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La niñez entre balas y hamburguesas

— El tiroteo del pasado viernes en el instituto Marysville-Pilchuck de Seattle reaviva el debate de las armas en Estados Unidos

— Las balas matan anualmente en torno a 500 niños y adolescentes en el país, denuncia la Academia Americana de Pediatras

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Publicamos este reportaje de Nagore Ares el 27 de octubre de 2014 y lo recuperamos ahora para celebrar el primer aniversario de la nueva web de SomAtents. Pero por más años que pasen, el acceso de los más pequeños a las armas en Estados Unidos continúa suponiendo un problema de enorme magnitud y el mandato de Donald Trump no parece que vaya a aportar ninguna solución al respecto.

No hace tanto leía en el diario que una niña de nueve años mataba accidentalmente a su instructor de tiro. Disparaba, nada más y nada menos, que un fusil Uzi. La versión civil del arma automática israelí que entre 1960 y 1980 fue uno de los subfusiles más vendidos en mercados militares y policiales internacionales. Nadie se extrañaba al saber que la noticia llegaba de Estados Unidos. En los últimos años, en “el país de las libertades”, se multiplican los accidentes que envuelven niños y armas en el mismo paquete. La asimilación no es gratuita, según datos de 2009 de la Academia Americana de Pediatras, más de 7.000 niños y adolescentes menores de 20 años son hospitalizados cada año a causa de heridas de bala en EUA. Unos 500 mueren. De los que perdieron la vida en 2013, más de 100 eran menores de 14 años.

En medio del desierto, última parada entre Las Vegas y el Gran Cañón, el rancho Bullets and Burgers (Balas y Hamburguesas) ofrecía una experiencia inolvidable a los amantes de las armas: en un lugar más que idílico, invitaba —en su página web— a disparar sus pistolas automáticas. Además de comerse una hamburguesa con patatas XXL, sobrevolar el Gran Cañón y conducir una Harley por las carreteras infinitas del desierto de Arizona hasta las Vegas, uno podía disparar a unas dianas de papel colgadas en medio del desierto, podía pegar los tiros de uno en uno, o bien hacerlo a ráfagas, como si del mismísimo Rambo se tratara. Todo por el módico precio de 1.059 dólares, una ganga. Los padres, llegados de Nueva Jersey, pensaron que no había nada de malo en darle a su hija de 9 años el capricho de usar una pistola automática, como si fuera lo más natural del mundo. Se levantaron temprano y pusieron rumbo hacia el rancho. Después de que su padre hubiera vaciado unos cuantos cargadores en las dianas, la pequeña cumplió su sueño. Los progenitores grababan en video lo que probablemente fuera la primera vez en la que la chavala disparaba un subfusil —de su experiencia con armas, poco o nada se sabe. Disparó primero unas cuantas rondas de un tiro, lo hizo ante la atenta mirada de su familia, siguiendo las ordenes del instructor que le daba una palmadita cada vez que una bala se perdía en la distancia. “Bien” le decía el instructor al separar su mano de la espalda de la niña, que mantenía firme el resto del tiempo para ayudarle con la posición. Lo hacía colocado a su izquierda, grave error que le costó la vida. El final es conocido por todos, Charles Vacca, instructor de tiro de 39 años, caía herido en el suelo. Incapaz de aguantar el retroceso, el arma reculó en el hombro de la niña y un tiro fue a parar a la cabeza del instructor. Preocupados por la niña, que parecía haberse lastimado el hombro, los padres no vieron al hombre en el suelo hasta que uno de sus compañeros llegó gritando, pidiendo auxilio. Rápidamente, en un momento de lucidez entre el nerviosismo, los padres se llevaron a los niños hacía otra parte del rancho, para que no vieran nada. Los servicios de emergencia no tardaron en presentarse en el lugar y trasladaron a Vacca al hospital universitario de Las Vegas, donde horas después lo declaraban muerto.

