
— Fue director de marketing y ventas de Kellogg’s en Portugal, pero después de un accidente de coche en el que quedó parapléjico lo dejó todo y se dedicó al 'coaching'
— Ha fundado TandemTeam, un proyecto integral para hacer acompañamiento a todas las personas con diversidades funcionales
La de Francesc Granja es la historia de un cambio. Antes del 12 de mayo de 1994 era un hombre casado, con una carrera en ESADE y un cargo de director de marketing y ventas de Kellogg’s en Portugal, un trabajo que le empujó a mudarse a Lisboa. Una vida de estrés, de negocios, de hacer que cuadraran las cuentas y de decisiones empresariales. De ganar mucha pasta. El libro autobiográfico que escribió en 2013 empieza con el latigazo que propició un cambio de rasante que él mismo marca como inicio de su relato y de su renacimiento. Las líneas que siguen son un extracto de la introducción del libro.
“Volvía de mi casa después de reunirme en Oporto con el director de marketing de un proveedor que estaba interesado en llevar a cabo una promoción conjunta con nuestra empresa. Como quería llegar a Lisboa a la hora de la cena, apuré el acelerador con imprudencia. […] Esa especie de abducción momentánea me impidió advertir el camión tumbado que atravesaba la calzada a pocos metros de distancia y de cuya parte delantera aún salía humo. […] El volantazo sirvió para desviar la trayectoria del coche hacia la cuneta y evitar la colisión, pero, ahora, este ya no se desplazaba sobre las ruedas, sino que avanzaba fuera de control dando vueltas de campana sobre sí mismo. En el primer vuelco, mi cuello se quebró como consecuencia del cabezazo que me di contra el asfalto. A la siguiente voltereta, escuché un golpe seco seguido de unos gritos ahogados. Tras unos cuantos giros más, el vehículo se paró. Durante esos pocos segundos en que se rompió la conexión nerviosa entre mi cerebro y mis extremidades solo recuerdo que no estaba en la Tierra”.
Ángel fue quien me abrió la puerta. Más que un ayudante, Ángel es, a la práctica, los brazos y las piernas de Francesc. Unas extremidades que necesita alguien con una tetraplejia completa e irreversible a partir de la sexta vértebra, es decir, desde el pecho para abajo. Francesc considera que Ángel es el mejor de todos los ayudantes que ha tenido –y eso que los cuenta por decenas, entre 60 y 70. Llegaron a un mutuo beneficio: el cuidador viviría con el cuidado para así poderlo atender en necesidades puntuales, incontinencias nocturnas o pequeños accidentes domésticos. A cambio, en vez de recibir un sueldo líquido, Ángel viviría en el piso. La relación entre los cuidadores y las personas con discapacidades físicas es compleja, difícil de describir y con unas barreras difusas que pueden resultar conflictivas. No obstante, el vínculo entre Ángel y Francesc se ha ido estrechando con el tiempo, el cuidador es uno más de la familia Granja y sabe distinguir entre lo que significa trabajar para un discapacitado y vivir para él.
Cuando interrumpí a Ángel con mi llegada, estaba viendo los goles del último Barça-Madrid, un destello de normalidad que me confortó y me ayudó a creer que no me estaba metiendo en un terreno desconocido. El piso de Francesc, ubicado en la Vila Olímpica de Barcelona, remite a alguien con cierto gusto por el interiorismo, que tiene estilo y recursos para decorar. Aunque estaba en la media oscuridad de la noche, iluminado por una luz tenue, los grandes ventanales permitían conjurar un espacio con luz y abierto a la calle. En ningún momento me sentí en un piso adaptado para una silla de ruedas. Como mucho, y siendo quisquilloso, podía verse un leve accidente de cálculo en la altura de los muebles, que eran un poco más bajos de lo habitual, aunque, en caso de ser un error, habría sido casi imperceptible. Las modas interioristas, con los televisores a ras de suelo y grandes espacios abiertos, disimulaban la adaptación práctica de todos los elementos de la casa a una silla de ruedas. El comedor no transmitía emociones ni calidez; se parecía más al escaparate de una tienda de muebles (muy bonito, eso sí) que a un hogar.
