
— La vecindad llenó ayer La Rambla en protesta por la gentrificación y el turismo masivo
— Barcelona no está en venta, rezaba la pancarta principal; pero Barcelona ya está en venta, y ese es el problema
Un tipo vestido como si fuese un exiliado republicano cruzando los Pirineos escribe con una tiza amarilla “Hoy todo gratis” en la acera, justo delante de la entrada de una cervecería de La Rambla de Barcelona. Dos turistas se lo miran todo, de cerca, sin entender un carajo. El tipo, que lleva una corbata de rayas horizontales y sombrero, dibuja un semicírculo a los pies de las dos turistas y escribe “tourists”. Una de las turistas saca el móvil y graba un vídeo. Enfrente, un buen puñado de fotógrafos se cosca de la situación y empieza una lucha de codazos para inmortalizar el momento. Para sacar una foto más decente que la de su colega invaden la calzada, con el consiguiente monumental cabreo de un taxista con cara de sueño. Bocinazo y el tipo de la tiza, que llevará consigo durante toda la jornada una vieja maleta, se pierde entre la multitud. Son más de las 11 de la mañana y la lluvia está respetando esta manifestación, cuya pancarta principal reza “Barcelona no està en venda”.

Más de 40 entidades y otras 20 asociaciones de vecinos han dado su apoyo a la manifestación y, aunque tardaron en llegar, La Rambla acabó llena de gente. Los grandes medios barajan entre 1.000 y 5.000 personas, escoge tú, persona que lee esta crónica, tu cifra preferida. Gente diferente, que no mostraba adscripción política ninguna, unidos por el cabreo de ver cómo su ciudad parece cada día más un escaparate que un sitio para vivir. “Barcelona son sus vecinos –dice Ancor Mesa, sociólogo de la Federación de Asociaciones de Vecinos y Vecinas de Barcelona (FAVB)–, esta es una protesta dirigida a todas las administraciones, pero sobre todo a la conciencia ciudadana. Es la vecindad la que debe organizarse y plantar cara”. Mesa lleva un chaleco reflectante, del mismo color del que usa la Urbana, para ser fácilmente localizable. Es uno de los organizadores de toda esta movida.

–¿Por qué en La Rambla?
–Es el lugar más paradigmático para hablar del proceso gentrificador en Barcelona, de la sustitución de vecinos de toda la vida por otros vecinos con poder adquisitivo más alto y, particularmente en esta ciudad, la sustitución de vecinos por turistas.
El tipo de la maleta y la tiza se acerca a la pancarta principal y escribe en el suelo “Benvinguts a casa meva”. Muchos fotógrafos se arremolinan y, de nuevo entre empellones y palabras airadas, toman su foto. Entonces, empieza a caminar la marcha.

Me doy una vuelta por la parte alta de la Rambla, vuelvo a la altura de la cervecería y me doy cuenta de que han pasado el mocho y han borrado aquello de “Hoy todo gratis”. No hay nada gratis en La Rambla. En la parte alta del bulevar no hay terrazas, solo los quioscos de comida que sustituyeron a las paradas de pajaritos y otros animales. Una turista italiana se acerca y me pregunta que de qué va esto. Se me hace bastante difícil explicar la gentrificación en inglés, pero massive tourism es mucho más fácil de decir. Ancor Mesa añade un dato: “en el 2008 había entre 65.000 y 70.000 plazas turísticas en Barcelona; en el 2015 ya son 148.000. Más del doble en 7 años, vaya. En ese mismo periodo, el paro en la ciudad se ha triplicado y las condiciones laborales han empeorado”.
La marcha baja La Rambla con parsimonia. Se leen pancartas de entidades de Vallcarca, Sant Antoni, del colectivo Desllogades, del Sindicat de Llogaters, de la Assemblea de Barris per un Turisme Sostenible y, cómo no, de una nutrida representación de la Plataforma de Afectados por las Hipotecas (PAH), quizá uno de los colectivos más maltratados por el sistema, pero sin duda, los que más se dejan ver y más jarana y ambientillo ofrecen. Nadie la lía como la PAH. “Queríamos conseguir cierta repercusión mediática –explica Ancor Mesa–, que un montón de gente que no se conoce se uniese para hacer un diagnóstico único de la situación, hacer piña y red y rearmarnos delante de este fenómeno salvaje que se está comiendo la ciudad”. Se refiere a la gentrificación, claro.