La cobertura que los medios nacionales e internacionales han dado a la tragedia ha reavivado un intenso debate en el país norteamericano: ¿Deben los niños estar legalmente capacitados para disparar armas de tal poder? ¿Debe la ley autorizarles a usar cualquier tipo de arma de fuego? Los expertos en armas consultados por medios de comunicación como los canales televisivos de noticias CNN, Al Jazeera y NBC, además de diarios como el New York Times o Pitsburgh Post Gazette, entre otros, se lamentaban una y otra vez: es una locura enseñar a los niños a disparar armas de fuego automáticas y semiautomáticas. Se quejaban unos desde los platós televisivos, otros desde los periódicos, algunos aparecían retratados en sus campos de tiro, todos ellos hablaban de lo simple que hubiera sido evitar la tragedia: si simplemente Vacca se hubiera colocado a la derecha… Aparte de la temeridad que supone enseñar a disparar automáticas a los niños, que enseñarles a disparar cualquier otro tipo de arma sea una locura, eso ni se les pasa por la cabeza a la mayoría de esos mismos expertos consultados por los medios. Es por eso que las hijas de Greg Danas, presidente del laboratorio forense especialista en armas G&G, aprendieron a disparar con 4 años. Lo hicieron con una pistola del calibre 22, de un sólo tiro.

La primera vez

Darrain no era tan niño cuando disparó por primera vez una pistola. Tenía 18 años y acababa de graduarse en el instituto. Era legalmente adulto, ya que la ley federal permite que los ciudadanos mayores de 18 años sean capaces de disparar armas de fuego sin el consentimiento de los padres o tutores legales. La primera vez que disparó lo hizo en el rancho de su abuelo, acompañados por su tío, en Indiana. Si no disparó antes fue debido a la opinión que su madre y su por entonces marido tenían en torno a las armas de fuego. Su madre y su ex-marido no permitían el almacenamiento de las armas en casa mientras Darrain y sus hermanos fuesen pequeños. Eran contrarios a la posesión de armas por parte de civiles. Años atrás, el padrastro de Darrain, ex-militar de profesión, había tenido una mala experiencia, perdió a uno de sus mejores amigos en una pelea entre borrachos en la que sacaron una pistola. Por eso, cuenta Darrain, su madre y su marido nunca quisieron tener pistolas en casa. Aunque comprende la preocupación de su madre en torno a las armas, a él no le parecen razón suficiente para renunciar al derecho constitucional que le otorga la segunda enmienda, más cuando los niños blancos estadounidenses han aprendido a usar armas de fuego de forma segura durante cientos de años, antes de que el gobierno federal restringiera su uso por edad en 1968. “Es responsabilidad de los padres enseñarles a hacerlo de forma segura, y también deben guardar las armas bajo llave o restringir su acceso a los niños, porque no son conscientes de la energía potencial que poseen las armas”, me cuenta en un email desde Atlanta.

El mal almacenamiento de las armas es el causante de dos tercios de las muertes de niños menores de 14 años, denuncian Every Town y Mums Demand Actions

Gran parte de los amigos de Darrain se sorprenden al escucharlo hablar sobre el derecho a la posesión de armas, la gran mayoría no comparten su opinión; sus amigos europeos, por lo general, no lo entienden, y más de uno se escandalizaría al escucharlo hablar así. No es que a Darrain le importe demasiado lo que piensen sobre él, es más, cree que las opiniones de sus compañeros vienen del desconocimiento sobre el tema. “Todas las historias de las que la prensa se hace eco, esas que envuelven niños que se disparan a sí mismos o a otros, son debidas a padres descuidados”, me repite igual que lo hacía hace un año. A ninguno de sus familiares ni amigos les ha pasado nada semejante, ni sabe de nadie al que le haya pasado, y eso que tiene muchos conocidos que guardan arsenales de armas bajo el mismo techo en el que duermen y juegan sus hijos. Según un informe publicado recientemente por las asociaciones para una mayor regulación y educación en torno a las armas Every Town, fundada por el ex alcalde de Nueva York Michael Bloomberg, y Moms Demand Actions Darrain tiene parte de razón, dos tercios de las muertes infantiles a causa de heridas de bala podrían evitarse con un almacenamiento adecuado de las armas de fuego.