Quedamos a las ocho y media en su casa. Era a principios de primavera y ya había anochecido cuando nos encontramos. Francesc estaba en la cama, reposando, con un ordenador Mac delante. La habitación era grande y con vistas cercanas a la plaza sobre la que se alzaba el edificio, a la altura de un primer piso. La cama, enorme y con sábanas marrones, dominaba una habitación con varios artilugios singulares, como la mesa en la que reposaba el ordenador, compuesta por diversos engranajes que permitían modular la altura y la inclinación. La puerta de entrada era como la de los bares de las películas del Far West, que se abren con sólo empujarlas hacia cualquiera de los dos sentidos, con la excepción de que esa puerta era de una sola pieza. La habitación respiraba, ya que contaba con grandes espacios adaptados para moverse con facilidad con la silla de ruedas. Ahí estaba Francesc tumbado en el lado izquierdo de la cama, recubierto con la sábana marrón y reposando la cabeza sobre un cojín parecido a los que hay en trenes y autocares. Durante el rato que estuvimos hablando, solamente le vi del pecho para arriba, exceptuando los brazos, que tenía encima de las sábanas. Francesc tiene una cara redonda, con una frente grande y unos ojos azules cuyo impacto sabe usar mientras habla. Su voz es rasgada y afónica, y casi se puede intuir el recorrido de sus palabras por su garganta antes de salir.
Grandes rupturas para grandes cambios
–Tu vida es distinta después del accidente: has cambiado de profesión, el modo de encarar las cosas, de afrontar la vida. Pero ¿es necesario un cambio traumático para llegar a ese estado?
–Creo que sí. Hace falta un gran choque para un gran cambio. A veces, hay gente que dice que no ha tenido que hacer ningún proceso de duelo, de rotura ni enfermedad para hacer un cambio, pero creo que son una excepción. Cuando se ven cambios profundos en las personas es cuando hay un accidente, una enfermedad, cuando te has arruinado, cuando se muere un ser querido. Entonces haces un replanteamiento de tu vida. Las personas que hacen un cambio significativo siempre han pasado por algo: ataques de pánico, ansiedad, accidentes, tentación de suicidio.
–¿Con quién estaría hablando yo ahora si no hubieras tenido el accidente?
–Estarías hablando con un ejecutivo agresivo, separado, con un cuerpo y una salud muy chungos y con una vida abundante en riqueza material pero escasa en riqueza espiritual o emocional. Yo era una persona totalmente desconectada de las emociones y el autoconocimiento. Me habría gustado ser distinto antes del accidente, pero hacen falta grandes rupturas para grandes cambios.

La decisión consciente
Las emociones son ahora la prioridad de Francesc. Se queja de que no recibimos ningún tipo de educación emocional o introspectiva en nuestra vida; que los padres –al menos los de su generación- nunca educaron pensando en qué era lo mejor para sus hijos, sino con elementos que tenían más que ver con ellos mismos que con sus niños. Una forma como otra de canalizar las frustraciones. Creció en una familia de cinco hermanos en la que imperaba la testosterona en su manifestación más primitiva: el que lloraba o mostraba sensibilidades, era débil. Francesc niega que enseñar nuestro lado más sensible o nuestros miedos nos haga vulnerables y se muestra seguro de que, con nuestras debilidades por delante, obtenemos más respuestas emocionales útiles que escondiendo nuestro miedo. Está convencido de que poner barreras emocionales para relacionarnos con nuestros seres queridos es como si quisiéramos follar sin quitarnos el pantalón. Desnudez es la palabra clave para él, en todos los sentidos. Ese es el concepto sobre el cuál giran sus Conversaciones Genuinas. A los 40 años, Francesc tomó la primera decisión consciente de su vida.
–¿Qué significa decisión consciente?
–Decisión consciente significa que hay esto, y yo decido esto. Hasta entonces, cosas como casarme, estudiar ESADE o jugar a balonmano eran decisiones en las que me dejaba llevar. Las situaciones se daban, me pedían cosas… Y yo seguía el camino. No me planteaba si me gustaban las cosas que hacía; yo tiraba millas. Cuando me casé, lo hice porque tocaba y, ahora, me pregunto si estaba realmente enamorado. La respuesta es que no. Son decisiones superficiales, tomadas por inercia, por la mente. Una cosa es la mente y otra nuestra esencia emocional, y hay que saber si conectamos con las cosas o si lo hacemos por dinero, porque está bien visto o para estar con los amigos. Cuántas decisiones se toman en la vida sin estar conectado…
Me pregunto qué demonios significa estar conectado, tomar decisiones conscientes y si uno se percata de cuando entra en ese estado de esencia emocional. Francesc defiende que se pueden contar las sensaciones que hay cuando uno se siente uno mismo, pero no qué significa ser uno mismo. Según él, el quién soy yo es una pregunta que nunca termina de responderse.