Pasado el Liceo, dejo atrás a los timbalers justo donde empieza la zona de las terrazas y reencuentro al hombre de la maleta, escribiendo con su tiza en la pared de una tienda de souvenirs “Este es el Bar Manolo”. El grueso de la manifestación pasa entre medio de dos terrazas atiborradas de clientes demasiado rubios para estas latitudes que, como si se tratase de un desfile de moda, graban con sus móviles lo que ven. Algunos manifestantes tocan los silbatos a su paso por las terrazas y otros, más sutiles, blanden ingeniosas pancartas como la que dice “sangria is poison”.

Los hechos de la Boqueria
Imagina que has conseguido este currillo que te explico a continuación. Es tremendamente tedioso. Consiste en situarte en la puerta del mercado de la Boqueria (la más insigne tecla turística del piano de La Rambla) y repartir unos flyers, con publicidad abrasiva de Estrella Damm, en los que puedes consultar un mapa de las paradas del mercado. No es el trabajo de tu vida y ya puedes rezar para no dormirte de pie. Ahora bien, si en una de esas se te planta delante una masa de gente dispuesta a irrumpir en el mercado para armar un poco de bronca, pues mira, algo para explicar cuando te vayas de birras esta noche.

Eso o el guarda de seguridad, que estaba muy tranquilo él pero que le cambió la cara como si le hubiese dado un golpe de viento cuando vio al tipo de la maleta, escribiendo con su tiza a la entrada de la Boqueria “Yo hacía la compra aquí” y, detrás, a una muchedumbre dispuesta a irrumpir en el mercado en plan te pongas, como te pongas. La sutileza con la que el guarda le decía al tipo de la maleta “oye, marchaos”, el caso omiso de todo cristo y la aceptación del guarda que, muy modosito él, decidió echarse a un lado; todos esos movimientos se desarrollaron de la misma liviana manera que el otoño deshoja los plataneros de La Rambla.

Hubo un poco de caos dentro de la Boqueria. Poco espacio, mucha gente, demasiados codos de fotógrafos, poca opción para lanzar algún mensaje. Aunque quizás no fuese necesario, porque si la idea era abrir debate, éxito.
Guarda de seguridad: “Están aquí con esta historia… sí… de acuerdo, noooo, todo está tranquilo, llevan megáfonos, sí… más no puedo hacer”.
Un transportista de pescado que pasa al lado del tipo de la maleta y la tiza: “¡Grande!”
Una paradista, frutera, una vez los manifestantes han pasado de largo: “Bah, si todos estos compran en el Carrefour…”.
El paradista que vende frutos secos y conservas: “Esto es una pantomima, si la gente comprase de verdad en los mercados… y estos, mira, en vez de irse de calçotada un sábado por la mañana, pues montan esto”.

A la salida del mercado, un hombre abre su balcón y saluda a la muchedumbre. Lanza besos y deshoja lo que diría que es un geranio, para lanzar después los pétalos a los manifestantes. Le ovacionan. Se ríe hasta la estatua humana del cowboy pintado de cobre, que siempre está quieto, con un congelado gesto desafiante, en la parte baja de La Rambla, pero que hoy, junto a sus colegas de oficio, se ha sumado a la manifestación.

Acabado el recorrido, la lectura del manifiesto oficializa el final de la jornada de protesta. A lo lejos, el tipo del sombrero ha guardado ya la tiza, pero sigue asiendo la maleta. No se sabe si será otro de los que ha tenido que dejar su barrio, su ciudad, con la sensación de que se la han arrebatado.
