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Sábado sin resaca… y domingo de misa

— Un centenar de jóvenes viven en congregaciones religiosas en Cataluña, una tendencia al alza pero aún insuficiente para las necesidades de la Iglesia Católica

— Júlia, de 27 años, hace 3 que vive en comunidad con voto de castidad y pobreza. Jordi está en el último año de seminario después de un pasado como deportista de élite

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Este reportaje lo publicamos el 10 de marzo de 2015 y lo recuperamos ahora para celebrar el primer aniversario de la nueva web de SomAtents. El mapa religioso catalán ha vivido una transformación radical en las últimas décadas, aunque la diversidad religiosa tiene una larga trayectoria por estas tierras. Aunque los jóvenes está cada vez más lejos de las prácticas religiosas, en este reportaje quisimos explicar el día a día de los jóvenes en las congregaciones religiosas catalanas.

“Llega el primer sábado en el Seminario y me levanto. Rezamos, desayunamos… y son las 10 y no tengo nada que hacer -explica Jordi [nombre ficticio, como el del resto de jóvenes]-. Recuerdo haber ido a la capilla, hablar con Dios y decir: ¡es el primer sábado que no estoy resacoso desde quién sabe cuándo y ahora no sé que hacer! ¿Qué se hace un sábado por la mañana? Me costaba más no salir de fiesta que el tema de las tías. Ahora es diferente, ahora sé que para pasarlo bien tengo que llegar muy lejos y ya no me llena…”. Parece difícil encontrar jóvenes que, como Jordi, quieran dedicar la vida a Dios, pero la impresión de los responsables eclesiásticos es que ha aumentado ligeramente su número y que muy a menudo no buscan las vías tradicionales de expresar esta vinculación. También dicen que este número aún es insuficiente para responder a las necesidades de la institución (por ejemplo, no hay suficientes curas para llevar todas las parroquias). Jordi y Júlia son algunos de estos jóvenes que, después de muchas dudas, acabaron estudiando teología y adoptando la vida comunitaria.

Jordi es pura energía, sus manos no paran de subir y bajar como si estuviera dirigiendo una orquesta al ritmo de sus palabras: “Te estoy metiendo un rollo…”. Lleva un collar de semillas marrones que, combinado con una camiseta ancha e informal, le da un aire de “hippy cuidado”. Un cura hippy de 30 años.

– Siento atracción por los chicos, claro –comenta Júlia–. Pero es como cuando decides serle fiel a tu pareja. Yo he decidido serlo a Dios. Es el mismo pacto…

Mientras habla, Júlia no deja de mirarte fijamente a los ojos. Sus movimientos son suaves y delicados, pero su risa es ruidosa y espontánea. Una risa que le sube a la mirada, llena su pequeño cuerpo y hace menear la pequeña cruz que lleva colgada del cuello.

Pocas vocaciones pero más radicales

Cerca de 100 jóvenes viven de manera comunitaria en Cataluña, muchos de ellos con los votos eclesiásticos de pobreza, castidad y obediencia hechos, según explica el hermano Lluís Vives, responsable de comunicación de la Conferencia Episcopal Tarraconense. Según Francesc Romeu, cura y periodista, el nivel de vocaciones, es decir, aquellas personas que deciden dedicar su vida a Dios, aumenta a un ritmo muy lento, que en ningún caso cubre las necesidades de las parroquias y de sus entes religiosos.

El tono seguro y de clase magistral de Romeu se percibe desde el saludo inicial. Está acostumbrado a ser escuchado y, todo lo que dice, tiene un tono divulgativo con pretensión de ser sentencia.

– Hay una crisis de vocaciones porque es un mundo que se retroalimenta: si no tenemos personal joven, no podemos compartir la vida con los jóvenes de la sociedad. Los pocos jóvenes que entran a la Iglesia a menudo los utilizamos para alimentar la institución, dándoles cargos sin contacto con la población.

Es el caso de Jordi, quien, a punto de terminar periodismo, tiene bastante claro que utilizará sus conocimientos para realizas tareas de comunicación dentro de la Iglesia.

Pero aunque el nombre de vocaciones es aún insuficiente, continúan surgiendo. Bruno Bércha es delegado pastoral de Juventud en Barcelona y está acostumbrado a dirigirse a personas jóvenes, con un tono de voz suave que busca hacer sentirse escuchado y aceptado a su interlocutor: “La crisis de valores, en un mundo basado en consumir, en utilizar los objetos pero también las personas, hace surgir un vació espiritual, un momento de crisis donde los jóvenes se hacen preguntas y buscan a Dios. Así se entienden las nuevas vocaciones”.

