
— "Algunos pensaban que éramos unos saltimbanquis de extrema izquierda, unos impresentables... pero somos profesores, gente preparada, gente educada"
— El concejal, al frente del distrito de Sant Martí, es el encargado de revertir las políticas de vivienda de los anteriores gobiernos municipales
Cuando Ada Colau y su equipo de Barcelona en Comú (BeC) le propusieron a Josep Maria Montaner alguna concejalía, él puso dos condiciones: ni Ciutat Vella ni Urbanismo. Demasiada tensión, demasiados problemas. Al final fue Sant Martí y Vivienda. Tampoco son ningún oasis. Sant Martí es el distrito más poblado de la ciudad –si fuese una ciudad sería la tercera más grande de Catalunya– y la vivienda es uno de los ejemplos que evidencian que la capital catalana es una ciudad tan rica como desigual. La Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) informa que actualmente se producen unos 20 desahucios cada semana en Barcelona. En la misma ciudad donde según el Instituto Nacional de Estadística había 88.000 pisos vacíos en 2011. Revertir la injusticia de la imposibilidad del acceso a la vivienda libre para todos los ciudadanos es difícil. Montaner lo sabe: “La cuestión de la vivienda es irresoluble en el sistema capitalista de mercado. Es el segundo elemento de dominación del sistema después de la plusvalía del trabajo”, declaraba en el debate sobre vivienda que SomAtents publicó hace unos meses.
Hace más de treinta años que Josep Maria Montaner trabaja en el ámbito de la arquitectura, el urbanismo y la vivienda en Barcelona. Primero, desde los estudios universitarios de Arquitectura en la Universitat Politècnica de Catalunya (UPC), teorizando sobre las tendencias urbanísticas y publicando libros y artículos durante décadas. Hace diez años, a pie de calle, defendiendo las iniciativas de Can Ricart y Can Batlló, por ejemplo. No hace ni dos años, ayudando a formar aquello que se empezó llamando Guanyem y después fue Barcelona en Comú. Desde el 25 de mayo, como concejal electo.
Montaner es un animal de biblioteca, un catedrático, un intelectual; pero en el despacho donde nos recibe no hay montañas de libros, ni desorden. Solo unos cuantos volúmenes en una pequeña estantería. La mayoría versan sobre aspectos técnicos del urbanismo, pero durante la entrevista Montaner destacará uno que relaciona arquitectura y política: El Vicio del Ladrillo, libro en que el periodista Lluís Pellicer recopila los excesos del sector inmobiliario español entre 1997 y 2007. Lo cita de memoria, lo busca en la estantería, pero no está; dice que debe de estar en casa.
En el despacho abunda el blanco y la sobriedad: en las paredes, solo dos mapas enormes de la ciudad. El concejal no estrecha la mano con fuerza excesiva. Casi mejor. Con las manazas que tiene podría rompernos tres o cuatro falanges. Antes de empezar a hablar, tose y se aclara la voz; acostumbra a hacerlo antes de cada respuesta.
– Nací en la calle Dos de Maig. Según la ordenación actual de los distritos, en el distrito de Sant Martí, en el barrio del Camp de l’Arpa del Clot; aunque siempre había pensado que eso era el barrio de la Sagrada Família. Cada acera pertenece a un distrito diferente, los números impares al distrito de l’Eixample, los pares al de Sant Martí.
– ¿Cómo recuerdas vivir en ese barrio, en esa casa?
– Recuerdo jugar en la calle, no pasaban coches, iba al colegio yo solo, con el tranvía, con 11 años. Nos escapábamos, hacíamos gamberradas…
Hace treinta años, Josep Maria Montaner recordaba alguna cosa más de su infancia, por ejemplo, que representaba obras de teatro en el rellano. Aquellos recuerdos los dejó escritos entre 1985 y 1987 en un dietario llamado Fills de Blade Runner (Editorial Columna, 1991), con prólogo del arquitecto Oriol Bohigas, quien después fuera concejal de Cultura en el Ayuntamiento de Barcelona entre 1991 y 1994.
