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Todas las voces de Svetlana

— La premio Nobel de Literatura 2015 Svetlana Aleksiévich conversa con SomAtents y con el público durante la feria Literal

— “El mundo ha vuelto a ser como antes: en la televisión rusa vemos continuamente imágenes de tanques, barcos y aviones de guerra”

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Svetlana Aleksiévich (Ucrania, 1948) nunca está sola. Con ella viajan los centenares de voces que ha escuchado desde la infancia y que ha ido recogiendo en sus libros. Así lo explicó aquella tarde de 2015 en Estocolmo, mientras recibía el Premio Nobel, y así lo hizo también en Barcelona durante su presentación en la feria LITERAL. Aleksiévich se dirigió a una sala llena, a la que habló sobre su objeto de estudio durante largas décadas de trabajo: este espacio pequeño y único que es el ser humano, donde todo pasa. Un espacio pequeño, pero que le ha permitido construir un género propio que bebe de la historia oral y que algunos llaman ‘novela de voces’. Estas voces que desde que era una niña le acompañan y que hablan, sobre todo, de amor, hasta cuando hablan de dolor, de guerras sin héroes, de pérdidas y de tristeza.

 

—En sus obras late una concepción de la literatura que se sirve del poder de la palabra para liberar. Una sensación que nos transmitía cuando describía, por ejemplo, en El fin del ‘homo sovieticus’ (Acantilado, 2015), las cocinas, los espacios de intimidad y aquellos ambientes donde el mundo podía cambiar si había suficiente gente que leyese Archipiélago Gulag de Solzhenitsyn. ¿Continúa habiendo esta fe en el poder de la literatura, así como en los tiempos de la disidencia y las cocinas?
—La cocina es un sitio único en Rusia. Es el parlamento, es la Iglesia y también es un lugar de encuentro, en el que se reúnen las familias. Después de la Perestroika, cuando la gente salió a la calle, las cocinas se vaciaron. Pero ahora, con Putin, la situación ha dado otro giro. Él mismo ha dicho abiertamente que es un dirigente autoritario. El país vive en un estado de histeria y la gente es encarcelada si participa en manifestaciones. Cuando la población tiene miedo, se vuelve a reunir en las cocinas.

—A nosotros nos parece que usted está dentro de la tradición del realismo ruso, de mirar al hombre pequeño y a la mujer pequeña de la calle, de la tradición de Chéjov y de Dostoyevski que llega hasta hoy en día. Pero, en cambio, algunos discuten que usted haga literatura y aseguran que elabora más bien una recopilación documental. Incluso usted misma se lo ha cuestionado. Entonces, ¿qué es literatura hoy?
—Es algo que me preguntan a menudo. Nuestra vida ha cambiado. Ahora estamos en otra época y somos otra gente. Todo evoluciona. Si analizamos la música moderna nos damos cuenta que hay muchos compositores que hablan de la música después de la música, que es una cosa totalmente diferente a como era antes. Lo mismo pasa con la pintura. Ahora nadie niega ya la existencia de las instalaciones como forma artística. Pero todo lo que tiene que ver con la literatura aún se reconoce como si tuviese que ser inmóvil. ¿Por qué? Recuerdo de mi infancia a centenares de voces de mujeres que habían hecho la guerra y que, para mí, sonaban como un coro griego. De este sonido tan potente, me decía, no se tiene que tener miedo. Hay que avanzar, no se debe de pensar que el documentalismo o el periodismo están solo limitados a unos hechos externos. Antes, se pensaba que un documentalista no podía escribir sobre la vida interior de los protagonistas y que no se tenían que tocar algunas cuestiones complejas. ¿Por qué un documento no puede vivir según las reglas del arte? Yo intenté hacerlo.