Bruno pertenece a una generación posterior a la de Francesc y esta diferencia generacional provoca que tengan miradas diferentes sobre las nuevas vocaciones. Si coincidieran hablando algún día, seguramente podrían tener una conversación como la que sigue:

– Tenemos un revival de neoconservadurismo que vende una identidad cerrada de la Iglesia. El joven busca su identidad y lo hace creando un grupo muy cerrado, con un punto de radicalidad -lanza Francesc contundente.
– Pero es normal que las órdenes radicales tengan más vocaciones, porque si uno se hace monje o monja es o todo o nada… – un tono de duda constante impregna las palabras de Bruno.
– Esta radicalidad que dices a mí me pone los pelos de punta.
– Vivimos en un mundo donde la imagen es muy importante y el joven lo sabe y necesita explicitar su fe a partir de los símbolos. En tu época era diferente, necesitabais quitaros los símbolos, pero ahora están de vuelta…
– Estos símbolos representan una radicalidad que, repito, me da miedo. Dudo sobre si, en vez de querer hacer un vínculo con la sociedad, los neoconversos de los que estamos hablando, que se plantean la conversión y la vocación a la vez, en realidad buscan una ruptura con el mundo.
– Estás planteando que ser cristiano y cura es vivir en una burbuja y no es así. La dificultad está en vivir en el mundo con los criterios del Evangelio. Y puedes llevar símbolos, porque tienes ganas de compartir tus creencias con los amigos y familiares ¡y no pasa nada!
– Creo que ahora mismo son una minoría los que comparten el mundo con la gente, pero sería la situación ideal. La identidad debe estar marcada por una comunidad plural, donde haya personas de diferentes edades que se complementen y quieran vivir compartiendo su fe con el mundo que las rodea.

La comunidad de Júlia

La situación de Júlia es precisamente esta, ya que comparte la vida comunitaria con personas de diferentes edades, entre los 18 y los 60 años. Son cuatro chicas y tres chicos que viven en pisos separados por sexo pero pasan las principales horas del día juntos. Desayunan y rezan en casa de los chicos, comen según sus horarios (les cuesta coincidir ya que la mayoría trabaja, sobretodo en profesiones relacionadas con la pedagogía, y un par estudian) y cenan todos en casa de las chicas, donde terminan rezando juntos. Ahora ya hace tres años que viven juntos.

De momento la congregación todavía no es oficial y, por ello, Júlia no es monja, dado que los votos que ha hecho, a pesar de tener la misma validez para ella, no están aprobados por una congregación reconocida por el Obispado. “Los renovamos cada año, Manel y yo, que de momento tampoco quiere entrar en el Seminario”. Desde la congregación, sin embargo, están empezando a dar los primeros pasos para su reconocimiento y, de momento, el Obispo de la zona ya los ha visitado y los aprueba. Ha permitido que uno de sus miembros entre en el Seminario, Marc, quien pasa en el los días entre semana y comparte solo los fines de semana con la comunidad.

Júlia se mueve con calma por el piso compartido, con una sonrisa en los labios que transmite una gran tranquilidad. Enseña las estancias con un pequeño gesto de expectación, esperando una reacción del visitante que a menudo la debe sorprender.

La austeridad gobierna los espacios. Los muebles son los imprescindibles, todos de madera clara. El comedor es amplio, pero sólo hay una mesa con un banco y algunas sillas, así como un par de estanterías con muchos y muchos libros. Parece una pequeña biblioteca.

– ¿Dónde leéis? ¿No tenéis sofá?
– En la mesa, sentados o, si no hace mucho frío, en el suelo.

Una gran alfombra cuadrada, de color gris claro con bordes más oscuros, llena el trozo de comedor donde la mesa no llega.

– Ven, que te enseño el resto –me dice, mientras me guía hasta un pasillo que se abre a diferentes habitaciones–. Aquí duermo yo, en la litera de abajo. Arriba duerme Alba. Y Marina y Dolors hacen los mismo en la habitación del lado. Pero nos falta la habitación más importante… –dice con un tono misterioso–. Entra, entra…

Ante nosotras se abre una habitación de tamaño medio, con una gran alfombra que cubre el suelo. Es grisácea, cuadrada y de contornos oscuros… Exactamente igual que la del comedor. El único mobiliario del espacio es un pequeño altar de madera con una imagen de la Virgen María y el niño Jesús.