Otro de los recuerdos que quedaron plasmados en ese dietario lleva a su casa de infancia. En julio de 1986, antes de irse de vacaciones, visitó el piso de sus padres para ver, por última vez, la luz del sol colarse por las ventanas de la parte posterior de la casa. El edificio de delante estaba en obras para levantar más pisos y aquellas vistas de infancia se perderían para siempre.
Durante sus estudios en la facultad de Arquitectura, Montaner participó en grupos de lectura trotskistas y marxista-leninistas y asumió “el anticapitalismo como ideología personal”. También formó parte del Movimient Universitari d’Estudiants Cristians, pero se hizo agnóstico cuando hizo la mili y vio a su capellán castrense pegando tiros con tanta vehemencia, según recoge en su libro Fills de Blade Runner. Acabó Arquitectura en 1977 y su proyecto final de carrera abordó la proyección del nuevo museo de Zoología de la Ciutadella de Barcelona.
Al acabar la carrera, Montaner empezó a estudiar Historia Moderna y Antropología, pero la abandonó. Igual que dejó de lado la práctica arquitectónica. Lo que realmente quería hacer era investigar y teorizar sobre arquitectura e historia. Acabar la tesis doctoral. Eran también sus primeros años como profesor de Arquitectura en la Universitat Politècnica de Catalunya (UPC) y en la Escola Superior de Disseny i Enginyeria de Barcelona (la ELISAVA, un centro privado adscrito a la Universitat Pompeu Fabra). Montaner se quedó en un terreno intermedio entre la práctica y la conceptualización.
En la arquitectura trabajas el espacio, pero en política trabajas más bien el tiempo: el tiempo inmediato de los ciudadanos, de los problemas repentinos que salen en la prensa y de los problemas que te plantean los adversarios políticos y del tiempo prolongado, el de las políticas que tienes que preveer y planificar
En 1983 nace su segunda hija, Clara. Años antes nació Rita, las dos fruto de su matrimonio con la maestra Mariona Augé. Aquel año se doctoró en Arquitectura por la Escola Tècnica Superior de Arquitectura de Barcelona (ETSAB-UPC) cum laude con la tesis doctoral La modenización del utillaje mental de la arquitectura en Catalunya (1714-1859), gracias a la que consiguió el Premi Serra d’Or a la Investigació (1991) y el Premi Lluís Domènech i Montaner (1984) del Institut d’Estudis Catalans. En 1986, con 32 años, obtuvo la plaza de profesor titular en la UPC.
“Vivo entre libros, en función de los libros. Como aquel personaje de Joost Warte leyendo dentro de una bañera llena de libros (…). Necesito ese diálogo silencioso con los pensamientos de otros”, asegura en la página 144 de su dietario, quedan 66 por delante. Montaner también sabe disfrutar del ocio. Las referencias a reuniones con otras parejas para ir a cenar o a inauguraciones artísticas y culturales o simplemente para tomar unas copas son constantes en su libro Fills de Blade Runner. El Montaner de los años 80 combina una vida dedicada al trabajo teórico con el cultivo de las amistades y el ensanchamiento de su círculo social dentro del mundo de la media burguesía culta barcelonesa.
En el libro, que escribió justo cuando estrenaba la treintena, se definía como un “ex-progre reciclado que observa la posmodernidad, aquello que tanto odia Manuel Vázquez-Montalbán”. Es esta generación la que él bautiza como la de los hijos de Blade Runner, la que marca la personalidad de Montaner. Una suerte de gauche divine barcelonesa que se encuentra “entre el antiguo deseo de transformar la sociedad y el gradual acomodamiento en un mundo que lentamente nos deja disfrutar de algunos de sus atractivos”.
