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Una persiana de hierro oxidada

— Crónica involuntaria de un periodista camarero de la ocupación por la PAH de una sucursal del Banco Popular y del posterior desalojo

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Esta crónica escrita por Juan Piedra la publicamos el 16 de julio de 2013, y la recuperamos ahora para celebrar el primer aniversario de la nueva web de SomAtents. Poco menos de dos años antes de su toma de posesión, la hoy alcaldesa de Barcelona y entonces portavoz de la Plataforma de Afectados por las Hipotecas, Ada Colau, ocupaba bancos y era desalojada por los Mossos d’Esquadra.
Estaba haciendo unos cafés. La máquina emitía un tratratratra sordo mientras el café caía en la taza. El molinete de café vomitaba su GNAGNAGNAGNAGNAGNA insufrible mientras molía café en grano y lo convertía en polvo. Para apaciguar los nervios, esnifé la bolsa vacía de café con la que acababa de llenar el molinete. Un chute de cafeína tostada vía pulmonar. Te sube rápido a la cabeza y la intensidad del aroma te nubla los ojos. Así suelo encontrar la paz entre tanto ruido. Santiago estaba al otro lado de la barra, esperando los cafés para llevarlos a la terraza.

– …¡porque en la terraza hay que ser tigre, no gatito! [en referencia a que en una terraza en la Rambla pasa de todo, y hay que estar alerta].
– Y tú con la carita de culo de bebé que tienes… –respondí, burlón.
– Ahh, sí, claro…

Santiago, colombiano, imberbe. Bromista. Gran vendedor, perezoso. Bocazas.

– …claro, y usted con esa cara de periodista… ¡fracasado!

Abrí la válvula y del pitorro de la cafetera surgieron dos escupitajos de rabia vaporizada a presión. Sumergí el pitorro en un cazo de leche fría para calentarla y mordí con la mirada a Santiago. Me señalé los ojos y señalé los suyos. Luego, ya fuera de la barra y habiendo relevado al colombiano en la terraza, le di vueltas a la idea del fracaso. Pensé que mi compañero no andaba demasiado equivocado. Me quedé plantado a la entrada del Restaurante.

Miré a mi alrededor. La manifestación más evidente de la protesta es el ruido. Existen protestas silenciosas, pero suelen ser conmemoraciones históricas u homenajes. Cuando hay que quejarse, se hace ruido. La Plataforma de Afectados por la Hipoteca estaba llevando a cabo una acción de protesta en la sucursal del Banco Popular de la Rambla por el desahucio de José Antonio. Estaban haciendo mucho ruido, de manera continua. No dejaron de hacerlo en varias horas. Pitaban con silbatos, lanzaban consignas e instaban a los coches que subían por La Rambla a que hiciesen lo propio. Ya lo habían hecho anteriormente, me comentaron algunos compañeros. Pero nunca estando yo trabajando.

Los periodistas se diferenciaban a la legua de los miembros de la PAH y los curiosos. Revoloteaban captando testimonios y datos: “Tengo un total de Colau y otro de [no oí bien], ya nos podemos ir”, dijo una esbelta periodista mientras yo tomaba nota de lo que quería un joven extranjero que se defendía bastante bien con el castellano:

– ¿Mue podrría usthé desir en qué counsisthe esta… esto?
– Bien, se trata de una protesta en contra de los desahucios.
– ¿Qué es un… disauzo?

Casi. Su léxico no llegaba para tanto. Más tarde, a la misma pregunta, pero esta vez pronunciada por una pareja de rusos que pretendían pagar con dólares americanos un par de cafés:

…against the banks –respondí.
What’s wrong with banks?
– Emm… Abusive mortgages…

Y después, cuando ya caía la tarde, con una inglesa.

…so, banks takes away their homes but they still have to pay the rest of their debt –improvisé.
It’s so unfair!
– Emmm… -ahí estuve un rato para conseguir explicarle que nosotros no tenemos dación en pago.

La tarde era plácida en El Restaurante, poca faena. Y si no llega a ser por la gente que congregó la PAH, aún menos. Algunos de ellos se tomaban un descanso en nuestro establecimiento, pagando los abusivos precios a prueba de divisas extranjeras que figuran en nuestra carta. Según pasaban las horas la afluencia iba creciendo en la puerta del Banco Popular.

Ya hacía rato que tenía fichada a Ada Colau, que no paraba de andar de un lado a otro, móvil en mano, despachando por aquí, saludando por allá. En una de esas entró al Restaurante acompañada de Adrià Alemany a echarse una caña rápida. No dejó el móvil en paz. Tan rápido como entró, salió. Apenas la saludé. No podía “sacarle un total”, ni “conseguirle un par de declas”. Estaba trabajando, como mucho podía servirle algo, devolverle el cambio, retirarle el vaso o señalarle dónde está el lavabo.

Me imaginé sacándome el delantal con brío, lanzándolo al suelo, agarrando el comandero y el boli y asaltando a Ada Colau a preguntas, entremetiéndome en su momento de asueto cervecil. Pero no, tenía que estar a lo que estaba, a servir mesas.

Adrià Alemany vino más tarde con otra chica y pidieron un par de cervezas. El precio de las mismas debió acongojarlo ya que para cenar prefirió comerse un bocata que traía de casa antes que pedir algo de la carta.

