
— El incremento de la actividad industrial y de la población durante las últimas décadas han cambiado la fisonomía y la salud del territorio en las comarcas próximas a Barcelona
— En el Vallès Occidental hay 134 polígonos industriales, 8 carreteras, tres redes de tren y más de 900.000 habitantes entre los 23 municipios que componen la comarca
Texto y fotografías de Borja Alegría y Estefania Bedmar
“En ma terra del Vallès tres turons fan una serra, quatre pins un bosc espès (…)” Este fragmento extraído de Conrades d’exili lo escribía Pere Quart en 1947 desde su exilio en Francia. Hoy, setenta años después, las colinas y los pinos del Vallès Occidental conviven con 134 polígonos industriales, 4 autopistas, 3 carreteras comarcales, una carretera nacional, dos redes de trenes de cercanías (RENFE y FGC), un pequeño tramo de tren de alta velocidad (AVE) y más de 900.000 habitantes distribuidos por los 23 municipios que forman la comarca.
En un territorio donde no hace tantas décadas predominaban los ambientes naturales y rurales, el incremento de la actividad humana relacionada con la industria y el transporte han provocado un impacto medioambiental definitivo.

Castellbisbal
Castellbisbal limita con el Baix Llobregat, otra comarca densamente poblada e industrializada. Cuenta con 12.227 habitantes, según datos del padrón municipal de 2016, y destaca año tras año por ser uno de los municipios que más energía eléctrica consume por habitante en todo el Estado. La causa son sus 10 polígonos industriales. La población del municipio se ha multiplicado por tres desde 1975 y el impacto de las emisiones provocado por las fábricas y los automóviles ha crecido exponencialmente. Por otra parte, las vías de comunicación han alterado y fragmentado su fisonomía natural. Castellbisbal se incorporó a la prosperidad de la economía industrial, pero su entorno ha pagado un precio muy alto.

El jefe de ingeniería municipal Xavier Bosch nos cuenta que hay que diferenciar dos tipos de emisiones. En primer lugar, las llamadas emisiones difusas, que no pasan por tubos, chimeneas y sus correspondientes filtros, sino que llegan a la atmósfera directamente. En segundo lugar, las emisiones conducidas, que son controladas y filtradas. Para conseguir que las emisiones de los hornos fueran completamente conducidas, del Ayuntamiento de Castellbisbal tuvo que presionar a la empresa Celsa para iniciar una gran inversión en el sistema de aspiración que lograra conducir la máxima cantidad de humo posible hacia los filtros. Actualmente, tal como nos cuenta el mismo ingeniero, los humos que salen de las instalaciones son blancos (predomina el vapor de agua) y no grises (llenos de partículas metálicas contaminantes), como hace unos años.

La violencia contra el entorno no se limita a las actividades industriales, el tráfico rodado y sus emisiones. Otro gran problema es el impacto generado por las infraestructuras viarias. En uno de los extremos del término municipal de Castellbisbal hay uno de los grandes nudos de comunicación de Cataluña, donde se cruzan la autopista AP-7, la autopista AP-2, la línea de tren de alta velocidad (AVE) y diferentes líneas de tren de RENFE (R4 y R7) y vías de tren privadas. Además, ahora está en construcción un enlace con la autovía A2.
Son construcciones que alteran y fragmentan el territorio, que sobrevuelan o aplastan espacios naturales y rurales, dificultan el tránsito de los animales y de las personas. Entre las infraestructuras se generan espacios ambiguos, sin un uso definido y con una mínima accesibilidad. Comienzo a caminar para tomar fotografías de los viaductos y no sé por donde cruzar, donde detenerme sin correr peligro. Me pongo un chaleco reflectante porque tengo una sensación muy fuerte de inseguridad.

En 2016, los datos sobre calidad del aire en Castellbisbal, en cuanto a concentraciones de arsénico, cadmio, partículas en suspensión y plomo eran inferiores a los máximos establecidos por la ley. Hay que tener en cuenta, sin embargo, que la estación de control de la calidad del aire está en el centro urbano, localizado a 100 metros de altitud por encima del nivel de la principal zona de emisiones del municipio, que se encuentra en el valle del río Llobregat. En esta zona los niveles de óxido de nitrógeno, por ejemplo, fueron de 41 microgramos por metro cúbico, cuando el límite fijado por la directiva europea es de 40.

El empresario y vecino de Castellbisbal José Luis Fernández reconoce esta agresividad y hostilidad del lugar donde vive: “Quiero llegar a casa y sí o sí tengo que pasar por un polígono industrial”. José Luis vive en la urbanización Comte de Sert, que tiene dos accesos, ambos a través de polígonos industriales. Le cuesta asumir el paisaje que ve ante sí porque al fin y al cabo vive en un pueblo, pero el entorno hace que parezca otra cosa, en ningún caso un núcleo pequeño y acogedor. Desde casa oye los ruidos del polígono industrial Comte de Sert, y durante muchos años ha sufrido los malos olores que empresas como Friskies, del grupo Nestlé, o FCC Ámbito han producido.
Montcada i Reixac