– Es el oratorio. Normalmente entramos todos, pero ya veremos el domingo como nos metemos…

El próximo domingo hay encuentro mensual del grupo bíblico joven. Se reúnen los miembros de la comunidad con jóvenes católicos, comentan las lecturas de la misa de la mañana, cenan juntos y rezan.

La comunidad se creó cuando Júlia se reencontró con Marc, su profesor de catequesis, y este con Marina, que también colaboraba en la parroquia. Ambos son jóvenes, cerca de los treinta largos. Mosén Josep, de mediana edad y cura de la parroquia, tenía muy buena relación con ellos y salió de él plantear una forma de vida comunitaria. Empezaron un período de prueba para saber cómo querían vivir, al que más tarde se sumó Dolors, de mediana edad, que era monja en una congregación de vida religiosa donde, sobre todo, se dedicaba a la educación femenina.

– Cuando la sociedad ya dispone de los servicios que antes ofrecíamos porque no estaban, como la educación o la sanidad, te preguntas el sentido de tu tarea…

Y así fue como buscó otra manera de vivir su vocación religiosa y encontró la comunidad a través de Mosén Josep.

– Es aquí donde debía estar –dice, convencida.

Más adelante se sumó Alba, que conocía a Júlia porque habían vivido juntas cuando era niñas en una comunidad religiosa en las Baleares, con sus respectivas familias. El último en unirse a ellos fue Manel, estudiante de filosofía de 20 años. Había sido monaguillo en la parroquia y buscaba, también, una manera de vivir su vocación.

Júlia vivió en una congregación cuando era pequeña. De mayor, su familia se movió hacia Cataluña, donde acabó estudiando educación social en la universidad. Fue cuando acababa la carrera que empezó a escuchar aquella voz que, en su interior, le decía que le faltaba algo. Tenía pareja, pero la acabó dejando cuando se dio cuenta de que quería dedicar su vida a la oración. Aún no sabía cómo. Ni la ex pareja ni sus amigos más cercanos se sorprendieron demasiado de la decisión. Siempre habían visto algo en ella que no acababa de estar bien, que no acababa de hacerla feliz. Se puso a estudiar teología como primera respuesta y, lentamente, se fue encontrando con los miembros de la que es ahora su congregación. Una congregación de la que se siente parte y donde puede vivir su vocación plenamente.

Cuando le plantean temas que para la Iglesia siempre han sido polémicos, como el aborto, responde convencida de sus creencias pero con un volumen de voz suave, que pone de relieve que es consciente de que sus opiniones a menudo no son compartidas.

– Con el aborto no puedo estar de acuerdo por el concepto que tengo de la vida y de la muerte. Aunque en casos excepcionales, una adolescente abusada, por ejemplo, habría que conocer el caso de cerca para poder opinar…

Deportista de élite y seminarista

Jordi, que había estudiado teología con Júlia, está viviendo en el Seminario mientras se hace cura. Lo acompaña una historia que, aunque diferente, tiene muchos puntos de contacto con la de Júlia.

Deportista de élite dedicado al hockey sobre hierba, estuvo convocado por la selección muchos años y participó en las Olimpiadas de Londres en 2012. De pequeño iba a una escuela del Opus Dei y su familia era muy católica. Antes de sentir su vocación, llevaba una vida dedicada al deporte y a salir de fiesta, muchas veces de manera extrema, aunque siempre iba a la iglesia los domingos, donde no comulgaba por la creencia interior de no estar preparado.

Estudiante de periodismo, la vocación se le empezó a remover cuando acompañó a su padre a Medjugorje, un pueblecito de Bosnia donde se dice que la Virgen, hace años, se apareció a unos chicos y aún hoy día dicen que se muestra. El lugar se ha convertido en un sitio de peregrinación al que ir para pedir milagros.

Tuvo varias novias, pero sentía que no eran lo que buscaba. Se fue dando cuenta de que salir de fiesta tampoco era lo que le llenaba, ni los estudios. Finalmente, entró en el Seminario el 2007 y desde la institución le dejaron combinarlo con las Olimpiadas de Londres. La sensación de Jordi sobre las nuevas entradas en el Seminario es que los últimos años llegan chicos con perfiles más normalizados dentro de la sociedad.

Después de un pasado tan movido, lo primero que sorprende es cómo vive Jordi el tema de la sexualidad. Habla sin rodeos, con un lenguaje muy sencillo y directo.

