
— La cooperativa Gimnàs Sant Pau ha de reunir 16.000 euros antes del 28 de abril para mantener el centro abierto a la vecindad
— El gimnasio cumple una función social meritoria en un barrio seriamente gentrificado, después de la rehabilitación del mercado de Sant Antoni y de las operaciones de especulación inmobiliaria que lo han acompañado
Once de la mañana del domingo 9 de abril. Cerveza, bravas, gafas de pasta y primeras pieles enrojecidas. La mayoria de hosteleros del Poble-sec y de Sant Antoni han bendecido al sol primaveral por las terrazas llenas de turistas de la calle Parlament. Pero en el Raval, hoy, hay otras historias para agradecer: el gimnasio Sant Pau celebra su 75 aniversario, tiene cerca la seguridad de vivir tres años más, como mínimo, en el barrio y está a punto de pasar de ser una empresa a una cooperativa. Un cambio, este último, que permite la supervivencia del equipamiento, amenazado de cierre durante meses, y que beneficia la integración social de los vecinos del Raval. Todo eso, sin embargo, no pasará si no reúnen 16.000 euros antes del 28 de abril.
El paso de los coches en la Ronda de Sant Pau está cortado. Hoy, las protagonistas son las personas. Delante del número 46 se ha plantado un humilde escenario alrededor de un centenar de sillas de plástico, una barra de bar y las mesas de lo que parece ser una comida popular: “Paella vegana o pez, vermut y vino por 5 euros”, apunta en una pancarta un hombre de unos cincuenta años, delgado y de gesto despierto. Y más abajo: “Consigamos los 16.000 euros para salvar definitivamente la deuda del gimnasio”.
Unos metros más allá, Ernest Morera, el director del equipamiento deportivo y una de las caras más visibles en los medios de comunicación desde que el pasado mes de enero el gimnasio recibiese la orden de desahucio, charla con la mujer que vende los tiques. Ella supera la sesentena y comparte muchos rasgos físicos: es su madre y una antigua trabajadora de limpieza del gimnasio.
El gimnasio adapta sus horarios en época de Ramadán, hay vestuarios para personas transexuales y facilita acceso gratuito a los jóvenes del barrio que consiguen aprobar los estudios cada trimestre
Por ahí anda también Jordi. Vive en el Raval, es socio del gimnasio Sant Pau desde hace casi dos años y echa una mano como voluntario en la gestión de las cuentas. Me atiende en el vestíbulo, para huir de los primeros rumores de alegría que acompañan la jornada en la calle: “El gimnasio consigue demostrar que no existe el conflicto en un barrio tan heterogéneo como el Raval: aquí hay mujeres que se bañan con burka, hay vestuarios trans, se llevan a cabo proyectos de inserción con diferentes colectivos… la mejor explicación de cómo es el Raval es este gimnasio”, apunta. Jordi empezó a colaborar con el centro cuando descubrió el trabajo social que se ahí se vehicula: “Es un trabajo que debería hacer el Ayuntamiento, la Generalitat o el Estado y que está haciendo la propia gente del barrio”.
Llegan las asistentes más puntuales al acto. Ocupan las primeras filas de sillas mientras suena la música y tres chicas de diferentes nacionalidades suben al escenario acompañadas de Sònia, una de las monitoras de baile: “Me gusta mi trabajo porque ayuda a la gente a ser más feliz. Estamos delante del gimnasio más antiguo de Barcelona y tenemos que luchar para mantenerlo abierto”, dice.

Este punto de la Ronda de Sant Pau vuelve a ser un cruce de historias muy diversas donde todas las realidades caben. “Incluso la carrera más larga empieza con un primer paso”, se lee en el interior de una de las paredes del gimnasio. Todas ellas están decoradas con frases motivadoras de este estilo. Son las mismas paredes que dan la bienvenida a más de 1.000 personas usuarias al largo del año. De estas, alrededor de unas 700 lo hacen sin pagar, a través de convenios formales o no formales con entidades sociales del barrio y gracias a la flexibilidad de las cuotas, que se adaptan a la situación económica de las socias.
Me adentro en los pasillos del gimnasio. Hay una piscina, una sauna, una sala de máquinas de fitness, salas de clases dirigidas. Sus puertas están abiertas a todas las personas del Raval, a cada una de las culturas, diversidades y posibilidades económicas. El gimnasio Sant Pau se ha convertido en una alianza social para el barrio en todos los niveles. Se trata del primer equipamiento deportivo que ha admitido a personas en situación de irregularidad. Cuenta con más de un 50% de profesorado migrante en el equipo, tiene socios sin techo, adapta sus horarios en época de Ramadán, hay vestuarios para personas transexuales y facilita acceso gratuito a los jóvenes del barrio que consiguen aprobar los estudios cada trimestre. Además, ha atendido sin coste a más de 400 niños y niñas en riesgo de exclusión social a través de un convenio con el Casal dels Infants del Raval y ha dado la bienvenida de manera gratuita a 300 personas vinculades a colectivos como la Casa de Recés y la Associació Catalana per a la Integració d’Homosexuals, Bisexuals i Transsexuals Immigrants (A.C.A.T.H.I.).
Hoy es la fiesta para todos y todas, pero la seguridad de este proyecto no fue siempre tan firme. A causa de la subida del 21% de IVA en 2012 y de la flexibilidad de pagos de las cuotas, el inmueble arrastraba una deuda insostenible. Y, como consecuencia, el pasado 9 de enero el gimnasio Sant Pau recibía una orden de desahucio. En ese momento, se abrió a partes iguales el grifo de la incertidumbre y la lucha de todas aquellas personas que hoy, justamente tres meses después, están de celebración.
“Pensábamos que la celebración del 75 aniversario sería complicada a nivel emocional porque no hemos sabido qué pasaría con el futuro del gimnasio hasta esta última semana. Finalmente, hemos tenido la suerte de firmar la ampliación de contrato y tenemos la esperanza de empezar de cero, sin ninguna deuda pendiente, para que el gimnasio continúe cumpliendo su función social”, reconoce Ferran Aguiló, que forma parte del grupo de trabajadores que han contribuido al proceso de convertir el gimnasio de sociedad limitada a cooperativa.
“Se hizo un análisis —dice Ferran—, de la situación económica para ver la viabilidad del centro y para pasar de ser empresa a cooperativa. La amenaza estaba en el hecho de que la propiedad plantease que nos marchásemos por la deuda acumulada. Durante este tiempo hemos estado sometidos a una tensión continua por el hecho de ser consciente de la realidad económica, de asumir que la buena voluntad no es suficiente y que hacía falta ser más rigurosos con el proceso”, reconoce Ferran.