En esos parámetros se mueven las Conversaciones Genuinas. Son fruto de la primera decisión consciente en la vida de Francesc: ser coach. El coaching se define en Wikipedia (refugio de primeras impresiones a riesgo de equivocarse) como “el proceso interactivo y transparente mediante el cual el coach busca el camino más eficaz para alcanzar los objetivos fijados usando sus propios recursos o habilidades”. Para Granja, el coaching fue una entrada en una nueva dimensión. Su vertiente profesional pasó “del cálculo de escandallos, el diseño de investigaciones de mercado y el análisis de datos a un mundo en el que no había que calcular sino preguntar, donde no había que escribir sino escuchar, y donde no había que hacer sino ser”.
A partir de todo lo que aprendió en los cursos de coaching de las mejores y exclusivas escuelas de Estados Unidos y España, se fue amasando su propio discurso y su propia metodología. Estaba harto de asesorar empresas y personas con los métodos convencionales del coaching, que a pesar de parecerle el radiante inicio de un nuevo día cuando lo descubrió, seguía vinculado a los objetivos, los resultados y la empresa.
–El coaching es una disciplina muy conductista. Cuando estaba reposando en la cama, la gente me pedía coaching, y yo les dije: mira, vamos a hablar y ya está. Y entonces me di cuenta que en la conversación pasaban cosas, que en el simple intercambio de ideas e opiniones había un cambio. Reflexioné sobre aquello de forma intuitiva y vi que el motor del cambio en el otro no es la conducta, sino el vínculo que se establece con el coach. La persona cambia y supera los problemas, pero no es gracias al método sino al vínculo con el terapeuta. Mi propuesta es esta: cambiar el paradigma tradicional según el cual yo soy el psicólogo y sé lo que necesitas para cambiar. Si yo estoy en el centro, con amor y genuinidad, generaré un espacio genuino para que la gente pueda encontrar su propia genuinidad. Mi teoría es que tenemos una fuerte desvinculación entre lo que somos y lo que hacemos, y eso es porque nos hemos alejado de nuestra genuinidad. Al final, todo aquello que queda escondido se acaba manifestando a través del cuerpo: ataques de ansiedad, de pánico, hipertensión, estrés. Nuestro cuerpo, infinitamente sabio, decide expulsar nuestros deterioros internos para que puedan ser vistos. A veces, mi método no funciona y se acepta, porque no puede servir igual para todos. Yo me planto allí con lo que soy, con lo que he vivido. Y escucho, hablo con la gente.
–¿Qué haces si percibes problemas muy serios o sin solución?
–Hay personas que requieren un trabajo más profundo y terapéutico, y entonces las derivo. Bipolaridades, trastornos mentales… Aquí me declaro incompetente. Yo les puedo acompañar en su proceso terapéutico de forma paralela, pero es algo muy complicado. A veces hacen falta otras vías de trabajo.
–¿Y con los grandes dramas? Muertes, enfermedades…
–Con los grandes casos de duelo no se puede hacer nada. El duelo tiene unas etapas y necesita un proceso, que cada uno hace de forma distinta. Cuando llega la tristeza en nuestra vida, debemos darle la bienvenida. Isabel Allende, cuando murió su hija de sobredosis, dijo que construyó un muro, y hasta que no dejó que el dolor la atravesara, no pudo levantar cabeza. Hay situaciones que requieren tiempo y es bueno que eso pase. Si se muere tu pareja, no estarás de puta madre al cabo de dos días.
A día de hoy, ha conversado con unas 500 personas si sumamos coaching y Conversaciones Genuinas. El promedio aproximado de sesiones de genuinidad es de cuatro encuentros. Nunca olvidará el caso del emprendedor que se interesó en hacer coaching para mejorar su negocio y en la cuarta sesión le confesó que en tres años había descubierto dos de sus cinco hermanos muertos por un tiro en la cabeza. Recuerda también con gran afecto la primera persona con la que hizo sesiones prácticas de coaching, que en cinco encuentros (sinónimo: ¿sesiones?) con Granja descubrió la pasión de su vida. Para el coaching cobraba a sus clientes, pero para las Conversaciones Genuinas ha establecido un sistema de intercambio en el que puede recibir de sus clientes cosas como comida, fotografías o diferentes formas de ayuda. Los escenarios de las terapias son variopintos y moldeables según los contextos y las personas.