Entusiastas sin formación

Aunque el guardar armas en casa le parece sensato, Darrain cree que a la hora de enseñar a disparar a los niños es mejor hacerlo en campos de tiro. Pero los campos de tiro no son siempre seguros, o así lo deja de manifiesto el accidente en Arizona. Afirmación que secunda la periodista del diario The Daily Beast Brandy Zadrozny. En un artículo publicado el 10 de septiembre cuenta que desde el accidente en Arizona y hasta la fecha en la que se publicaba el texto se daban cinco tiroteos más en cinco campos de tiro de EE.UU., tres eran accidentes y dos eran suicidios, la suma de todos ellos dejaba tres muertos y tres heridos. El que los accidentes sean tan comunes, tiene una explicación sencilla: no todos los campos de tiro cumplen las garantías necesarias para asegurar un nivel de riesgo mínimo para el aprendizaje: “Hay muchos entusiastas de las armas llevando estos negocios que requieren un nivel de profesionalismo y educación. Lo inesperado con las armas de fuego es algo que sólo se aprende con los años siendo un entrenador, no un entusiasta”, comentaba a los reporteros de la CNN el experto forense Greg Danas . Testimonios favorables al uso de las armas por parte de niños como los de Darrain y Danas nos resultan incomprensibles a muchos de nosotros. A la mayoría ni se nos ocurriría tener un arma en casa, ni mucho menos el enseñar a nuestros pequeños a usarlas. El caso de Darrain resulta más chocante si cabe. Un joven de 24 años, estudiante de Psicología, políticamente progresista, contrario a la política de guerra de los EE. UU., que cuenta con una licencia del estado de Georgia para poder portar armas en público. Cuenta con la licencia, pero no posee ningún arma y limita su uso a campos de tiro y al rancho familiar en Indiana. Aunque es partidario al derecho a la posesión de armas de fuego, se le hace incomprensible que niños o mayores puedan acceder a armas automáticas: “Estas son armas de guerra y la guerra es algo que está mal”, critica Darrain. Sin embargo, no ve ningún tipo de problema con que los niños aprendan el manejo del resto de armas de fuego. Es más, si por él fuera todos aprenderían a usarlas, cree que esta es la única manera de asegurar que exista un contra poder ciudadano a la violencia de los gobiernos estatales y federales. El extremismo asociado a esta idea de contrapoder, junto a la sobreprotección de las clases medias estadounidenses con sus hijos son las razones por las que no sólo a los amigos europeos de Darrain les sorprende su postura, a gran parte de sus amigos americanos también les parece raro. Por mucho que los datos hablen por sí solos —se estima que en EE.UU. circulan más de 260 millones de armas de fuego, entre legales e ilegales—, en año y medio yo no he visto más pistolas que las de los policías que se colocan en las puertas de los bares y discotecas los viernes y los sábados por la noche.

Pero… ¿deben disparar?

Lejos de centrar el debate en la posibilidad de que los niños disparen armas militares, los pediatras estadounidenses llevan años inclinándose hacia la segunda pregunta: ¿Deben los niños estar capacitados legalmente para disparar un arma? La respuesta es casi unánime: NO. En octubre de 2013, los doctores Arin L. Mandencil y Christopher Weldon señalaban que ocho de cada diez veces las heridas de los menores hospitalizados a causa de los disparos son infligidas por pistolas de mano. Lo hacían en la conferencia de la Academia Americana de Pediatras, llevada a cabo en Orlando, Florida. Después de recopilar los datos de más de 36 millones de hospitalizaciones pediátricas entre 1997 y 2009 explicaban que el número de muertos y heridos menores de 20 años, sigue creciendo.

Según datos más recientes, publicados por USA Today, en 2010 eran 15.576 los niños y adolescentes heridos, triplicando el número de soldados americanos heridos en la guerra de Afganistán, según señala el medio. Para que nos hagamos a una idea, de media, lo que vienen a ser 42 niños y adolescentes resultaban heridos cada uno de los 365 días de 2010.

No en vano, las armas matan anualmente en EE. UU. el doble de niños que el cáncer. Daniel Webster, director del Centro John Hopkins para la Investigación y las Políticas de Armas, contaba a NBC news en enero de este mismo año que la ratio de muertes por armas de fuego en el país norteamericano es diez veces superior al de otras naciones con altos niveles socioeconómicos. “Es un problema anormal que una nación tan rica tenga una mortalidad tan alta entre los jóvenes relacionada con las armas de fuego”, explicaba.