Con su primera pareja y sus dos hijas, la familia se muda de la calle del Secretari Coloma a un piso de la calle Bruc. Montaner demuestra un gran interés por las casas, la manera de habitarlas i las costumbres que se derivan. Es en su casa, en su escritorio, donde desarrolla buena parte de su inmensa obra teórica (más de 40 libros editados), entre ellos este Fills de Blade Runner. “Entre el hombre y la casa (…) hay una relación misteriosa, profunda, existencial, que más allá de parámetros o de programas funcionalistas. La casa forma parte del itinerario vital: es la rememoración del útero materno y del cuerpo femenino, la casa de los juegos de infancia, la casa propia y, al final, la pequeña casa a la ciudad de los muertos”.
Treinta años más tarde, el 24 de abril de 2014, y en consecuencia a los cambios formales que han transformado el concepto de familia –pisos de estudiantes, compartidos, familias no-nucleares o multigeneracionales, personas que viven solas–, Montaner defendía desde las páginas de El País que las estructuras de las viviendas evolucionasen de forma paralela a como la sociedad ha cambiado la manera de habitar, en un artículo titulado Familias o unidades de convivencia. Aquí sí, el concejal destaca el papel funcionalista de la vivienda: <<Todas estas transformaciones [en las nuevas formas de habitar] reclaman cambios drásticos en la estructura y la forma de las viviendas, que deberían ser mucho más diversificadas y flexibles. Sin embargo, en el mercado inmobiliario escasean pisos disponibles para estos casos; predomina el piso convencional. Esta incapacidad de las administraciones y de los promotores para responder a una realidad tan variopinta, que reclama tanto pisos adecuados para personas que viven solas o para parejas, como pisos de un cierto tamaño y flexibles que se vayan adaptando a la evolución de las unidades de convivencia, es chocante y se refleja en la escasez de promociones a base de módulos combinables, transformables y crecederos.>>
Entra una reflexión y la otra hay casi 30 años. Aunque la primera se entienda desde un plano más bien filosófico y la segunda responda a una necesidad social en un contexto de vindicación, las dos están ligadas por la misma cuerda. La casa es la primera página de nuestro diario vital. Si la vida fuese un videojuego, nuestro dormitorio sería el main menu. Montaner lo entiende a la perfección y por eso apunta que si la estructura de las casas no responde a los cambios sociales, perderemos el primer vínculo telúrico del ser humano: habitar nuestra casa.
Montaner es concejal, es catedrático en Arquitectura, pero más allá de eso también es profesor universitario, teórico, investigador, historiador, escritor y promotor cultural. Desde que en 1987 pasó tres meses como becado en la Academia Española de Arqueología, Historia y Bellas Artes de Roma no ha parado de recorrer universidades europeas dando conferencias, el contenido de las cuales ha tocado los temas preferidos de Montaner: una nueva crítica arquitectónica, la relación de los procesos de empoderamiento ciudadano y el control de las políticas arquitectónicas por parte de la administración.
También ha asesorado iniciativas urbanísticas alrededor del mundo, como en el caso de São Paulo, Buenos Aires o Andalucía. Y escribe artículos desde hace tres décadas para El País y La Vanguardia. Una labor que el Ministerio de la Vivienda le reconoció con el Premio Nacional de Urbanismo a la Iniciativa Periodística en 2005.
–Antes escribía cada quince días en El País y lo tenía bastante fácil. Me preguntaba: ‘¿Qué ha pasado? Ah, la Sagrera’, y cogía y me cargaba a Trías, enviaba el texto a El País y ya está. Aun podría continuar escribiendo, pero me cuesta mucho. Tengo mucha información, una parte es privilegiada y no sé si la debería decir, tengo que medir lo que digo, no puedo hacer promesas que no sé si podremos cumplir. Es muy difícil.
Desde que es concejal, la hemeroteca del diario solo recoge un texto suyo, una revisión de los 100 días de gobierno de BEC titulada Post-modelo Barcelona. En el artículo, Montaner habla de defender el bien común por encima del bien privado. Uno de sus trabajos más destacados es la dirección del proyecto de investigación Arxiu Documental per a una Revisió Crítica del Model Barcelona, aprobado por el Ministerio de Ciencia e Innovación, y financiado por la Agència de Gestió i Ajuts Universitaris i de Recerca (AGAUR) de la Generalitat de Catalunya. Una de las conclusiones de esta investigación es que uno de los “defectos del modelo o método Barcelona ha sido haber relegado la realización de vivienda, y por tanto se ha ido hipotecando una manera de hacer muy poco social y cada vez más encarada al turismo”.
