerrar. Otros se han transformado en oficinas, locales a persiana bajada que hacen inútil la idea revolucionaria de construir un acceso a ellos desde dentro del edificio. En el rótulo de entrada al bloque, donde se anuncian los servicios del inmueble, sólo figuran placas con la inscripción Farmacia Walden o Perruqueria i Estètica Esperança i Anna. Aunque Isabel cree que solo el bar se mantiene activo desde los inicios del edificio.

Salvavidas de piscina
UNO DE LOS SALVAVIDAS QUE DESCANSAN EN EL LATERAL DE LA PISCINA | ESTEFANIA BEDMAR

 

III
Si un deseo es hermoso
cambia la realidad aun cuando falle
y así se puede contemplar lo hecho
como algo inhabitual y sorpresivo.

Allí se mezclan modos de vida diferentes
hay cierta intimidad en la colmena
se ven sitios de encuentro y de reposo
desafiando al aire desde su forma ambigua.

De lo ocurrido con aquel proyecto
el tiempo dejará señales en los muros
si el sueño fracasó fue porque todo
estaba preparado para que así ocurriera.

Walden
José Agustín Goytisolo

“Si el sueño fracasó fue porque todo / estaba preparado para que así ocurriera”, de esta manera concluye el escritor José Agustín Goytisolo, vecino histórico del Walden el poema que en 1977 dedicó al edificio y que ahora corona su aparcamiento. Goytisolo no fue el único que incluyó el Walden-7 en su obra, reforzando su poder como ciudad del espacio en el imaginario cultural: el escritor Juan Marsé, que retrató el charneguismo, la burguesía y la política catalana de los setenta, hizo que el personaje principal de la novela El amante bilingüe (1990) fuese residente del Walden.

Patio interior del edificio Walden
EL WALDEN: MÁS DE CINCO KILÓMETROS DE PASILLOS AL AIRE LIBRE QUE CIRCULAN ALREDEDOR DE LAS 16 PLANTAS | ESTEFANIA BEDMAR

 

El ejercicio distópico del gabinete Bofill ha resultado despótico: idearon un plan osado que resolviera los problemas de espacio del futuro, pero moldeando el perfil de habitantes a su gusto, construyendo una muestra alejada de la sociología de Sant Just Desvern y su entorno. “El Walden fue una provocación, un revulsivo”, confiesa Ricardo Bofill en una entrevista para el libro Walden 7 i mig, donde se repasa la historia del inmueble. La verdad, no fue una buena experiencia para Taller d’Arquitectura, que se quedaron sin clientes por un largo periodo.

—¿Qué busca la gente en el edificio?

—El Walden es un sitio discreto, donde si quieres puedes pasar desapercibido…

—Y a ti, ¿qué te aporta?

—A mi lo que me gusta es lo contrario: en cualquier momento puedes bajar a tomar un café con la vecina. Si tienes ganas de hacer amistad… puedes. Si dices: “Voy a dejarle un tupper a fulanita, la tienes a dos pasos” —añade Isabel mientras se asoma a la terraza de abajo, donde saluda un vecino que dice no conocer. A continuación, nos señala la casa de su amiga Lola, que ahora vive donde antes lo había hecho Joan Margarit.

—Isabel… ¿Queda algo del Walden utópico?

—Mira, ahora el Walden es una comunidad cualquiera… Y como en la viña del señor, aquí hay de todo: están la puta y el cura, ¡hace años que se han colado en el Walden! Esto es como cualquier otro pueblo —confiesa Isabel, que más tarde o temprano irá a vivir a Barcelona. Quiere “vivir la ciudad” y poder ir al cine sin tener que coger el coche.