Ese hombre que ahora vibra conversando con otras personas en su área de genuinidad tuvo un derrumbe después del accidente. Su mujer, después de pasar por una depresión y quedar inmersa en un estadio de negación continua, se separó de él. Francesc se encontró sin pareja, sin trabajo y en una silla de ruedas. Se refiere a aquellos momentos como los más duros. No se atrevía ni siquiera a salir solo a la calle, presa de su propio cuerpo que le daba jodiendas como las incontinencias, que, según cuenta, fueron lo más duro. Su aparato digestivo, desprovisto de la conexión nerviosa necesaria con su cerebro, a menudo le jugaba –y aún le juega– malas pasadas.
–No soy autosuficiente, necesito ayuda para limpiarme. Al principio sólo me dejaba cambiar por mi familia y los cuidadores, cosa que creaba situaciones desagradables, como cuando tenía que despertarles a media noche por un problema de orina o, aún peor, por un problema fecal. Cuando eso sucede, tengo que cambiarme, ducharme entero, limpiar la silla y volver a sentarme en ella. No es algo tan distinto a la regla de las mujeres, que están unos 35 años de su vida ensuciando ropa, manchándose en momentos inoportunos y conviviendo con ello. Una vez me cagué encima, literalmente, en una clase de ESADE, delante de tíos que habían pagado 50.000 euros por el cursillo. Mi intuición me condujo a no moverme demasiado para no expulsar gases, disimular tanto como pudiera y marcharme lo antes posible.
Con el paso del tiempo, Francesc fue ensanchando miras hacia una situación que, a pesar de formar parte de su vida desde hace 20 años, aún le hace sentir incómodo en algunas situaciones. Pero ahora ya es capaz de reírse y hacer coña.
Más allá de los problemas estrictamente biológicos, otro foco de dolor y desespero para él ha sido la condescendencia. Asegura que no hay nada peor que el “pobrecito”, la pena. En según qué días –y dependiendo de su estado de ánimo– ese reflejo triste en los ojos ajenos llegó a desesperarle. Ahora ya tiene totalmente asimilados los típicos percances de la tetraplejia, como el ser ayudado y empujado por desconocidos, tener que subir la rampa del autobús o los saludos básicos. Cuando entré por primera vez en su habitación y le saludé, tuve la inercia de estrecharle la mano, una cortesía de primera necesidad. Pero los dedos de Francesc, aunque tienen movilidad y puntos de tensión, son flácidos y desprovistos de fuerza, así que me vi estrechando una masa de dedos y no la palma de una mano. Esta situación es normal para él y ya se ha acostumbrado a que, por ejemplo, le estrechen la muñeca y no la mano. Se deja ayudar cuando lo necesita, y lo más importante –y que saben todos los que le rodean- es que si necesita ayuda, la pide, y ya está. La sensación es que antes se dejaba caer en ese abismo que es la dependencia y, ahora, ha aprendido a mirar el paisaje al borde de la caída, siempre expectante para saber qué pueden ofrecerle esas vistas exclusivas para un tetrapléjico.
Antes, Francesc participaba de la vida nocturna y le gustaba salir de fiesta. Ahora, en una discoteca, ya no disfruta. No puede hablar porque la música está demasiado alta y obligaría al interlocutor a agacharse, además, tiene un tono bajo de voz. Según cuenta, la silla es un freno para las chicas en la discoteca. Ah, y el descenso de su actividad nocturna, aunque él no lo dice, podría vincularse también a que ha estado unos dos años con pareja estable.
–¿Qué hace alguien que no puede andar en una discoteca?
–Pues hay que tener huevos de ir al medio de la pista, plantar la silla y empezar a bailar. Mi baile es muy sencillo: muevo sólo los brazos. Hay gente que baila moviendo la silla y hace virguerías, pero yo no puedo. Ahora ya me he cansado un poco de la vida nocturna, si voy con la silla solo veo culos. Prefiero un contacto con las personas más conversacional.

De la testosterona a la denuncia del ‘penecentrismo’
Otro aspecto directamente relacionado con sus limitaciones corporales es el sexual. Francesc tiene que enfrentarse a un triple tabú: el sexo, la discapacidad y, en consecuencia, el sexo para los discapacitados. Tabúes que explicita con destreza uno detrás de otro en su libro Vivir el Sexo, un relato de más de 200 páginas editado en 2013 por Ediciones Luciérnaga en el que resigue su vida sexual, desde antes del accidente hasta la transformación de su percepción del erotismo y la sexualidad.