Ahora puedo hablar con los Mossos d’Esquadra de tú a tú, antes me daba miedo
–En los últimos años has bajado a la calle, te has acercado más al activismo social.
–Sí, a partir del año 2000 vuelvo a trabajar con asociaciones de vecinos, en la defensa de Can Ricart (2004-2006)y, por influencia de mi segunda pareja, que es muy activista y feminista, he vuelto a adentrarme en el mundo del urbanismo y la política.
Su segunda pareja es la arquitecta y urbanista argentina Zaida Muxí, con quien codirige el máster Laboratorio de la Vivienda Sostenible del Siglo XXI de la UPC. Máster que también se ha impartido en la Universidad Iberoamericana Ciudad de México, en 2011-2012. Muxí es una de las impulsoras del colectivo arquitectónico Punt 6. Una agrupación que, según su web, mantiene una filosofia de trabajo desde “la perspectiva de género interseccional que visibiliza las diferentes posiciones de poder y cómo influyen en el uso y configuración de los espacios”.
–¿Cómo se puede trasladar esta idea de feminizar la ciudad en el programa sobre vivienda de Barcelona en Comú?
–La igualdad de género debe ser clave, en los edificios públicos tenemos que favorecer las relaciones de igualdad y fortalecer la presencia de las mujeres, su opinión, su participación. Las viviendas nuevas que hagamos no pueden ser jerárquicas, la cocina debe ser grande y abierta de manera que tanto el hombre como la mujer puedan tener sus propios espacios… Aun no hemos comenzado, pero son los principios que queremos seguir.
Montaner asegura que la historia evidencia que mientras haya capitalismo, habrá un problema con la vivienda. El 13 de febrero de 2014 escribía en El País en un artículo titulado Habitar, a pesar de los bancos: <<En las condiciones actuales, de feudalismo inmobiliario, podríamos cambiar el título metafísico de Martin Heidegger de Construir, habitar, pensar o el horizonte existencial de habitar el presente, por la frase más posibilista de habitar, a pesar de los bancos. Es decir, luchar para poder seguir viviendo y trabajando con dignidad, a pesar de esta situación de evidente injusticia, con tantos desahucios y tantas viviendas vacías, y con tan pocas acciones desde unas Administraciones ausentes y unos bancos que han acaparado las ayudas de la crisis.>>
No es un lenguaje revolucionario, no es teórica rupturista. Montaner entiende que el capitalismo implica desigualdad, pero no insta a la gente a acabar con él. No lo hacía desde su tribuna en El País o en sus artículos en La Vanguardia antes de entrar en el gobierno municipal y tampoco lo hace ahora, ya dentro del consistorio.
Una comunicación digital con un par de alumnos suyos nos sirve para perfilar el Montaner profesor. Coinciden en resaltar que tanto él como Zaida Muxí (actualmente directora de Urbanismo en el Ayuntamiento de Santa Coloma de Gramenet) representan una de las pocas oportunidades en la carrera de Arquitectura para aprender el contenido político de esta ciencia social.
Hace dos años en el blog Masters of Concrete (una revista ficticia sobre arquitectura) publicó una (falsa) noticia con el siguiente título: ‘Josep Maria Montaner reescribe, sin querer, su propio libro’. El último párrafo describe con una fina ironía a Montaner como un profesor un tanto vanidoso: <<Aun con todo, Josep Maria no se retracta de su última obra. Para él esta edición, aunque dice exactamente lo mismo: ‘Es más sutil y más pausada, está más meditada, y trae una foto mía en la portada, con lo que mejora sustancialmente>>. Según uno de sus propios alumnos, Montaner sabe reírse de él mismo y se tomó con humor lo que publicaban sobre él en Masters of Concrete.