Los niños y adolescentes americanos heridos de bala en 2010 triplican a los soldados heridos en la guerra de Afganistán, según publicó USA Todays. Numerosos estudios respaldan la afirmación de Webster, entre ellos, uno llevado a cabo en Nueva York por los doctores Sripal Bangalore y Franz Messerli, del Langone Medical Center de la Universidad de Nueva York y St. Luke’s Medical Center, respectivamente. Según el estudio, Estados Unidos está en cabeza tanto en la posesión de armas como en las muertes por herida de bala en comparación con los países desarrollados económicamente. El estudio, que está llevado a cabo con datos de 26 países con economías desarrolladas, deja de manifiesto que a menor numero de armas, menor numero de muertes derivadas de las mismas.

Según un informe publicado por Every Town for Gun Safety y Moms Demand Actions for Guns Sense in America, los niños americanos son 16 veces más propensos a morir a causa de las balas que los niños del resto de países económicamente desarrollados.

Algunos de los datos no coinciden, por mucho que se parezcan, y hay diferencias relativamente significativas en algunos casos. La explicación es sencilla, es imposible saber con exactitud cuantas armas circulan en el país norteamericano, debido a la laxitud del control en torno a las mismas en la gran mayoría de los estados. Tampoco sabemos con exactitud cuantas personas, menores y adultas, mueren anualmente a causa de las balas. Every Town y Moms Demand Actions, así como otras asociaciones, critican que los registros médicos no son tan rigurosos como debieran, y que muchas de las muertes no se incluyen bajo estas causas.

No es la primera vez, ni la última

Este último accidente en Arizona trae reminiscencias de 2008. Christopher Bizjil tenía 8 años el día de su muerte. Su padre lo miraba atento y orgulloso mientras el pequeño se disponía a hacer una demostración con una micro Uzi en una feria de armas de Massachussets. Era la primera vez que disparaba una semiautomática y el retroceso del arma fue demasiado, la pistola reculó sobre su hombro y una bala en la cabeza acabó con su vida ante las atónitas e impotentes miradas de su padre y de los asistentes a la feria.

Al padre le hacía ilusión que su hijo disparase una automática, así que ambos se dirigieron a uno de los puestos de armas. Al chaval de 16 años que atendía el puesto no le pareció demasiado bien que el niño disparase un micro Uzi, y le repitió unas cuantas veces al padre que quizá fuese mejor otro tipo de arma para su hijo. El padre no hizo ni caso, quería que su hijo disparase una automática. Y así lo hizo.

Locura y balas

Pero seamos claros, el de los accidentes no es el único caso en que los niños y adolescentes americanos mueren o resultan heridos a consecuencia de las armas de fuego. En estado de locura hay quienes recrean escenas propias de las películas de acción hollywoodienses. Las consecuencias, no obstante, son desgarradoras: la muerte colectiva bajo las balas. Cebándose especialmente con las generaciones más jóvenes. Según Every Town, desde el 8 de enero de 2013 al 10 de junio de 2014, hubieron al menos 74 tiroteos en centros escolares y universitarios de Estados Unidos. En esta lista no está incluida la masacre de Isla Vista, donde en mayo de este año, un joven de 22 años, Elliot Rodger, mató a 7 personas en en la Universidad de California y sus proximidades. Tampoco está en la lista el tiroteo del pasado viernes en el instituto Marysville-Pilchuck de Seattle, dónde un joven mataba a uno de sus amigos y hería a otros cuatro antes de quitarse la vida.

Si echamos la vista un poco más atrás, apenas unos años, la vista es dramática. Quién no recuerda la matanza de la Escuela Secundaria de Columbine (Colorado), que es parte del imaginario popular estadounidense, pero también de medio mundo. El 20 de abril de 1999, Eric Harris —de 18 años— y Dylan Klebold —de 17— entraban armados con semiautomáticas y explosivos en la escuela, mataban a 13 personas y herían a 23, reproduciendo escenas similares a las de las películas de acción: Prendiendo fuego a los edificios y disparando ráfagas de balas.

Recientemente, una escena parecida volvía a reproducirse en Connecticut, esta vez en la escuela primaria Sandy Hook. El 14 de diciembre de 2012, Adam Lanza, de 20 años, entraba a la escuela a primera hora de la mañana, abriendo las puertas a tiros. Mató a 20 niños de 6 y 7 años, y a seis adultos, después de haber matado a su madre en casa. La matanza de Sandy Hook es la segunda más sangrienta de este tipo en la historia de EE. UU., sólo por detrás de la de Virginia Tech, en la que un alumno de 23 años, mató a 32 personas e hirió a un sinfín más.

