
— Los palestinos que viven en Cisjordanía sufren constantes vulneraciones de derechos humanos
— En Hebrón abundan las tiendas cerradas y las casas abandonadas. Es una ciudad fantasma
Es viernes 25 de marzo de 2016 y el sol apenas ha tenido tiempo de calentar las fachadas calizas de las casas del céntrico barrio de Tel Rumedia, en la ciudad palestina de Hebrón, al sur de Cisjordania. Las puertas metálicas de las tiendas permanecen cerradas, pero nadie espera que abran. En realidad no están cerradas, sino selladas, soldadas, por el ejército israelí. Las aceras de este céntrico barrio, a unos 15 kilómetros de la frontera con Israel, ofrecen escaleras de cortesía para aligerar las cuestas, pero hace años que nadie las agradece. Una palmera adormecida apunta con sus secas hojas hacia el suelo cuando tocan las 8 de la mañana. La quietud es total, aunque no por mucho tiempo.
Hay dos ambulancias aparcadas junto a la acera. Varios militares y colonos armados ocupan la calle. Algunos empujan una camilla con un soldado israelí herido. Los demás custodian el lugar, o simplemente observan. La situación está controlada y haya sucedido lo que haya sucedido, ya ha pasado.
Una de las ambulancias avanza unos metros y deja a la vista a un joven palestino que yace en el suelo, boca arriba, herido e inmóvil. Su nombre es Abdel Fatah al-Sharif. Uno de los colonos, que anteriormente ayudaba a los soldados, coge ahora su móvil y se acerca al chico herido. Le está haciendo fotos, o grabando un vídeo.
Tras la segunda ambulancia se descubre a otro chico palestino en el suelo. Se llama Ramzi al-Kasraw, y ya está muerto. Nadie atiende a los palestinos. Nadie se acerca a ellos. Según el argot militar, están “neutralizados”.
El soldado Elor Azaria se separa de repente del compañero con el que hablaba. Mientras da tres pasos al frente, levanta su metralleta y la carga, con un gesto rápido, decidido y casi orgulloso, como el de un pistolero. Su compañero ni se inmuta y se limita a seguirlo con la mirada. Con el arma cargada, Elor apunta al primer chico palestino. Mientras Elor sostiene su arma, un joven colono lo mira y decide taparse los oídos con las manos.
Elor ejecuta un solo disparo a la cabeza del joven, que por supuesto seguía inmóvil en el suelo. El chasquido del arma rebota contra las paredes de las casas produciendo un eco metálico, pero parece no sorprender a nadie porque nadie reacciona, nadie pide explicaciones al soldado, nadie lo detiene.
Las imágenes que describo las grabó en vídeo Imad Shamsiyya, activista palestino de Hebrón. Las envió a la organización israelí B’Tselem (el centro de información israelí para los derechos humanos en los territorios ocupados) y ellos se encargaron de difundirlas.
Observo una vez más el vídeo, quitando ahora el sonido. Sin el eco metálico del disparo parece que en el vídeo no pase nada. Nadie se mueve. Desde la cabeza del joven se empiezan a formar tres ríos de sangre calle abajo. Nadie aparece en el plano para socorrerlo. Lo acaban de asesinar. Lo acaban de ajusticiar en medio de la calle.
De repente veo algo en ese vídeo que abrasa mis sienes, que interrumpe mi respiración. El colono israelí sigue grabando con su móvil al chico palestino muerto. La sangre todavía no se ha coagulado. Los regueros rojos siguen abandonando el cuerpo sin vida del muchacho. La escena es terrible, pero lo que me abruma es otra cosa. Yo conozco a ese colono.
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Amanece y soy el primero en entreabrir los ojos. La luz se cuela por la ventana y, a pesar de que es agosto, se soporta bien el calor. Mis compañeros y yo llevamos ya varios días alojados en Beit Sahour, cerca de Belén. Hemos venido a Palestina para grabar un documental y hoy toca desplazarse hacia el sur para visitar Hebrón, una de las ciudades más importantes de la región cisjordana.

Solo EE.UU., Canadá, Chequía y el propio Israel se oponen al reconocimiento del estado de Palestina, el resto del mundo lo aprueba. En la práctica, las dos regiones que forman Palestina (Cisjordania y Gaza) están a expensas de lo que el estado de Israel y su ejército disponga. Así que, aunque en teoría Cisjordania y Gaza son territorio no israelí, (tal como se acordó en el armisticio de 1949, en el que se denominó como Línea Verde a la frontera entre Israel y Palestina reconocida por la ONU), la realidad es que Israel tiene presencia en toda Cisjordania y las invasiones con las consecuentes colonias israelíes en territorio palestino se suceden sin interrupción desde el final de la guerra de 1967.