Los exalumnos consultados apuntan a que es un hombre honesto al que le gusta aprender de sus discípulos, que siempre citaba referencias o imágenes de trabajos hechos por ellos en años anteriores. También destacan su implicación en las reivindicaciones de los estudiantes, en una de las manifestaciones que le tocó vivir en la universidad no tuvo inconveniente en trasladar la clase a la Avinguda Diagonal, recuerdan.
Eso de cortar la Diagonal nos lleva automáticamente a un pasaje de su dietario, cuando en febrero de 1986 habla sobre una huelga que había paralizado la Escola d’Arquitectura durante tres semanas por una disputa entre aparejadores y arquitectos: “En la asamblea de hoy (…), me he visto por primera vez convenciendo a los alumnos a volver a clase, sosteniendo que la salida más digna a esta huelga de reivindicaciones conservadoras es reprender la vida normal. Y así lo han decidido en votación. Pero yo me he quedado con el extraño y amargo regusto de haber ejercido de político”.
El cuadro de la vida profesional de Josep Maria Montaner ya estaba pintado y enmarcado después de cuatro décadas investigando, analizando, criticando y enseñando arquitectura y urbanismo alrededor del mundo. Su nombre es reconocido en el círculo intelectual barcelonés, y también en el extranjero, y la pensión la tiene más que asegurada. Ahora, sin embargo, se ha colocado en el ojo del huracán político de la ciudad. Es el máximo responsable de las políticas de vivienda en Barcelona.
–¿De dónde viene tu interés por relacionar arquitectura y política?
–Desde la carrera, que escogí en principio porque la arquitectura también es una mezcla de arte, filosofia, urbanismo y política. Entonces fui muy activo políticamente. Aunque al tener hijos me alejé de estas prácticas, después volví y, así, sin dejar de escribir artículos y siendo profesor, acabé desembocando en la formación de Barcelona en Comú. No me hubiese imaginado nunca, recordando mi época de joven activista en la universidad, que entraría a un ayuntamiento de izquierda rad… bueno, de izquierda alternativa.

Ahora, treinta años más tarde de tener treinta años, Josep Maria Montaner trabaja desde las instituciones políticas. En un despacho en el Edifici Novíssim del Ayuntamiento, en la plaza de Sant Miquel. Con 61 años, el concejal de vivienda de Barcelona en Comú es un tipo con buena planta. Parece más joven, es atractivo. Es alto, ancho de espaldas, calza un buena suela y viste eso que diríamos entre casual y elegante. Coronan sus ojos castaños unas espesas cejas blancas al estilo Scorsese, sorprenden sus patillas de rocker y un sutil tupé, preludio de una densa cabellera blanca. Pero toma notas con una pluma estilográfica Montblanc y usa pañuelo de tela. Un pañuelo con que limpia sus gafas de pasta y, cuando lo hace, descubre unas enormes y oscuras ojeras bajo los ojos que casi se le comen las mejillas.
Montaner es un activista de despacho, de conferencia, de masterclass, que ha trabajado para dotar los estudios arquitectónicos de una vertiente política y social. Junto a Gerardo Pissarello representa la vieja-nueva guardia teórica del Ayuntamiento de Barcelona. La revolución del bien común debe contar con los activistas de pancarta, con los espectadores de Telecinco, con los quinquis y con los profesores izquierdosos de la universidad.
–¿Cómo es entrar en la política institucional, como se trabaja desde este despacho?
–Mi discurso como profesor no es el mismo que como político. Como concejal tengo menos libertad, menos margen para criticar. No puedo decir nada que no esté seguro que podemos hacer. Entrar en la política tiene un precio, hay riesgos. Hay quien se pensaba que éramos unos saltimbanquis de extrema izquierda, unos impresentables… pero somos profesores, gente preparada, gente educada. Ahora puedo hablar de tú a tú con los Mossos d’Esquadra, antes me daban miedo. En la sede del distrito de Sant Martí, por ejemplo, yo solo había ido una vez, para protestar por Can Ricart. Llevamos cenizas del incendio de Can Ricart y allí estaba la Guardia Urbana empujándonos y desalojándonos. Doce años después volví por segunda vez, pero ya como concejal de Sant Martí y la policia me hacía el saludo protocolario.