Paredes del edificio Walden
EXPOSICIÓN CONMEMORACIÓN DEL 40 ANIVERSARIO DEL EDIFICIO | ESTEFANIA BEDMAR

 

Amplía la información en el mismo sentido Ton Ardèvol, ex presidente de la junta de vecinos, que por el 40 cumpleaños del edificio, declaraba en La Vanguardia: “Antes todos éramos más o menos iguales, de la misma edad, miembros de la clase media moderna con ganas de ir más allá, inconformistas dispuestos a vivir de una manera diferente… Este perfil ya no se mantiene”. Joan Carles Valero describe el ambiente de finales de los setenta del mismo modo: “Todos los vecinos se conocían y cada casa organizaba una actividad; todos los habitantes eran más o menos de la misma edad, miembros de la clase media moderna e inconformistas dispuestos a vivir de una manera diferente”. Esa imagen contrasta con la actual: Isabel, que ha sido una de las vecinas más activas del inmueble, ahora está ya cansada de la poca implicación. La última aventura, crear una Comisión de Cultura que puso en marcha —entre otras cosas— una biblioteca social a los pies del edificio, se ha desintegrado.

—Todo es voluntario. Y, sinceramente creo que cuando mi generación muera o se marche… no sé qué será del edificio.

Pero no todos los vecinos del Walden-7 opinan igual; entre más de mil vecinos, las voces son discordantes. “Somos como un pequeño ayuntamiento que nos auto-gestionamos, organizamos actividades y defendemos propuestas en beneficio de los vecinos”, comenta la presidenta de la junta directiva de 2013, Marta Nebot. Nebot señala, eso sí, como objetivo principal, mejorar la comunicación entre la junta y los vecinos para favorecer la convivencia: el Walden tiene un presupuesto muy elevado, también unos gastos acusados (recogida autónoma de basuras y casi media docena de empleados pagados por la comunidad), y eso no es fácil de gestionar sin gente arrimando el hombro.

Fuente apagada del interior del edificio Walden
LA FUENTE DEL INTERIOR DEL EDIFICIO, SÓLO ENCENDIDA ALGUNAS NOCHES | ESTEFANIA BEDMAR

 

La Manzanera, otro de los edificios emblemáticos del Taller d’Arquitectura Bofill ha iniciado su reconocimiento como Bien de Interés Cultural… Uno de los proyectos que podría afrontar el Walden-7 para asegurar su supervivencia. “Bien de Interés… no lo sé, eso te obliga a cosas que no sé si la gente quiere asumir”, matiza Isabel mientras paseamos por la Calle Chaplin, ya en el final de la visita (Isabel llega tarde a sus clases de pintura). Para hacer del Walden-7 un Bien de Interés Cultural haría falta una gestión vecinal que se intuye lejana; las asambleas generales de vecinos no llegan a las sesenta personas, de entre las casi mil que conviven en el inmueble.

Edición a cargo de Gerardo Santos
Edición fotográfica a cargo de Estefania Bedmar
Traducción al catalán por Oriol Soler
Planta baja del edificio Walden
RINCONES SOMBRÍOS EN LA PLANTA BAJA DEL WALDEN | ESTEFANIA BEDMAR

 

Puerta de entrada a una de las viviendas del edificio Walden
LAS ENTRADAS A LAS CASAS, EN FORMA DE TUBO, RECOGIDAS E ÍNTIMAS | ESTEFANIA BEDMAR

 

Buzones del edificio Walden
UNA DE LAS FILAS DE BUZONES DEL MILLAR DE HABITANTES DEL EDIFICIO, EN LA PLANTA BAJA | ESTEFANIA BEDMAR

 

Detalle de los buzones del edificio Walden
A LO LARGO DE LOS AÑOS, EN EL WALDEN HAN VIVIDO PERSONALIDADES COMO J. A. GOYTISOLO, CARLES BOSCH O JOAN MARGARIT | ESTEFANIA BEDMAR

 

Puertas del edificio Walden
UNO DE LOS LOCALES COMERCIALES QUE ACTUALMENTE SE ENCUENTRAN CERRADOS O RECONVERTIDOS EN OFICINAS A PERSIANA BAJADA | ESTEFANIA BEDMAR

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— Cuarenta años después de la construcción del edificio distópico en Sant Just Desvern menguan sus propietarios ‘históricos’; y, con ellos, muere el ideal utópico de sus promotores

— La ‘gauche divine’ ha dado paso a una comunidad heterogénea, que enfrenta problemas como los de cualquier escalera de vecinos (con algunas incertidumbres añadidas)

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