– ¿Las tías? Hay épocas que lo llevas mejor y otras pues… –se queda pensativo–. Comparo una relación con estar en el Seminario: llevo saliendo con una tía cinco años y el siguiente paso normal es que me case –haga los votos definitivos–. Pero nunca me he cerrado las puertas. No voy buscando otras tías, pero tampoco te cerrarás sin mirar ninguna otra tía porque te gusta esta. Ahora, hay más riesgo con los seminaristas, porque no tienes novia y tienes más facilidad parar quedar con una tía. A veces he quedado con otras tías para hacer un café y bien, pero pienso: si llevara cinco años con una tía, ¿quedaría con otra? Y me digo, eh, vigila…

Bruno tiene claro que muchas vocaciones viven de esta manera la relación:

– Un chico o chica no se hace cura si no siente un enamoramiento de Dios hacia él. Ahora bien, no te sientes mejor que nadie, sino quizás indigno. Al principio tú no entiendes nada y huyes, pero en un momento dado te acabas rindiendo.

En cuanto a la atracción sexual, Jordi no la niega y es un tema en torno al cual ha reflexionado mucho:

– ¿La atracción? Una cosa es reprimirla y otra integrarla. La profesora de moral sexual hablaba de esto. Reprimir es: no lo hago porque no puedo. Integrar es: no lo hago porque quiero no poder, al igual que cuando te casas. La diferencia es una. Yo renuncio a todas y un casado a todas menos una. Existe la parte humana en el sentido de poner los medios: no irás cada noche a hacer una copa a un bar de putas… Y la otra parte es la gracia de Dios. Tú pones los límites, pero él también te tiene que ayudar. Me ha pasado pensar “esta tía es especial” y puedes caer en imaginar qué habría pasado si la hubieras conocido antes. Hay gente a la que le ha pasado, ha salido del Seminario y se ha casado. Necesitas la ayuda de Dios si es tu camino. Nosotros entendemos el celibato porque tiene un sentido más allá, pero si quisiera casarme, hay un rito dentro de la iglesia, el bizantino, por el que puedes hacerlo. Te casas y luego pasas por el Seminario. También tiene sus inconvenientes: si tienes hijos y mujer no puedes dedicar todo el tiempo a la comunidad.

El tema de los anticonceptivos, así como el de la masturbación, lo tiene claro:

– Creo que debemos aprender a controlarnos, nos tenemos que educar en este sentido: no todo lo que quiero lo puedo tener. Si entiendes que detrás de una relación sexual hay algo más pues… Y masturbarse aún es más egoísta, buscas el placer en si mismo y para ti solo.

Reflexión en comunidad

Es domingo y toca encuentro del grupo bíblico. La mayoría son puntuales y las primeras conversaciones son animadas, alegres, llenas de complicidad. Casi todos se conocen de otros encuentros, pero siempre hay caras nuevas, que son recibidas con besos y contacto físico. Tocar es símbolo de recibimiento y acogida.

Dolors es quien organiza un poco más el encuentro.

– Venga, vamos pasando, que ya han tocado la media.

Son las seis y media, hora de vísperas. En silencio, van entrando en la pequeña habitación del oratorio. Se sientan y, después de unos minutos de silencio y reflexión, comienza la oración, llena de cánticos en latín y catalán, recitaciones y respuestas. Son 30 minutos intensos donde no todos participan. Algunos están en silencio, meditando, perdidos en sus pensamientos.

Normalmente estas oraciones se realizan en los conventos o espacios de rezo cerrados y, cuando se abren a otros miembros de la comunidad que no son de la propia congregación, se adecuan y se realizan oraciones más sencillas. Pero la congregación de Júlia quiere compartir toda su vida diaria con sus amigos y, por ello, realizan las mismas oraciones que hacen en la privacidad de la comunidad.

Los asistentes salen de la oración contentos, han cabido todos a pesar de las dudas. Se empiezan a disponer las sillas en círculo, una redonda que ocupa la mayor parte del comedor, y se leen las lecturas bíblicas de la misa de la mañana. Son unas lecturas del libro de Isaías, del Antiguo Testamento, complejas y llenas de simbología, que cuestan de descifrar.

Lentamente van saliendo a la luz pequeñas interpretaciones del texto, que ayudan a clarificarlo, al menos para aquellos expertos en la materia. El amor de Dios es el mensaje más claro:

– Creemos en la resurrección ya que en el mundo las heridas dejan señales –comenta Dolors.