El plan de choque con que Barcelona en Comú llegó al poder centraba su primer punto en “evitar los desahucios por razones económicas”. No lo han conseguido, aunque la misma alcaldesa se personó, en los primeros días de su mandato, para parar algunos. Ada Colau se ha reunido con algunas entidades financieras para tratar la cesión de los pisos vacíos y ha impuesto una docena de multas a bancos por esta misma cuestión. El tema que aun no se ha abordado del todo es la comisión para declarar Barcelona zona de tanteo y retracto, es decir, la opción que el Ayuntamiento pueda comprar pisos vacíos a las entidades bancarias a precio de mercado o más bajo. En lo que llevamos de mandato, el gobierno municipal ha comprado 13 pisos a entidades bancarias gracias a este mecanismo. Montaner cree que es una buena manera de ampliar el parque público de pisos, pero señala las dudas éticas de dar dinero a los bancos que ya hemos rescatado con el dinero de los contribuyentes.
En general, se trata de revertir las políticas de vivienda del anterior consistorio y, por tanto, la cosa irá para largo. Pasará tiempo antes de empezar a ver resultados claros. La PAH, punta de lanza de la lucha por una vivienda digna en los últimos cinco años, recibe con esperanza la línea general de las propuestas, pero critica, por ejemplo, que de la reunión con los bancos no saliesen compromisos concretos. Tampoco apoya la propuesta del consistorio de crear 2.000 pisos de alquiler social. La sensación general es que hay demasiados pisos vacíos como para levantar otros nuevos.
Ante este panorama, a finales de octubre de 2015 el gobierno de Colau exigió a la SAREB la cesión de los 561 pisos vacíos que tiene Barcelona. Este paso fue posible gracias a la aprovación, en julio, de la ILP de Mesures Urgents per fer front a l’Emergència Habitacional i la Pobresa Energètica [posteriormente conocida como Lei 24/2015], promovida por la PAH, la Aliança contra la Pobresa Energètica y el Observatorio DESC.
El 19 de enero se celebró la primera sesión planria del Consell de l’Habitatge Social y allí Montaner hizo balance de las medidas tomadas en la materia hasta el momento. Destaca la creación de la Unitat Contra l’Exclusió Residencial, un organismo formado por 13 personas que deberá actuar para prevenir desahucios y hacer lo posible para cumplir la Lei 24/2015.
En cuanto a los números, el gobierno de Colau ha gastado 17,9 millones de euros en la compra de 158 viviendas destinadas a ampliar el parque público de vivienda, la mayoría (122) en Ciutat Vella. Por lo que respecta a las ayudas al alquiler, se destinarán de manera extraordinaria 11,8 millones de euros y se ha abierto la posibilidad de solicitar estas ayudas a las personas sin ingresos, cosa que antes no pasaba. Se han apuntado 3.882 personas. La distancia de las cifras no puede alejarnos del problema de exclusión social al que se ven abocadas las casi 54.000 personas que están apuntadas al Registro de Solicitantes de Vivienda con Protección Social (un dato estimado por el consistorio ya que hay más de 28.000 inscritos y la ratio de miembros por unidad de convivencia es de 1,9).
En todo caso, visto que el nuevo ayuntamiento no pretende acabar con el capitalismo (al menos, de momento, con los 11 concejales con los que cuentan), la vivienda continuará siendo un foco de tensión entre Montaner, su equipo y el poder financiero.
Cuando todo esto acabe, de aquí a cuatro años (“si es que los aguanto”, como dice él), Montaner, asegura, volverá a la universidad y a escribir artículos con regularidad.
En ellos podremos leer las cosas que ahora, a causa de su responsabilidad, quizá no puede explicar.