Nahoum Otterchik es un oficial jubilado que sirvió en el ejército israelí durante 30 años, participando en tres guerras, entre ellas la del 67. En una entrevista nos explicó cómo la política colonizadora y el despliegue cotidiano de soldados de Israel en Palestina no solo están basados en apropiarse del territorio y sus recursos, sino que están orientados a asegurar un nivel de confrontación y tensión con los palestinos que justifique la presencia e intervención militar y la consecuente detención, represión y expulsión de la población palestina.
En la guerra de 1967 Israel conquistó e invadió la ciudad de Hebrón. En el centro histórico de esta ciudad cisjordana hay una colonia israelí desde los años 90. Se trata de unos 700 colonos protegidos por una dotación equivalente de soldados. Según datos de la ONG israelí B’Tselem, desde 1994 más de 1.000 familias palestinas tuvieron que abandonar sus casas y 1.800 tiendas (casi el 80%) se cerraron y sellaron. El resultado es un barrio fantasma. El centro de la ciudad es inaccesible para sus propios ciudadanos, invadido y ocupado por una minoría que atenta contra los derechos humanos de los demás.
La resolución 446 y la 2334 de Naciones Unidas declaran ilegales los asentamientos judíos en territorio palestino. El pasado mes de diciembre, dicha organización los volvió a condenar y exigió que se detuviera la construcción de los mismos. Donald Trump se opuso a dicha iniciativa por considerarla “extremadamente injusta para Israel”.
El pasado 15 de marzo, La Comisión Económica y Social para Asia Occidental de la ONU (ESCWA, por su sigla en inglés) publicó el informe Israeli Practices towards the Palestinian People and the Question of Apartheid.
The report “Israeli Practices towards the Palestinian People and the Question of Apartheid” is available on:… https://t.co/G1zLHKkg48
— ESCWA (@ESCWACIU) 15 de marzo de 2017
De las setenta y cinco páginas del informe destaca la definición para definir la relación de poder: “Israel establece un régimen de apartheid, al que en general está sometido el pueblo palestino”. La Comisión de la ONU para Asia Occidental dice contar con “pruebas abrumadoras” de que “Israel es culpable de políticas y prácticas que constituyen el crimen de apartheid”.
Durante décadas se ha hablado de un conflicto entre dos fuerzas opuestas y equivalentes en el uso de la violencia. La realidad es que Palestina nunca ha sido denunciada por haber diseñado un aparato oficial de segregación y limpieza étnica sobre Israel. Es imposible simplemente porque no dispone de los recursos ni de la libertad necesaria para hacerlo.
El domingo 19, el estudio no se podía encontrar ya en la página web de la ESCWA. Una usuaria lo resubió y compartió en Twitter.
Apartheid Israel report has been removed from UN website, here is your PDF copy #Palestine #BDS (cont) https://t.co/pYYuvWxdzS
— Yasmin (@Yasthetwit) 19 de marzo de 2017
El muro construido en Cisjordania separa familias, barrios, ciudades e impide el acceso a tierras de cultivo. Las carreteras llamadas by pass (unen puntos estratégicos) están en territorio cisjordano, pero los palestinos no las pueden utilizar. El acceso doméstico al agua corriente es habitual en los barrios judíos. En los palestinos está limitado a unos depósitos en las azoteas de cada edificio. Cuando se acaba el agua que hay en ellos, los vecinos abren el grifo pero no sale nada. Y no volverá a salir hasta que las autoridades de Israel lo determinen. A pesar de que sea verano y las temperaturas, muy elevadas.
En las cárceles israelíes no hay menores de edad judíos, pero sí más de 400 menores de edad palestinos de entre 12 y 17 años (según datos de Europa Press, AraInfo. Org, El Mundo e Infolibre). Muchos están en la cárcel por lanzar piedras, otros ni siquiera tienen cargos. Estarán en la cárcel hasta tener la edad para ser procesados. Además, son frecuentes los derribos de casas, las incursiones aleatorias que el ejército ejecuta por la noche en viviendas palestinas, la tala o apropiación indiscriminada de olivos palestinos, e incluso está prohibido acceder al mar Muerto y a sus recursos minerales, a pesar de ser territorio exclusivamente cisjordano.

En Hebrón, como en los demás territorios de Palestina, se ejerce el apartheid. Hay toques de queda y se impide la entrada de palestinos a algunas zonas de la ciudad. Se aplica ley militar a los palestinos, pero ley civil a los colonos judíos. La calle Shuhada es un ejemplo de dicha segregación, o más bien limpieza étnica. Según datos recabados por Rosa Meneses, enviada especial de “El Mundo” en Hebrón, antes de los noventa vivían 50 familias, ahora sólo quedan cinco.
Las pocas familias palestinas que aún resisten deben someterse a los controles militares cada vez que entran y salen del barrio. Esos controles son humillantes. En ocasiones, adolescentes ultraortodoxos se sitúan junto a los check point (zonas de control militar para entrar y salir de la zona) y se ríen de los palestinos cuando cruzan entre los soldados. Solo tienen acceso los palestinos residentes. El paso está prohibido a familiares, amigos y palestinos en general que no tengan residencia en dicho barrio.
Las callejuelas más estrechas del centro histórico han tenido que ser protegidas con rejas metálicas. Las calles tienen techo. Un cielo a través de un colador al que le han lanzado todo tipo de objetos: piedras, sillas, botellas llenas de orín. Los colonos que viven en los pisos de arriba agreden a los palestinos que aún resisten en sus pequeños comercios para obligarlos a abandonar el barrio.