Pero la presión de la propiedad para desahuciarlos y construir un proyecto turístico no deshizo la unión del gimnasio: después de largas semanas de negociaciones, han encontrado la solución a una problemática que afecta a todo el barrio. Finalmente, y gracias al movimiento vecinal y al apoyo de las instituciones públicas, la propiedad ha renunciado a 24.000 euros de la deuda acumulada y el resto —unos 16.000— tendrán que ser abonados antes del próximo 28 de abril. Por este motivo, el gimnasio Sant Pau anuncia, en la celebración de su 75 aniversario, una campaña de Croedfunding que permita pagar esta cifra. El acto del 9 de abril fue el primer paso en este camino.
El Ayuntamiento de Barcelona ha comprado el bloque de seis plantas que corresponde a la parte trasera del gimnasio y que está ubicado en el número 10 de la calle Reina Amàlia. El espacio será destinado a vivienda social. Durante la conversación que han mantenido en el escenario los activistas invitados a la fiesta del domingo —David Bravo, Iñaki Garcia, Iolanda Fresnillo y Àlex Gimenez— se ha dado a conocer que “en todo este cielo azul que se ve por encima del Sant Pau edificio destaca porque solo tiene dos plantas] se ha calculado que cabrían 60 pisos de vivienda social para los vecinos y vecinas del barrio del Raval”. Con la adquisición del boque trasero, quizá la quimera va haciéndose realidad. Como mínimo, parece que la administración está dispuesta; de hecho, en la celebración se ven caras conocidas del Districto de Ciutat Vella.

Pero no solo hay gente de las instituciones. La del Sant Pau no es una lucha aislada: también han venido otras caras de las luchas sociales barcelonesas, entre ellas algunos miembros del Sindicato Popular de Manteros. “Es importante saber que el gimnasio cumple, desde hace mucho tiempo, la función social y solidaria que comporta el cooperativismo. Es importante para los movimientos sociales y cooperativos de la ciudad —dice Ferran, con optimismo en los ojos— . “A partir de ahora, las personas que se apunten en este gimnasio y no vayan por falta de tiempo o por pereza sabrán que su dinero se está invirtiendo en un proyecto social y colectivo de transformación”. La del Sant Pau no es una lucha aislada: en la celebra.
El jaleo en la Ronda de Sant Pau no impide volver a coincidir con el hombre que escribía el precio de la comida popular sobre la pancarta de la entrada. Se llama Gerardo y se encarga del mantenimiento y la limpieza del gimnasio desde hace dos años y medio. Consiguió huir del paro gracias al Sant Pau. Él ofrece el último motivo para celebrar que este espacio está más vivo que nunca: “Me satisface saber que el carácter patrimonial de este gimnasio no se perderá por un negocio turístico. Este es uno de los tres baños públicos que se crearon en Barcelona en los años 40 para cubrir una necesidad social”. Observo el espacio: la estructura del equipamiento mantiene la de aquellos inicios. Y su misión tampoco ha variado demasiado: acabada la Guerra Civil y en plena posguerra, la política franquista fue construir los Baños Populares. Se trataba de tres instalaciones públicas de la Sociedad General de Aguas de Barcelona, que disponía de duchas, bañeras, baños de vapor y piscina. La primera de estas se inauguró en la Ronda de Sant Pau el 21 de noviembre de 1940.
Con instinto de supervivencia y de transformación social levanta el puño el gimnasio Sant Pau. Ernest, micrófono en mano en el escenario, lanza el reto al barrio: “Tenemos tres semanas para salvar el Sant Pau durante 75 años más”. Ya es mediodía y huele a paella y también a resistencia.