Tomando posiciones | J. P
Tomando posiciones | J. P

Caída la noche, la parejita de polis que estuvieron toda la tarde por ahí se multiplicó. Ahora eran cinco o seis y parecían debatir con miembros de la PAH, aunque tampoco acaloradamente. Yo estaba pendiente de unos tipos sospechosos de pirarse sin pagar. Resultó que no era así, malpensado de mí. Lo que pasaba es que iban de un lado para otro porque estaban interesándose por cómo avanzaba el tema de la ocupación del banco. La inminente llegada de una horda de tipos encapuchados y sin identificar evidenció la proximidad de la intervención policial.

– Pues se ve que el juez ya ha llamado –me dijo.
– ¿Ah, sí? Y qué ha dicho el juez, que se acabó la fiesta, ¿no? –qué bien informado, pensé.
– Sí, no tardaran en desalojar.

Las conversaciones con Gael suelen distar de lo políticamente correcto. Cuando un camarero intenta charlar un rato para no odiar tanto este trabajo de mierda, ha de intentar ir más allá:

– Mira, ¡un etarra! -me dijo desde atrás de la barra-, ¿no iban vestidos así los etarras?
– Pero estos no son etarras, sino policías -contesté-. Aunque parece que la temporada primavera-verano de los mossos está inspirada en ellos.
Ajahjkajakahkjahjahajahajk –estalló en carcajadas Gael.
– Pero no te equivoques, estos ostentan el uso legítimo de la fuerza.
– Aaaaah… qué privilegio más lindo…

Al encargado no le molaba nada la situación, temeroso de que la cosa se pusiese violenta, entró en pánico y empezó a lanzar órdenes para autoconfirmarse que todo iba bien. Como estaba todo controlado, no le hicimos demasiado caso. Entró un tipo desaliñado, con el móvil y el cargador en la mano:

– Ei, puc carregar el mòbil un minut? No tinc bateria i he de fer seguiment a les xarxes.
– Sí, sí, mira, aquí… Periodista, oi?
– Gràcies! Sí, treballo a un mitjà alternatiu…
– Quin?
– Eehh –el encargado–, ¿qué hace éste con el móvil?
– Anda Dani, déjale, que tiene que usarlo para trabajar.

Entonces, le dije: “Jo també sóc periodista”. Y él me preguntó: “I a on treballes?” Y yo le dije: “Aquí, no ho veus?”…

La Rambla cortada | J.P
La Rambla cortada | J.P

No pasaron ni dos minutos cuando un tipo con pasamontañas y pistola nos dijo que recogiésemos la terraza. En un plis-plas la acera estaba despejada, como un plató de televisión esperando a sus actores y presentadores.

Desde mi privilegiada pero inmóvil posición llegué a ver ocho lecheras de mossos y entre treinta y cincuenta encapuchados, que cortaban el paso por la parte superior de La Rambla a coches y transeúntes. Una línea inquebrantable de unos diez ciudadanos armados no identificados se plantó en la puerta del Restaurante. Quince minutos antes, solo había manifestantes haciendo ruido y algunos polis observando. Ahora los miembros de la PAH se amontonaban ante la barrera policial y les increpaban. De la oscuridad emergieron cuatro flashes blancos. Grabando. ¡Acción!

Parejas de mossos sacaban uno a uno a los miembros de la PAH, cogidos del brazo, con más o menos suavidad o agresividad. Siempre increpados por los que esperaban tras la línea policial, que recibían a los desalojados como rehenes liberados de un largo cautiverio. Los flashes los seguían, ya fuesen de las cámaras de televisión o de la Reflex del guiri que no sabía qué pollas estaba pasando.

Ada Colau es recibida efusivamente en 'este lado de los polis' | J.P
Ada Colau es recibida efusivamente en ‘este lado de los polis’ | J.P

En una de estas que un par de mossos sacan a Ada Colau (que veinte minutos antes andaba por la calle). La portavoz muestra una sonrisa triunfante y se ha cambiado la camiseta por una verde corporativa de la PAH. El momento televisivo cuidado al detalle. En cuanto llega con sus compañeros, todas las cámaras giran en tromba y la entrevistan. Horas de protesta culminan en este momento televisivo. Esto saldrá por la tele, por esto nos conocerán.

¡Corten, es buena!

– ¡Juan, va! Hay que limpiar las mesas y levantar las sillas antes de cerrar. Date vida y deja de fisgonear.
– Dani, yo cerraría ya la persiana si estás tan estresado. Total, nadie más va a entrar hoy –dije.
– Vale, Gael, anda, ve tú y cierra. Tú Juan ponte con las mesas, que estás muy periodista hoy… ahí todo el rato fisgoneando.

Cuando la persiana automática empezó a bajar, el foco de atención varió y manifestantes, guiris y encapuchados nos miraron. Estábamos los tres (Dani, Gael y yo) de pie, brazos cruzados, esperando a que la persiana bajase del todo. Se creó un pequeño silencio solamente roto por el chirriar del metal oxidado.

– ¡A vosotros también os roban! –nos recordó un simpático manifestante.
– ¿¡No me jodas!?

¡CLACK! Y un muro de hierro amarillento me separó de lo que estaba pasando en la calle. Me quedé ahí plantado mirando la persiana. Al otro lado, más allá del muro, seguían las consignas, los vítores y las voces de protesta e insulto a la policía. El sonido de la calle llegaba amortecido a mi lado de la persiana. Como si estuviese muy cerca de lo que pasaba, pero inequívocamente sin hallarme ahí.

– ¡Va, Juan, espabila!

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— Crónica involuntaria de un periodista camarero de la ocupación por la PAH de una sucursal del Banco Popular y del posterior desalojo

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