– Anda a pie plano, no de puntillas. Confía y no te preocupes –concluye Mosén Joan, que a pesar de compartir algunos momentos con la congregación, por motivos de salud no vive con ellos.

De repente, en medio del encuentro, una de las jóvenes invitadas se despide de manera precipitada. Mueve las manos sin cesar, llena de angustia, parece que le gustaría estar en cualquier otro lugar. Aunque ella va hacia la capital a donde también vuelve Mosén Joan, prefiere no esperarse. Nadie acaba de entender las razones de su marcha repentina.

Mientras tanto, Dolors ya está preparando la cena con la ayuda de otros miembros de la comunidad. Cada uno de los invitados ha traído alguna cosa para compartir y, así, cenan todos juntos en la mesa de madera, hoy con sillas añadidas por todos los rincones; comen ensaladas y pan con tomate y embutido.

Dolors ha traído cerveza de elaboración propia. Cuenta que la hace su hermano e invita a todos a probarla. La cena se da en un ambiente alegre y cómodo, con conversaciones paralelas y muchos momentos compartidos. Uno de los jóvenes, filósofo, le pregunta a Mosén Joan por el debate que se está dando en la Iglesia, promovido por el Papa Francisco, sobre el divorcio. De momento las personas divorciadas no pueden comulgar y una mujer divorciada no puede volver a juntarse con ningún hombre, a la espera de que aquel que la ha abandonado vuelva. Mosén Joan no está de acuerdo:

– Creo que se debería cambiar la ley canónica sobre el divorcio, despenalizar-lo, a ver si el Papa lo consigue …

Enlazando con el divorcio, comenta el tema de los preservativos. Desde hace más de medio siglo los anticonceptivos naturales están permitidos en la Iglesia.

– ¿Y cuáles son? –pregunta uno de los miembros, la pregunta llena de curiosidad.
– El calendario rosa, la marcha atrás … –se escuchan pequeñas risas–. Pero no siempre funcionan. Uno de los feligreses, Martí, me decía un día que él tenía cuatro hijos. Yo le respondí que en realidad tenía cinco y él, muy serio, me respondió que el quinto era hijo del Papa, ya que lo había tenido con un anticonceptivo natural -los sonrisas se multiplican-.

Antes de terminar la cena, llama la chica que se había marchado y comenta que espera abajo para irse en coche con Mosén Juan. La invitan a subir mientras se termina la cena pero se niega. Se sienten pequeños comentarios de extrañeza, que se cierran con un “será lo que necesita”.

Después de la comida, se recoge la mesa y otra vez es Dolors quien recuerda la hora.

– Son las diez. Hacia el oratorio.

Tocan las completas, la última oración del día. Esta es más larga que la de vísperas y ofrece unos largos minutos de meditación para poder pensar en todo lo sucedido durante el día, también en los pecados cometidos. El clima que se crea es de una paz que envuelve y permite la divagación y la meditación, acciones muy recurrentes en la comunidad.

Cuando finaliza, algunos jóvenes se despiden así como también los chicos de la congregación, ya que tienen que volver a dormir a su piso, en el pueblo de al lado. Aquellos jóvenes que van en tren todavía tienen que esperar para poderlo coger y las chicas de la congregación les invitan a una infusión para hacer más pasable la espera. Infusiones de realización propia, Dolors las hace diariamente. Hablan de su rutina. Todas están relacionadas con la educación en algún aspecto, como maestras, psicopedagogas o educadoras sociales. Comparten e intercambian experiencias y vivencias hasta que llega la hora de partir.

– ¡Hasta el mes que viene! ¡Os envío por mail las lecturas! –se despide Júlia.

Es sábado por la mañana. Toca paseo después de misa. Las oraciones comienzan a las 8h. Después la comunidad comparte un desayuno copioso y cierra la mañana con un paseo por los alrededores de donde viven. Mientras desayunan, la conversación deriva hacia la corriente de la antipedagogía, encabezada por Ivan Illich. Hoy acompaña al grupo un profesor de filosofía de unos 60 años que suele asistir a las oraciones del sábado por la mañana.

– ¿Usted conocía a Ivan Illich? –le pregunta Marc.
– Sí, hace muchos años en Estados Unidos. Primero fui a Alemania para poder verlo, pero allí no entendía nada y me recomendaron ir a América. Estuve un mes, en un despacho propio donde querían ponerme el nombre en la puerta, pero me negué. ¡Allí les gustan mucho los cartelitos! –explica con una gran sonrisa.