Al otro lado del Vallès, tocando el río Besòs y Collserola, se sitúa Montcada i Reixac, una de las ciudades del Vallès Occidental más afectadas a nivel medioambiental. Su territorio está dañado principalmente por el Ecoparque –equipamiento para la gestión de residuos– y la cementera Lafarge, dos elementos que dañan la calidad ambiental de la ciudad y la vida de sus casi 35.000 vecinos.
José Luis Conejero es el presidente de la Asociación de Vecinos de Can Sant Joan y miembro de la Plataforma Antiincineració de Montcada. Es una de las personas que combate para visibilizar esta lucha vecinal, que desde 2006 pide el cierre de Lafarge: “Es como las piedras, si te pones una en la boca, como más pequeña, más peligrosa”. Con la contaminación, según Conejero, pasa algo similar: “Lo más peligroso son las partículas más pequeñas, lo que no se ve a simple vista”.
Los vecinos de Montcada, entre ellos Conejero, llevan a sus espaldas muchos años de protestas que han llegado a los tribunales. Uno de los episodios judiciales fue la sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, que denegaba el año 2013 el permiso ambiental concedido a Lafarge por la Generalitat para fabricar cemento en el kilómetro 3 de la carretera C-17. Esto impide a Lafarge expandir su actividad, pero no la limita a efectos reales. “Un estudio, publicado en 2013 en la revista Environment International y llevado a cabo por investigadores de la Universidad Carlos III de Madrid, muestra que las personas que viven en un radio de 5 kilómetros de una cementera tienen más probabilidades de padecer cáncer a lo largo de su vida. Estamos hablando de cerca de un millón de afectados, contando las localidades vecinas como Cerdanyola o Santa Coloma, o algunos barrios de Barcelona”, dice Conejero.
Pasear por los grandes nudos viarios del Vallès te hace sentir que el lugar que estás pisando no es humano
Caminando por los vertederos del Vallès nos damos cuenta que estamos violentando nuestro propio entorno
Cerdanyola del Vallès
Junto a Montcada, en Cerdanyola del Vallès, conviven diferentes elementos que hacen de esta una de las poblaciones del Vallès Occidental con más amenazas medioambientales: vertederos tóxicos, amianto, crematorio y antenas. Cuatro factores que contaminan el aire, el suelo y el entorno de los 57.500 habitantes de esta población. Este combo tóxico hace que Cerdanyola tenga los índices más altos de cáncer de pleura en toda España y sea un territorio castigado a nivel de contaminación atmosférica.
En sus 30,56 km2 y sus alrededores se encuentran un total de 13 vertederos: Can Fatjó, Elena, Montserrat 1, Montserrat 2, Can Planas, Can Domènec, Avi Norte, Avi Sur, Antonia, El Molino, Miramon, Este AP -7, Oeste AP-7. Todos ellos, en teoría “controlados”.
El de Can Planes ocupa una extensión total de 18,25 hectáreas de superficie y una profundidad que en algunos puntos supera los 40 metros, con un volumen de más de 2,5 millones de metros cúbicos. Su historia no resta protagonismo a los datos: el enorme agujero se utilizó durante los años setenta como centro de recogida de los residuos de la industria, fundamentalmente de la construcción, de camiones que venían a dejar todo tipo de residuos, entre ellos algunos elementos contaminantes como sales de aluminio o hidrocarburos. Después de 30 años de descontrol, la Corporación Metropolitana de Barcelona clausuró oficialmente el vertedero en 1995, tapando el enorme agujero con tierra. En suma, una bomba de relojería subterránea que desprende gases contaminantes y daña el suelo y las aguas subterráneas con sustancias como los lixiviados, líquidos tóxicos que circulan por el subsuelo.

La lucha por la descontaminación de Can Planes –encabezada por la Plataforma Cerdanyola sense Abocadors– durante los últimos años ha comportado estudios científicos, luchas políticas e intereses económicos en el territorio. Uno de los estudios, –el mismo que ya hemos citado en el caso de Montcada– concluyó que estadísticamente la población que vive en ciudades cercanas a incineradoras y plantas de tratamiento de residuos tiene más posibilidades de morir por un cáncer. El estudio, que analizó las defunciones por cáncer en poblaciones españolas durante el periodo 1997-2006, destaca la incidencia de cáncer de pleura, estómago, hígado, riñón, ovario, pulmón, colon, vejiga urinaria y leucemia.

La polémica, sin embargo, alcanzó uno de sus puntos máximos cuando se conoció que el Consistorio y la Generalitat planificaban dentro del plan urbanístico del Centro Direccional la construcción de viviendas en el terreno, cerca de los famosos parque Alba y el Sincrotrón de partículas –estos últimos, fuera del terreno de Can Planes–. La declaración de Can Planes como suelo contaminado es el eje de la lucha, ya que conllevaría el tratamiento del terreno y la imposibilidad de edificar.

En los vertederos del Vallès, a menudo no se ve, no se huele, ni se sabe qué es, pero los tubos que se ven de vez en cuando entre la vegetación salvaje hacen patente la sensación de que estamos violentando nuestro propio entorno. Algo pasa en los paisajes que conforman Can Planes, y en los alrededores de la Celsa, o de la Solvay, o de la Lafarge, así como en la inhumana soledad, rebosante de vehículos-chimenea, de las infinitas carreteras y autopistas del Vallès.
El Castillo de Sant Marçal, un conocido edificio de la comarca, se ve de fondo, así como también algunas flores que sacan sus tallos con timidez. Luchan para sobrevivir en un entorno hostil. El suelo desnivelado alterna partes donde la vegetación ha crecido de forma totalmente salvaje y partes donde directamente sólo han agarrado de forma puntual las plantas más fuertes, visibles entre las grandes grietas que se han producido en el suelo marrón y arenoso. Un suelo ya con apariencia deshidratada y enfermiza.