Los periodistas Laia Seró y David Vidal, del colectivo SomAtents, entrevistan a la premio Nobel de Literatura Svetlana Aleksiévich, en la Fira Literal de Barcelona
Estefania Bedmar ©

—Como método para escribir utiliza entrevistas que, por su extensión y por la cruda intimidad que hacen aflorar, generan un vínculo humano fuerte entre la periodista y la mayoría de las fuentes. ¿Cuál es la naturaleza de este vínculo y qué distancia interpone con el entrevistado, si es que la hay?
—Si yo me hiciese estas preguntas no me movería, no daría un paso adelante. No soy socióloga y no hago exactamente una entrevista cuando hablo con una persona. Se trata más bien de una conversación: comenzamos a hablar de la vida, como dos personas que, por casualidad, nos hemos encontrado en la Tierra. Cada uno de nosotros forma parte de una época, de unos acontecimientos, somos testimonios de nuestro tiempo, de nuestras esperanzas y utopías. Conversamos sobre todo: sobre cosas serias, pero también sobre la blusa que una lleva y sobre si se ha quemado haciendo un pastel. Es en ese momento en el que aparece la esencia del ser humano. Hay que ser una persona muy sencilla y no hay que tener miedo de no entender o desconocer alguna cosa. Tampoco se debe juzgar, porque a todos siempre hay algo que no nos ha salido bien en la vida. Ahora trabajo en un libro sobre el amor entre los hombres y las mujeres y, sinceramente, me doy cuenta de que los relatos de las mujeres son más potentes que los de los hombres. A veces no entiendo el relato de los hombres. Quizá no sé hacer las preguntas adecuadas. No me autocensuro y tampoco tengo miedo, pero quizá la única censura que sufro es la de no saber hacer las preguntas adecuadas. Para evitarlo, nos tenemos que sumergir en la vida del otro y hablar. Yo no busco personas con una vida trivial o banal, busco personas que reflexionan, que piensan y que viven de una manera consciente. Entonces es cuando empezamos a hablar de ciertas cosas.

 

La convivencia del pasado y el presente en el imaginario colectivo ruso

—Acaba de hablar de las mujeres en sus relatos. Desde que en 1985 escribió La guerra no tiene rostro de mujer (Debate, 2015) han pasado 30 años. ¿Ha cambiado algo en lo que respecta a la voz de las mujeres en nuestra sociedad, especialmente en un contexto de conflictos?
—Escribí este libro sobre la mujer porque vivimos en una época en la que hay leyes que permiten matar a las personas e, incluso, donde se dan medallas por hacerlo. Cuando mi padre hablaba de cuántos alemanes habían matado, yo, que soy de otra generación, no podía entender su entusiasmo. Cuando oía a las mujeres hablar acerca de la guerra, me daba cuenta de que la entendían como yo. La guerra no era una cuestión de heroicidad. Conversé con una mujer que había sido enfermera durante la guerra. Le habían encargado comprobar si aún había supervivientes en los campos de batalla. Ella me explicaba que le daba lástima ver cómo, entre la nieve, había trigo joven, como los soldados, y que los pájaros morían y caían al suelo, también como los soldados. Eso era lo que decían las mujeres. Se fijan en los detalles de forma consciente, lo hacen eternamente y creo que eso viene determinado por su genética. Yo quería escribir un libro para mostrar este sentimiento, ese misterio de la vida. No se publicó hasta que Gorbachov llegó al poder. Iba de una editorial a otra, hecho que favoreció que finalmente se publicase. La gente estaba preparada para aceptar esta verdad. En los años 90 éramos unos románticos, teníamos una visión muy idealista en los años de Gorbachov. Ahora, esto parece una fantasía, porque el mundo vuelve a ser como antes. En la televisión rusa vemos continuamente imágenes de tanques, barcos y aviones de guerra. Hemos perdido la fe en tener otra vida y, por eso, pienso que el libro La guerra no tiene rostro de mujer es muy contemporáneo.