En todos estos casos, los asesinos, eran chavales jóvenes con graves problemas psicológicos, que cometieron suicidio después de las masacres. Todos ellos encontraron la manera de comprar armas automáticas y munición. Lo hicieron legalmente en el caso de los shooters de Virginia Tech e Isla Vista, pero en el caso de Lanza las armas pertenecían a su madre, quien las había obtenido de forma legal y las guardaba en casa. Los de Columbine mandaron a un amigo a comprar las armas en una feria ya que ellos no tenían los 18 años necesarios para comprarlas. Y es que en el caso de los Gun Shows, que es como llaman a estas ferias en las que particulares venden armas, no es necesario ninguna comprobación de antecedentes.

Entre las balas y las hamburguesas | Ilustración por Ana Riaza
Entre las balas y las hamburguesas | Ilustración por Ana Riaza

Eco del pánico

Por desgracia, estos incidentes no son elementos tan aislados como cabe pensar. Nada más llegar a Atlanta, hace año y medio, me alarmé al escuchar en la radio que un hombre entraba armado en una escuela en la localidad de Decatur, uno de esos pueblos de postal, hogar de muchos demócratas progresistas de clase media alta de la ciudad. Una localidad segura, casa de la Universidad de Emory y del Colegio Universitario Agness Scott… Y aún así un jodido loco entraba con una pistola, amenazando a las secretarias, y secuestraba la escuela. Gracias a Antoinette Tuff, una de las secretarias, que empezó a hablar con el hombre y lo convenció de que dejara a un lado el fusil, la cosa no pasó a mayores. Tuff escuchó las penas de Michael Brandon Hill y le confesó a él las suyas. Incluso se ofreció a salir andando con él para que se entregara y la policía no lo acribillase a balazos.

Cuando uno escucha estas historias y siente el miedo presente en la sociedad, piensa que no hay debate que valga. No, las armas no le hacen ningún bien a los estadounidenses. Pero es precisamente el miedo el que alimenta el debate y la compra de las mismas. Es la SEGURIDAD y el derecho a PROTEGERSE lo que esgrime la mayoría de los norteamericanos que poseen armas de fuego para defender su derecho a disponer de ellas.

Es por eso que las armas de fuego forman parte de la vida cotidiana de muchos estadounidenses. Según un estudio que el Centro para la Prevención del Crimen publicaba en julio de este mismo año, en EE.UU. en torno a 11 millones de ciudadanos tienen permiso para portar armas en público, un 147% más que hace siete años, cuando el número era de 4’5 millones. Según datos de 2012 de Gallup, un 44 % de la población tiene, al menos, un arma en casa. La Encuesta Social Nacional de 2010, no obstante, baja la cifra a un 32 %. Los números son muy elevados comparados a cualquier otro país económicamente desarrollado, pero las armas tampoco están presentes en todos los sitios y en todas las casas. Basándome en mi experiencia personal, la segunda estimación me parece más acertada, aunque es cierto que no hay manera de saber con exactitud cuantas armas hay en el país norteamericano y cuantas personas las poseen.

La segunda enmienda

Lo de las armas no es nuevo, cuando los padres fundadores firmaron la constitución se aseguraron de que los americanos tuvieran entre sus máximas libertades la posibilidad de adquirirlas. Y esta es una de las bazas que usan los defensores para que no se limite el derecho a su posesión. En EE. UU., como en la mayoría de los países, el tema de la Carta Magna es un tanto sensible, ya que goza de un grado de sacralización innegable, especialmente en lo que a la segunda enmienda de la Carta de Derechos (aprobada el 15 de diciembre de 1791) se refiere: “Siendo necesaria una milicia bien ordenada para la seguridad de un Estado libre, el derecho del Pueblo a poseer y portar armas no será infringido”. No obstante, quién hizo la ley, hizo la trampa, y es que esa “milicia bien ordenada” es la clave en muchos de los debates en torno a la posible prohibición. Un guiño a los estados sureños donde los blancos necesitaban armas para controlar que los esclavos negros no se revolucionaran. Abolida la exclavitud, no se eliminó la ley, que sigue siendo parte de los derechos fundamentales de los ciudadanos estadounidenses.