En principio, el aspecto sexual sólo debía ocupar un capítulo del libro, que serviría para relatar su experiencia vital y la transformación emocional que ha vivido después del accidente. Las escenas son todas auténticas y sus detalles respetan la realidad, con el único disfraz de un cambio de nombres y algún que otro maquillaje para que terceras personas no puedan identificar a sus compañeras de aventuras sexuales. En la narración hay descripciones detalladas de momentos que, en principio, parecen intransferibles, como la pérdida de su virginidad. Dice que, a la hora de escribirlo, no le dio vergüenza sino que entró en una especie de trance y le salió todo de golpe. Sus descripciones detallistas –no sólo de las acciones sino también de sus hervideros mentales en esas situaciones en las que hay mucha virilidad, orgullo y autoestima en juego– ayudan a adentrarse en la narración y a no sentirse un extraterrestre cuando sumerge al lector en su mundo de caricias y besos, un territorio que, a su parecer, aún tenemos demasiado inexplorado.
Francesc hace crítica del penecentrismo, doctrina sexual que él mismo bautizó y que está, según cuenta, totalmente implementada en nuestra sociedad: el glande masculino como principio y fin de toda relación sexual. Al desaparecer su conexión nerviosa con su pene después del accidente, Francesc pasó por fases de distinta índole. Primero, la autonegación de virilidad, ya que, cegado por el penecentrismo existente en su familia y su entorno social, no cabía en su imaginario ninguna posibilidad de sentirse realizado como macho ni como sujeto sexual. Lo probó inyectándose papaverina, un compuesto químico vasodilatador que se inyecta en la base del pene diez minutos antes de la penetración. Después lo probó con la viagra y obtuvo los mismos resultados: todo le parecía frío y aséptico, químico. Ese intento de disimular que su polla había dejado de ser el alfa y el omega de sus relaciones sexuales fracasó de forma estrepitosa.
Entonces fue cuando descubrió el mundo de las caricias, los besos, las infinitas posibilidades que ofrecen unos labios y una boca, y un paradigma nuevo que hasta entonces había sido invisible debido a su insistencia para hacer de la zona genital el epicentro de todo cuanto deseaba sexualmente. Su libro es un laberinto inexplorado para cualquiera que lo lea; como buen tabú, la sexualidad es un enjambre de cuestiones jamás interrogadas en las que la respuesta es lo menos importante, y el camino de la duda, las cábalas y las incertidumbres acaba siendo la finalidad en sí. Es un relato jugoso con el que cualquiera puede identificarse y que alberga momentos en los que uno aprende cómo se puede llegar a la plenitud sexual con el pulgar de la mano derecha. Momentos en los que el lector se plantea cómo actúa alguien que empuja una silla de ruedas en un chat de cibersexo.
Para dar salida a todos estos estímulos sexuales, y con tal de ser de ayuda en su entorno, Francesc ha fundado y preside Tandem Team Barcelona. En su web se define como la “primera asistencia sexual para personas con diversidad funcional (discapacidad)”. El proyecto se apoya en profesionales de distinto ámbito: asistentes sexuales, psicólogas y licenciadas en ADE. Cuatro mujeres acompañan a Francesc en ese camino que mezcla sin complejos distintos elementos que quedan al otro lado de un muro social aparentemente inexpugnable: sexualidad, discapacidad y prostitución. Cuando se mezcla, el potaje puede ser de difícil digestión, pues no hay costumbre de enfrentarse a lo desconocido, refugio de miedos, incertidumbres y huidas. Por ese motivo, y por la originalidad de la idea, ya llevan algunos meses saliendo en distintos medios de comunicación y propagando su voz, como en la contra de El Periódico del 21 de enero de 2014, en la que el mismo Francesc expone el proceso de creación del proyecto.
–Se nos ocurrió hacer un proyecto de acompañamiento al duelo consistente en crear un trabajo específico en todos los dominios del ser humano (laboral, sexual, de salud, familiar y de relación con ayudantes) que fuera integral, para que alguien con una lesión medular pudiera transitar el duelo. Luego, en todas las entrevistas que hicimos, nos dimos cuenta de que el aspecto sexual era el que más interés suscitaba. Yo había conocido el tema de la asistencia sexual en Europa y me había documentado para el libro.
–¿Había alguna aquí en Barcelona?
