
— Son solo cinco los kilómetros que separan Kobane, ciudad siria sitiada por Estado Islámico (EI), y Suruç, población kurda y refugio de miles
— El fotógrafo Italo Rondinella documenta la vida de los refugiados kurdos en frontera turco-siria, hombres y mujeres que lo han perdido todo: vida, ciudad, familiares, amigos
El 16 de septiembre de 2014, Kobane, en el norte de Siria y a solo unos pasos de la frontera turca, saltó al ojo mediático. Kobane, en sirio Ay-Al-Arab y de mayoría kurda, fue tomada por las tropas de Estado Islámico (EI) y se convirtió en un territorio sitiado y mártir ante el silencio internacional. El ataque de EI a los kurdos suponía reabrir un debate no cerrado en Occidente, paralizarlo, dejarlo sin respuesta. En octubre, Washington, organizó bombardeos aéreos, pero nunca hubo una intervención terrestre necesaria para derrotar a los yihadistas.
Durante cuatro meses de largos días y largas noches, Estado Islámico sembró de muerte y horror la ciudad mientras el ejercito turco permanecía inmóvil en la frontera, mirando, y la comunidad internacional no intervenía; las explosiones eran visibles desde las azoteas de las ciudades turcas fronterizas. A Estado Islámico solo se enfrentó la resistencia kurda, formada por mujeres y hombres del ejército nacional del Kurdistán sirio (YPJ y YPG) y por la guerrilla del PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán, presente en el sureste de Turquía). Mientras, miles de familias huyeron de Kobane, una ciudad en ruinas, y se refugiaron en Suruç, un pueblo rural en la provincia de Sanliurfa, en Turquía, a menos de cinco kilómetros Kobane.
El 26 de enero de 2015, las milicias kurdas liberaron Kobane y, durante cinco meses, la ciudad vivió en una tensa calma, demasiado cerca de la guerra.
En junio del 2015, empezó una segunda ola de terror en Kobane: los yihadistas procedentes de diferentes puntos de la frontera –el Observatorio Sirio de Derechos Humanos (OSDH) denunció que algunos habían llegado a pie desde Turquía y que también salieron por ahí– golpearon brutalmente con bombas el centro de la ciudad: al menos 150 personas murieron en Kobane y 26 personas fueron asesinadas en la aldea kurda de Berx Botan.
El fotógrafo Italo Rondinella, que desde el 2013 vive en Turquía trabajando especialmente la cuestión kurda, hizo este trabajo entre las dos olas de terror: cuando en Suruç, donde se amontonaban los refugiados que habían podido salir de Kobane , decidían si quedarse o regresar a una ciudad ruinosa, fantasma, pero la suya.
En sus notas de campo, hay demasiadas familias que lo han perdido todo, hay hombres comunes convertidos en soldados porque en Kobane mataron a padres y hermanos. Hay jóvenes kurdos que son voluntarios y se las ingenian para que el mar de plásticos y miedos que es un campo de refugiados sea más humano, solo un poco más humano.
En Suruç, en marzo 2015, había cinco campamentos de alojamiento y asistencia, gestionados por el Partido de la Democracia de los Pueblos (HDP), el partido político turco pro-kurdo y que, en junio del 2015, por primera vez entró en el Parlamento, haciendo perder la mayoría al Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), el partido islamista del Recep Tayyip Erdogan que había estado 13 años en el poder.
En marzo 2015, Rondinella se alojó en el Centro Cultural de Amara, a donde llegaban activistas, militantes de HDP y periodistas europeos. El mismo lugar donde, el 20 de julio de este año, murieron 34 jóvenes y un centenar resultaron heridos. Era lunes, había una reunión de jóvenes de la Federación de Entidades Juveniles Socialistas (SGDF, por sus siglas en turco). Un muchacho leía un comunicado de prensa llamando a colaborar en la reconstrucción de Kobane.
En el patio del centro cultural estalló una de las bombas. No fue el único episodio de de terror que hubo en Turquía hasta la segunda elección el primero de noviembre. El día 10 de octubre de 2015, tuvo lugar en Ankara, capital del país, el atentado más grande de la historia de la república turca. Durante una manifestación organizada por “la paz, el trabajo y la democracia” y contra las políticas del Gobierno de AKP, una doble explosión causó la muerte de 102 personas y dejó más de 400 heridos. Fue una verdadera estrategia para subir la tensión y reencender el sentimiento nacionalista del pueblo turco, que en las nuevas elecciones del día 1 de noviembre devolvió al Partido de Erdogan la mayoría parlamentaria.
Este trabajo inédito documenta y narra la nada y el sufrimiento, la decisión inhumana de regresar a una ciudad fantasma donde están tus muertos o quedarte en un campo de refugiados donde solo hay tiempo y espera.