No obstante, aunque la constitución respalde la universalidad de la posesión, cada estado matiza las condiciones en las que se pueden poseer y portar armas. Estados como Georgia o Arizona, entre otros, mantienen leyes más laxas que legitiman la posesión en el hogar y los negocios sin necesidad de licencia alguna. La cultura de las armas es palpable también en estados como Nevada, Tennessee o Alabama. En ciudades como Memphis y Nashville se repiten una y otra vez las mismas señales a la entrada de locales, vetando la entrada a portadores de armas de fuego. En estos estados las muertes infantiles por arma de fuego son más abundantes que en los estados en el que la cultura de las armas no está tan arraigada.

En contra de lo que Every Town y Moms Demand Action piden, menos de 20 estados —de un total de cincuenta— penalizan el mal almacenamiento de las armas por parte de sus ciudadanos. Un punto clave para la reducción de los accidentes y las muertes infantiles. En el dossier Innocents Lost, ambas asociaciones piden que los estados adopten leyes más estrictas que prevengan la accesibilidad de los niños a las armas, así como una mayor inversión en educación en torno a las mismas.

Hasta que estas medidas no se implanten, la misma historia seguirá repitiéndose una y otra vez. Entre diciembre de 2012 y diciembre de 2013, más de 100 niños menores de 15 años perdieron la vida a causa de heridas de bala. Aunque a veces se nos olvide, todos esos niños tenían nombres y apellidos. Son todo los que están, pero no están todos los que son: Taj H. Ayesh (2 años), Tyler Dunn (11 años), Quindell Lee (7 años) , America Ragsdale (6 años), Killian Perez (4 años), Kyler Schnedler (12 años), Wyatt Thomas Saile (10 años), Zoie Dougan (4 años), Dax Dixon (12 años), John Allen Read (5 años), Sheine Stein (3 años), Ian Dante Muro (14 años), Lance Wilson (3 años), Samarri Tyana Beauford (2 años), Ella Marie Tucker (3 años), Marquez Blount (13 años), Terence Holliday (14 años), Lloyd Hayes (14 años), Damon Holbrook (3 años), Jeremy Hatfield (12 años), Luke York (12 años), Alexander Pfaff (8 años), Logan Anthony Armendariz (13 años), Dwayne Kerrigan (4 años), Daniel Wiley (9 años), Noah Chambers (3 años), Brady Baker (13 años), Lawson Walz (6 años), Isaac Tervino (año 9), Brendon Mackey (7 años), Elyssia “Ellie” Marie Karlsen (6 años), Leonard J. Smith, Jr. (11 años), Ray-twon Briggs (4 años), William Owens (11 años), Kyle Fisher II (12 años), Alysa Bobbit (5 años), Matthew Schreckengaust (9 años), Kelsey Major (6 meses), Brandajah Smith (5 años), Emilee Bates (13 años), Seth Box (12 años), Eric Klyaz (10 años), Wesley Quinn (12 años), Brooklyn Mae Mohler (13 años), Trenton Mathis (2 años), Maggie Hollifield (10 años), Deontre’ Noble (14 años), Gage Wilkinson (12 años), Jarvan Jackson (11 años), Keshawn Carter Davis (12 años), Jason Haley (5 años), Darrien Nez (3 años), Caroline Marjorie Brooke Sparks (2 años), Jadarrius Speights (3 años), Gerald Tucker Jr. (10 años), Dalton Wayne Taylor (10 años), Cody Ryan Hall (4 años), Montee Ross (14 años), Gavin Lee Brummett (7 años), Michael A. Brisbee III (8 años), Titania Mitchell (13 años), Shayla May Schonneker (9 años), Qui’ontrez Moss (3 años), Roderick Paige (4 años), Brandon Holt (6 años), Rahquel Carr (4 años), Gracie Morin (4 años), Joan Plumb (11 años), Adam Bass (10 meses), Christopher Stanlane, Jr. (10 años), Christian Velez (12 años), Michael Richard Leland Easter (3 años), Jaiden Pratt Calloway (4 años), Courie Cox (12 años), Joshua Johnson (4 años), John O’Brien (3 años), Braydion Scott Matlock (3 años), Sebastian Swartz (9 años), Paige McGinnis (13 años), Travin Varise (2 años), Tmorej Smith (3 años), Neveah Benson (6 años), Jamarcus Allen (4 años), Will May (13 años), William Parris (12 años), Steven Curtis (12 años).

Edición del texto: Gerardo Santos

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