Cuando los periodistas investigan temas económicos o políticos, corren un gran riesgo. Pero en nuestra profesión no hay salida, hay que llegar hasta el final. No se debe tener miedo ni recular

—Justo cuando usted publicó, gracias a la apuesta arriesgada de algunas editoriales, su obra se erigió como una voz disidente, en un momento en el que el periodismo tenía dificultades para seguir siendo periodismo. ¿Cómo cree que hoy en día el periodismo está asumiendo esta responsabilidad de visibilizar la injusticia social y las historias de los márgenes, lejos del discurso hegemónico? ¿Qué herramientas tiene?
—En cualquier sociedad, sobre todo en la nuestra, siempre habrá alguien que sufrirá. En la sociedad hay muchas diferencias, hay ricos y hay pobres. Solo durante la infancia las personas son iguales; después, cuando crecen, se vuelven muy diferentes. Hay demasiada gente que no entiende cómo piensa el otro y es por eso que en Rusia se asesinan periodistas. Cuando los periodistas investigan temas económicos o políticos, corren un gran riesgo, porque las clases dominantes no quieren repartir sus privilegios. Pero en nuestra profesión no hay salida, hay que llegar hasta el final. Cuando publiqué el libro sobre la guerra de Afganistán me amenazaron, incluso me juzgaron. Pero me salvó el tiempo: era la época de la Perestroika. Aun así, no recuerdo que me asustara ni reculase. Durante mi paso por aquella guerra, vi muchas cosas que hubiese preferido no ver, como el comportamiento de nuestros militares. Me desmayé, pero no decaí en ningún momento: tenía que ir hasta el final porque cualquier miedo podía quedar reflejado en el texto.

—Y en este contexto del que habla, ¿esta articulación entre periodismo y literatura puede ser un recurso potente para construir sociedades más libres?
—Por supuesto. Vosotros, los periodistas, sois los que hacéis posible ese vínculo. Hay muchos periodistas que hicieron esa transición del periodismo a la literatura, no solo en Rusia. Se ha hablado mucho de Solzhenitsyn y de Kapuściński, pero no son los únicos. Es una cosa completamente posible. Solo depende de vosotros.

Svetlana Aleksiévich, Premio Nobel de Literatura, en la entrevista con SomAtents en la Fira Literal de Barcelona
Carles Palacio ©

 

Putin es el tótem de Rusia

—En El fin del ‘homo sovieticus’ (Acantilado, 2015) explica que en su país usted creció en medio de un relato nacional propio, del que se desengañó en Afganistán. Pero, en cambio, en los primeros capítulos del libro explica cómo las nuevas generaciones a menudo se han olvidado de lo que pasó, y dice literalmente: “Me encuentro por la calle a jóvenes que vuelven a llevar la camiseta con la hoz y el martillo. Realmente dudo de si saben qué es el comunismo”. Nos gustaría preguntarle por esta ambivalencia de la gente que vuelve a asumir un discurso crítico y sale a la calle y que a usted le despierta antiguos miedos, suponemos.
—Esto no es exactamente así. Nosotros, los que hicimos la Perestroika, perdimos. La palabra democracia no existe en nuestra sociedad. Putin, que habla del sueño de un gran país, se dirige sobre todo a una juventud que acusa a nuestra generación de ser la que perdió ese gran país. Hay demasiada nostalgia. Cuando he viajado por el país he visto en las residencias de estudiantes las obras de Engels, Marx y Trotski. Como escribió Dostoyevsky: “Siempre habrá jóvenes en Rusia que soñarán con una nueva revolución”. Y estos jóvenes lo hacen. Nosotros pensamos que Putin es un monstruo que nos ha robado los ideales y que, por su culpa, hemos perdido, aunque nosotros también somos culpables de esta derrota. Las nuevas generaciones piensan lo contrario y encuentran en las obras de Marx, Trotski y Lenin lo que les da fuerza. Cuando les pregunto y les digo que todo esto es muy antiguo, me dicen: “Vosotros no lo supisteis hacer, pero nosotros sí lo conseguiremos”.