Los colonos son civiles, pero tienen permiso para llevar armas automáticas en cualquier momento y en cualquier lugar. Un día vimos a un colono que salía a tirar la basura. En una mano llevaba la bolsa, en la otra una metralleta. Tienen una relación directa con los soldados. Se dan apoyo mutuo, intercambian información, ayudan en la represión física y psicológica de la población palestina y, además, se encargan de dar apoyo táctico y logístico a los militares. En mi primera visita a Hebrón, en 2013, un colono me increpó por ir acompañado de un guía palestino. Me enfrenté a él y a continuación se dirigió a un soldado y le informó de la situación. Fui a hablar con el soldado. No me dio ninguna explicación. No sé si a ese chico que me acompañaba lo llegaron a detener o castigar de algún modo después.
Caminamos por esas calles de comercios cerrados, sellados por los militares. La estrella de David que los nazis utilizaban para señalar las tiendas y casas judías en Alemania, ahora luce en las casas y tiendas palestinas selladas del centro de Hebrón, como signo de triunfo y conquista judía. En alguna puerta también se puede leer “Gas the arabs” (Gasead a los árabes, en inglés).

El sol brilla y calienta con rabia nuestros pasos, mientras avanzamos por unas calles que un día albergaron tiendas abarrotadas de productos singulares y que hoy han quedado reducidas a espacios sin lugares. El silencio es casi absoluto. De repente, un par de niños palestinos de no más de 5 años cruzan la calle a prisa, cogidos de la mano. Contengo la respiración un segundo.
Nos enteramos de que hay una manifestación en una calle que aún es palestina, pero que pronto se unirá a las cerradas y ocupadas por colonos. Nos dirigimos sin dudarlo hacia allí con nuestras cámaras y nuestra grabadora de sonido. Al llegar, nos encontramos con un cordón de soldados que delimitan la zona que los manifestantes palestinos no pueden atravesar. No hay más de cien manifestantes, pero el ambiente es tenso. Los soldados no sólo ocupan la calle, también hay un despliegue táctico sobre las azoteas adyacentes.

Se inicia una lucha a través de los móviles. Los palestinos alzan banderas y móviles al mismo tiempo para grabar lo que sucede. Un colono, desde la comodidad que le proporciona estar detrás de los soldados, también graba con su móvil. Intento hablar con ese colono. Me sonríe con cinismo y dice: “I don’t speak english”. No consigo retirar mi mirada de su horrible expresión. Lo sigo con especial atención. El compadreo que tiene con los soldados en una situación tan caliente no me parece normal.

Encima de un montón de arena, utilizado en la obra de alguna casa de esa misma calle, se agolpan muchas niñas y niños de entre 3 y 10 años, que intentan hacerse ver desde la cima de esa minúscula pero simbólica montaña callejera. Sus pequeños zapatos se hunden y retroceden ligeramente. De nuevo cogen impulso hasta alcanzar un lugar estable. Gritan consignas de libertad a pleno pulmón mientras ondean banderas palestinas y pancartas en contra del apartheid.

Los palestinos presionan con sus gritos, mientras los soldados mantienen su posición para evitar que se avance. Al final, el contacto se hace demasiado físico y un soldado inicia por su cuenta una carga contra uno de los manifestantes. Coloca la mano sobre el pecho del palestino y lo empuja con contundencia varios metros atrás, mientras aprieta los dientes. Los gritos se multiplican, los dedos de unos y otros señalan, advierten, amenazan. Retomo el contacto visual con el colono y su móvil. Me mira. Sonríe de nuevo complacido por la situación. Le hago fotos, le apunto sin cesar con mi cámara. Él me apunta con su móvil.

Un patriarca judío se abre paso hacia nosotros. Tiene la barba y la expresión de un personaje bíblico. Atraviesa la línea de seguridad con la connivencia de los militares, invadiendo el espacio ocupado por los manifestantes palestinos, que no cuentan con el respaldo de ningún cuerpo de seguridad propio. Levanta la mirada buscando a alguien. Un chico palestino responde a esa mirada desde la tienda en la que trabaja. El patriarca se abalanza en esa dirección custodiado por policías y soldados que ralentizan su paso. El padre del chico coge a su hijo del pecho y con un gesto violento y apresurado lo lanza hacia el interior de la tienda para evitar una confrontación directa con el patriarca.