–En Mollet del Vallès se había creado Sex Assistent, asociación en la que se hablaba por primera vez en España de asistencia sexual. Pero era muy teórico; hablaban mucho pero no hacían nada. Y dijimos: venga, pues adelante. Encontramos una asistente sexual totalmente alineada con nuestros principios y ahora estamos en ello: Tandem Team es un proyecto integral que promueve la aceptación y la normalización de las personas con diversidad funcional. Ahora mismo lo que nos da proyección es Tandem Intimity.
–¿Qué es?
–La vertiente sexual del proyecto. El doble tabú: sexo y discapacidad. El pensamiento generalizado de que ya tienen suficiente con lo suyo como para encima pensar en el sexo. Después hay el tema moral, familiar, elay, ay, ay. Desde que estamos saliendo en los medios, recibimos más llamadas de personas que quieren ser asistentes o voluntarios que de usuarios que quieren recibir asistencia sexual. Hay mucho desconocimiento, mucho miedo. Por eso vamos poco a poco y hacemos un trabajo muy pedagógico. Debemos hacer pedagogía casi puerta por puerta porque mucha gente, a la hora de recibir una asistencia sexual práctica, se tira atrás.

¿Qué significa ser feliz, tío?
Una de las cosas más inquietantes de Francesc es su habilidad para que el vaivén de palabras que suelta pueda causar una sensación u otra dependiendo del momento, que parezcan huecas o llenas de significado de forma intermitente. Con el desgaste de las palabras que centran su discurso, corre el riesgo de PauloCoelhizar, aunque tiene habilidad y argumentos para conseguir que no sean banales y ligeras.
–A la palabra, somos nosotros quien le da sentido. Es como los cuadros. Un cuadro no está en el cuadro, está en los ojos del que mira. La palabra no está en la palabra, sino en los ojos de quien la escucha o la lee. Nuestra realidad se filtra a través de nuestra emocionalidad. Tenemos que dar nuestro propio contenido a todo, y esa es la gran magia y la gran trampa del lenguaje. Hablar y escuchar son fenómenos distintos. No es tanto lo que decimos sino desde el sitio emocional que lo decimos. Y este es único, individual e intransferible. Todo puede ser un estereotipo. ¿Soy feliz? ¿Qué significa ser feliz, tío? Si vivimos 80 años en nuestra vida, ahora estarás bien, y luego mal, y ahora triste, ahora de duelo, ahora regular. ¡Incluso en un mismo día vas cambiando!
Suponía que con su libro, Tandem Team, las Conversaciones Genuinas y todas las otras historias en las que está metido, Francesc no tenía tiempo para trabajar. No obstante, tampoco creía que esas actividades le dieran el dinero suficiente como para pagar su bonito piso de la Vila Olímpica. La verdad es que Francesc tiene una pensión que empezó a cobrar después del accidente y que le permite cubrir, de sobras, todos los gastos: es una pensión buena, muy por encima de la media y notablemente mayor que el sueldo de un funcionario estándar. Está gestionada por el estado pero, al ser un accidente laboral in itinirare, fue la aseguradora laboral de Kellogg’s la que capitalizó todo el dinero a la Seguridad Social, que es la entidad que le paga a fin de mes. De esta forma cubre algo que las emociones por si solas no pueden: la tranquilidad de llegar a fin de mes.
Guerra de los mundos
Ángel me despidió en el umbral de la puerta. Se me hizo raro tratarle igual que antes de la conversación con su Francesc, pues habíamos estado un buen rato hablando sobre él y tuve la extraña sensación de tratar con un conocido sin que él tuviera constancia de ello. En cierto modo, yo estaba haciendo un poco de trampa. Antes de que me acompañara, vi que aún estaba con el último Barça-Madrid, en ese caso mirando como Tomás Roncero, periodista del As y la Cadena Ser, se marchaba de la cabina de retransmisión de la radio después de que le pitaran un penalti en contra a su queridísimo Real Madrid. Esa reacción me pareció un eco lejano del mundo exterior, una extraña bienvenida al mundo exterior. El contraste entre el relato de Francesc y el circo periodístico y social del fútbol me confirmó que había estado durante un buen rato abducido por preguntas que suelen estar escondidas en algún rincón, a la espera de encontrar el momento idóneo para salir a buscar sus respuestas. Me pareció que la distancia entre esos dos mundos, que había personificado sin querer y cuya frontera acababa de traspasar, era enorme y, contradictoriamente, quizá demasiado grande para ser perceptible. A la vez, tuve la certeza, encarnada en Francesc y su andadura vital, de que es decisión nuestra en cuál de los dos queremos vivir.