Putin es un monstruo que nos ha robado los ideales y que, por su culpa, hemos perdido. Dirige el deseo de millones de personas a las que han robado, han engañado…

Lo cierto es que Putin dirige el deseo de millones de personas a las que han robado, han engañado… Todo el mundo perdió. Solo un 7% se ha aprovechado de la gran riqueza rusa. Los demás no son nadie, no tienen nada, y se perpetúa esta división entre ricos y pobres. El capitalismo no se adapta bien a la mentalidad rusa. Cuando estuvimos en las plazas nadie dijo: “Todo el poder para el capital” y, en cambio, ahora, el capitalismo ruso es como el de los años 30 en Chicago. A pesar de todo, los jóvenes todavía creen en la idea de la gran Rusia. Es cierto que no había de todo, me dicen, pero la educación era gratuita, los libros, la sanidad… Estos jóvenes quieren pertenecer a un país poderoso y fuerte. Putin se aprovecha de este sentimiento y por eso es peligroso, como cuando se hablaba de la gran Serbia o la gran Alemania. Por suerte, la gente lee libros sobre cómo llegó el fascismo a Alemania, sobre cómo comenzó la revolución bolchevique en Rusia en el año 1917. Suerte que están estos sonidos subterráneos que nos dicen que estamos en una época muy peligrosa. Detrás del discurso de Putin se esconde la creencia de que, cuando todos nos tengan miedo, cuando tengamos más tanques y más aviones que los demás, seremos un gran país.

 

El amor, un sentimiento beligerante

—A nosotros nos inquietó mucho una cosa que dijo en el discurso de aceptación del Premio Nobel, cuando afirmó que en los tiempos que vivimos es difícil hablar de amor. ¿A qué se refería exactamente?
—En el discurso tenía que explicar quién era yo. Expliqué que tenía tres patrias, ya que mi padre es bieloruso, mi madre es ucraniana y yo he sido educada en la cultura rusa. Era difícil hablar más de ello en aquel momento, porque en Ucrania había una guerra. Yo amo a Ucrania, y por eso lo ligué con el hecho de que es difícil hablar de amor en tal contexto. Pero ahora estoy escribiendo un libro sobre hombres y mujeres que hablan de sus historias de amor, sobre el intento de ser feliz.

La Premio Nobel de Literatura Svetlana Aleksiévich en un momento de la entrevista con SomAtents en la Fira Literal de Barcelona
Carles Palacio ©

 

La técnica ‘Svetlana’

—Cuando usted habla con sus entrevistados, ¿hasta qué punto lo que dicen es lo que después aparece en los libros?
—Son voces desde el principio. Tardo entre siete y diez años en escribir un libro, y converso con 500 o 700 personas. Hay personas con relatos muy interesantes. Y entonces las visito entre cinco y siete veces más. Podéis imaginar la cantidad de páginas que tengo. Hay relatos que ocupan 200 páginas. Por tanto, la idea la concentro, porque es imposible incluirlo todo. Intento concentrar toda la vida del otro en palabras.

—¿Podemos decir, pues, que usted es literariamente fiel, no literalmente fiel, a lo que le cuentan?
—Por lo que respecta a los sentimientos, no hay notas a pie de página. Por lo que respecta al material, a la disposición, cuando hago media página, la compongo como una persona de letras.

—Una vez ha acabado con el tema tratado, ¿qué hace con las grabaciones y con las transcripciones?
—En los años noventa aún no sabíamos que se desmantelaría la Unión Soviética tan rápidamente, pensábamos en un socialismo de rostro humano. Di muchas cintas y miles de páginas al museo. Pero después, cuando el pueblo hizo la revolución, todo eso lo tiraron a la calle y desapareció, y no solamente las grabaciones. Sí conservo cintas del libro de Las Voces de Chernóbil (Debate, 2005), pero no, generalmente no las guardo. Eso sí, cuando ya no viva, tendrán que vaciar mi piso… ¡Hay miles, miles de páginas allí!

No soy historiadora, escribo la historia de los sentimientos. De toda la historia del hombre rojo lo que a mí me interesa es cómo el socialismo vive en el alma humana

—Ha habido algunas discrepancias con algunas de las fuentes una vez han visto publicado el material. Incluso en algunos casos ha llegado a juicio. ¿Por qué cree que pasó?
—Para conservar las cintas, las di a la gente. Pensé que las familias las conservarían. Estos casetes los presenté a juicio, y gracias a ellos pude ganar el pleito.