Las conversaciones versan sobre educación, siempre con un carácter católico y cristiano. El debate transcurre de forma natural en su vivencia comunitaria. Hay mucho interés por parte de los miembros en escuchar y compartir teorías y corrientes pedagógicas, preguntando e interesándose por lo que los invitados (pero también los propios miembros) saben.

– ¡Nos deberías hacer clases sobre antipedagogos! –comenta Marina, muy interesada.
– Cuando acabemos las de historia de la religión que estamos haciendo, empezamos. Sólo hace falta que me lo recuerdes.
Dolores vuelve a marcar un poco los tiempos.
– ¡Vamos, que se nos hará tarde para caminar!
– Hoy daremos un paseo más bonito, por el bosque. Has tenido suerte … – me dice Júlia en voz baja.

Todos van muy bien preparados para el paseo, con ropa cómoda, sombrero para el sol y mochila con agua. Antes de salir, Mosén Josep acaba de leer el periódico. Lee una Contra de La Vanguardia donde un obispo enviado a África defiende que Cuando ya no hay médicos, allí están los misioneros. “Yo sé, de misioneros, y tiene toda la razón”, comenta convencido.

Mientras caminan, se interesan por todo lo que ven: qué dirá este cartel, hacia donde irá este camino, qué tipo de árbol será este… Todo a un paso tranquilo, lleno de calma, que los hace dudar más de una vez del camino a seguir. Finalmente, llegan a la universidad donde han estudiado algunos de ellos. Al llegar, Júlia se encuentra con una compañera suya de cuando estudiaba educación social.

– ¡Qué casualidad! ¿Vienes mucho por aquí, los sábados? –le pide Júlia.
– ¡Hacía años que no venía! Estoy colgando carteles de unos cursos de teatro que hacemos.

Entramos a los módulos de educación, donde no sólo Júlia sino también Marina estudiaron. Y allí es ella la que se encuentra un ex profesor del instituto.
Después de la caminata, los chicos y las chicas se separan para ducharse y reencontrarse a la hora de comer. Una vez terminen, tienen la asamblea de la comunidad, donde hablarán de cómo y dónde se ven viviendo. Es una tarde importante.

– Siempre lo es, pero hoy quizás somos más conscientes. Ahora estamos en un momento de decisiones. Tenemos que decidir si creemos que este es nuestro lugar, tanto por ubicación como por espacios. Queremos dar un paso más pero todavía no sabemos hacia dónde …
Lo primero que imagino cuando me comentan esto es una casa grande, con huerto, donde puedan cultivar su comida, tal vez hacer mermelada o membrillo. Júlia se pone a reír:
– Nosotros también habíamos tenido esta idea, pero no sé si es lo que queremos. Creo que nos vemos más en un barrio obrero como en el que vivimos ahora y no sé si aquí es posible una casa…

Júlia, al igual que Jordi, desprende una sensación de certeza en la forma en que ha decidido vivir. Se la ve satisfecha, contenta de haber seguido una llamada que por años la hizo dudar de su lugar en el mundo. Tanto ella como Jordi coinciden en que su fe no está ligada a cuestiones de carácter más político.
– Siento que es el momento de reflexionar, leer, pensar. No tengo interés en poner en duda la Iglesia, como tampoco en hacer una lucha social activa desde mi fe. De momento mi llamada no es esta –asegura Júlia–.
– Tampoco la mía –comenta Jordi–. Soy crítico constructivo, no quiero cargármelo todo y no soy de los que quieren cambiarlo todo porque es la moda. Hay muchas cosas que se pueden revisar pero, por ahora, yo no voy a cambiar nada …

Francesc Romeu habla de este poco espíritu crítico que ve en los jóvenes que entran en la Iglesia: “Me siento decepcionado al ver que muchos jóvenes tienen poca punta crítica, son demasiado dóciles con respecto al pensamiento de la Iglesia y no tienen ninguna voluntad de renovarla. Nosotros somos más radicales. Los jóvenes no han entrado en la Iglesia para cambiarla, sino para encontrarse bien. Y es cierto que es una de las cosas que tiene que ofrecer la Iglesia, pero hay que impedir que haya una ruptura con el mundo por una excesiva dedicación a rezar y a la parroquia”.

El nombre de las personas que viven congregadas podría ser cualquier otro. Ellos y ellas han pedido que quede en el anonimato: “Nuestro mal no quiere ruido”.
Traducción al castellano por Laia Teruel

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