Se forma una melé. Más gritos. La tensión se eleva. El colono del móvil está a pocos metros, eleva su brazo para hacer alguna foto, un niño se lo intenta impedir poniéndole una bandera palestina delante.

Finalmente parecen convencer al patriarca para que retroceda. En el camino a su posición inicial tiene tiempo de enfrentarse a un joven palestino. Se detiene ante él dilatando los segundos, le clava la mirada, le dice alguna palabra en hebreo. El joven palestino se queda inmóvil. Tiene a su lado a un policía con un gesto igualmente represivo. Entiende que no puede responder a la provocación. El patriarca se retira al otro lado de la línea, que los soldados ya han logrado recomponer.
Allí, un hombre palestino es detenido y se le introduce en un coche blindado. Algunos periodistas acercan sus cámaras y sus micros de inmediato, nosotros también. Nos dirigimos a un soldado entre empujones:
—¿Por qué le estáis deteniendo?
—Para investigar.
—¿Pero qué ha hecho?
—Es sólo para investigar.
A este tipo de detención se les denomina “administrativa”. Se ejecuta sin cargos sobre la persona, que puede estar detenida hasta 6 meses en una primera instancia, prorrogables.

El blindado se aleja y el colono del móvil comenta algo con los soldados. Ahora esquiva mi mirada. Me ignora.
El 10 de abril de 2015, La Oficina del Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos (OHCHR) hizo un llamamiento a las autoridades israelíes para que cesaran de utilizar el sistema de “detención administrativa” contra los palestinos. Según la OHCHR, hasta febrero del 2015, más de 420 palestinos permanecían detenidos bajo órdenes de detención administrativa, más del doble que los 181 que había el mismo mes del 2014.

Todos juntos se congratulan: el patriarca que amenaza y amedrenta a los vecinos palestinos; el oficial que portaba el documento para hacer efectivo el cierre de la calle; el policía que custodiaba al patriarca; el colono que hacía fotos, que sonreía y me decía que no sabía hablar inglés.
El mismo colono que cinco meses antes, junto a otros colonos armados, daba apoyo a los soldados y empujaba la camilla hasta aquella ambulancia. El mismo colono que, tras el disparo en la cabeza que ajustició a aquel chico palestino, se puso a hacerle fotos, sin increpar ni denunciar en ningún caso al soldado asesino. De no haber sido por la grabación del activista ni siquiera hubiera habido juicio. Ninguno de los soldados ni los civiles presentes en el acto denunciaron el asesinato. Finalmente, la condena para el soldado Elor Azaria ha sido de 18 meses de cárcel, aunque afirmó no arrepentirse de lo ocurrido. Las leyes israelíes castigan con tres años de cárcel a quien lance una piedra a un coche blindado israelí. Pegarle un tiro en la cabeza a un palestino, cuando éste yace herido en el suelo, se paga con un año y medio de prisión.
Aquel día de marzo dos chicos palestinos no pudieron aguantar la injusticia, la vejación, el olvido y la represión que ellos, sus familias y sus vecinos padecen cada día a causa de la invasión y colonización de Hebrón. No pudieron soportar ni un segundo más que los expulsen de sus propias casas, que les cierren los negocios, que les detengan sin cargos, y los arruinen para siempre. No soportaron ser humillados y agredidos por los colonos y los soldados. Aquel día de marzo, los chicos atacaron a un soldado con un cuchillo. El soldado resultó herido en el hombro y el brazo, a los chicos palestinos los asesinaron.
El colono y su móvil pasean por Hebrón esperando, o más bien provocando una nueva oportunidad. Primero se trata de desesperar, de desquiciar, de humillar a algún otro vecino palestino. Se trata de generar tensión junto a un check point, de insultar a alguien, de empujar a alguien en una manifestación, o humillarlo con su móvil, tarde o temprano la situación se desatará, alguien cogerá un cuchillo y los soldados harán el resto.

El apartheid no lo practican un grupo reducido de personas. Como ocurría en Sudáfrica, se trata de una maquinaria organizada a nivel estatal, en la que participan políticos, funcionarios, militares, profesores y por supuesto, también colonos como el tipo del móvil. Cada uno cumple una función específica, cada uno es una pieza de un engranaje muy sofisticado y perverso. Tanto, que en 2016, según datos de Naciones Unidas, fueron asesinados 67 palestinos y 2.213 fueron heridos.
La manifestación se ha disuelto. Algunas de las niñas que sujetaban pancartas y gritaban en contra del apartheid ahora juegan a hacer pompas de jabón. Soplan con delicadeza a través de un aro de plástico. Las pompas de jabón pueden sobrevolar los muros de la segregación. Incluso en Palestina.