—Usted sabe que la Guerra Civil española fue la primera batalla de la Segunda Guerra Mundial. Y aquí esta batalla se perdió. Todavía viven descendientes de desaparecidos que aún están enterrados en los márgenes de los caminos. Desde esta perspectiva, le agradecemos los libros que ha escrito. ¿Usted considera que lo que hace es psicohistoria? Aquí en Occidente hay quien habla de desdemocratización. ¿Cree que lo que se está produciendo es un proceso de desmemoria?
Psicohistoria es un buen término, pero yo siempre digo que no soy historiadora, escribo la historia de los sentimientos. De toda la historia del hombre rojo lo que a mí me interesa es cómo el socialismo vive en el alma humana. Estos sentimientos son difíciles de esconder. Recuerdo el relato de un anciano que explicaba que primero encarcelaron a su mujer y después a él, en el ministerio de Asuntos Interiores. Durante la guerra lo liberaron para mandarlo al frente y sobrevivió. Cuando acabó el conflicto quiso reingresar en el partido —le habían quitado el carnet cuando le detuvieron—, y le dijeron: “No te podemos devolver a tu mujer, murió en la Kolimá, pero te podemos devolver el carnet del partido”. ¡Y él me confesó que se sintió feliz! ¡A ese hombre le habían robado a su mujer y era feliz porque le habían devuelto un trozo de cartón! Le pregunté cómo podía ser y me respondió que no podía juzgar a nadie por sus ideas porque pertenecía a otra generación. Yo lo que quería explicar era el peligro de este fanatismo, cuando la gente desaparece detrás de la utopía. Es una idea que existe en el alma humana y que es muy peligrosa.

David Vidal y Laia Seró, periodistas de SomAtents, en la entrevista con Svetlana Aleksiévitx, en la Fira Literal de Barcelona
Estefania Bedmar ©

 

¿Los hombres son de Marte y las mujeres de Venus?

—Usted ha dicho que a veces le cuesta entender los relatos escritos por hombres. Desde este punto de partida, ¿cómo se puede ofrecer un relato verosímil a los lectores cuando el que explica la historia es un hombre? ¿Qué método utiliza para superar la dicotomía hombre-mujer?
—Os pondré un ejemplo de lo que digo. Conocí a una mujer que me contó un relato maravilloso. Era una mujer que se había separado y me dijo que vendría con su ex marido, así yo podría preguntarle primero a ella y luego él me explicaría su versión. Ella me explicó cómo intentaba seducirla, que le regalaba flores… me explicó su amor. Luego también me contó la historia de su ruptura. En cambio, él no entendía cómo le había hecho tantos regalos, cómo había hecho tantas cosas por esa mujer, ni tampoco el daño que le había hecho al dejarla. Él ya estaba en otra fase, en otra pasión, y no había conservado los mismos detalles que ella. Cuando la mujer relató cómo se había sentido, él no pudo sino pedirle perdón y exclamó: “¡Me comporté como un idiota!” Entonces me di cuenta de que la mujer recuerda todos los detalles, que se entrega íntegramente al amor, mientras que al hombre esta parte de su vida creo que no le atrapa tanto. Tal vez los hombres dirán que no tengo razón…

Read it in english > All Svetlana’s Voices

Podéis volver a ver la entrevista en ‘La veu de les veus’.

Transcripción y edición: Carlos Baraibar, Helena Roura, Marta Alemany, Oriol Soler, Augusto Magaña y Yeray S. Iborra
Traducción al castellano a cargo de Gerardo Santos, Carlos Baraibar y Cristina Garde
Traduccón al inglés a cargo de Richard Thompson
Corrección de David Vidal y Cristina Garde

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— La premio Nobel de Literatura 2015 Svetlana Aleksiévich conversa con SomAtents y con el público durante la feria Literal

— “El mundo ha vuelto a ser como antes: en la televisión rusa vemos continuamente imágenes de tanques, barcos y aviones de guerra”

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