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El encierro de Motor Ibérica, ‘mujeres de’ en el conflicto obrero

— 300 mujeres y niños de los trabajadores de Motor Ibérica en huelga ocuparon la iglesia de Sant Andreu del Palomar el 1 de junio de 1976

— Una exposición rememoró el sábado los 28 días de encierro, en el marco de uno de los conflictos obreros más duros del posfranquismo

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“Mira, ahí dormían los niños”, señala Maruja Ruíz la sacristía de la iglesia de Sant Andreu del Palomar, lugar icónico del antifranquismo de barrio y el cristianismo socialista. Pasea entre los bancos en los que hace casi 41 años, 300 mujeres y niños de trabajadores en huelga de la fábrica Motor Ibérica de Poblenou vivieron durante 28 días. Maruja lo recuerda con desparpajo y orgullosa, mientras busca uno que le guste, lejos de unos altavoces que rompen la estética eclesiástica. Lo encuentra y se sienta. “Rapidita, va, la entrevista”. Está a punto de comenzar la presentación de la exposición ‘La tancada de les dones de Motor Ibérica, 1976’, organizada por Òmnium Cultural y l’Associació de Veïns i Veïnes de Sant Andreu de Palomar. Ella debe subir al estrado.

Es 1 de junio de 1976. Maruja no para. Ha propuesto en una asamblea de trabajadores ocupar la iglesia, después de “estar por la calle, en la puerta de la fábrica, de llevarle una carta al padre del Rey que estaba en el puerto en un yate, de hacer de todo”, explica. Los protagonistas de la huelga, hombres en su mayoría, que aguantan desde abril, dan el visto bueno al encierro, algunos con más predisposición que otros. Piden la readmisión de los despedidos en 1975, la retirada de sanciones y un aumento lineal de 4.000 pesetas de sueldo, en plena negociación del convenio provincial del Metal.

Las mujeres se encierran. “Yo tenía un Renault 4L, metí un fogón y tres cartones de leche, pensando que al día siguiente nos iban a sacar, pero no, y empezaron a entrar mujeres, mujeres, mujeres…”, relata Maruja. Aprovisionan alimentos en el ábside, duermen donde pueden, crean comisiones de organización.

Las fotos de la exposición muestran a mujeres con batas a cuadros cocinando en un hornillo sobre el suelo santo, niños sonrientes aguantando pancartas, con los pantalones cortos de rigor y camiseta típica de partidillo de fútbol en el descampado. Niños con miradas de “Esto es lo que hay”. Es junio, no tienen colegio.

Esta exposición itinerante recorrerá los barrios del distrito de Sant Andreu cada sábado de marzo hasta el domingo 2 de abril: el paseo de Fabra i Puig, la plaza de Orfila, la rambla 11 de Setembre y, finalmente, la biblioteca Can Fabra.

“Fue una movilización propia, sin hombres y sin trabajadoras de Motor Ibérica”, enfatiza Maruja, por si no había quedado claro. Esta mujer menuda de 81 años, con anorak, una sombra de ojos azul acusado y raya de agárrate y no te menees, parece crecer por momentos sobre sus zapatillas, también pequeñas. Maruja, minoría movilizada, organizada en Nou Barris en los círculos del Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC) y Comisiones Obreras (CCOO), dirige el encierro.

Un encierro de casi 300 mujeres y niños “que no sabían nada”, afirma.

—Algunas no sabían ni en qué trabajaban sus maridos, eran mujeres de. Cuando dije que había que ocupar un hombre levantó la mano y dijo “sí, sí, mi mujer ocupa”, y yo le pregunté “¿pero tu mujer lo sabe?” —explica Maruja, abriendo mucho los ojos. “Y no lo sabía”.

—Tanto para ocupar como para no hacerlo, decidían por ellas.

—Sí, pero cuando eso empezó a avanzar, algunos vinieron a buscarlas y se llevaban los hijos cuando ellas decían que no salían. Alguna lloraba. Y nosotras decíamos “Bueno, vete, por una menos…”, pero no se quería ir. Se había convertido en una lucha nuestra.

El historiador Jordi Bassas lo sintetiza: “No se puede entender el encierro como un apéndice de la huelga. Fue una movilización en sí misma”.

Una movilización femenina y, con el paso de los días, intrínsecamente feminista. Un encierro duro con “una televisión sueca filmando día y noche, durante tres días”, añade Maruja.

28 días de encierro, “con el permiso de Josep Camps, el rector, que estaba un poco quemao, porque le habían pintao la A de anarquismo en las puertas, pero le prometimos cuidarla, y cuando los cristianos de la zona venían a hacer misa, nos íbamos”, explica.

Las mujeres consiguieron una gran solidaridad económica, como en todos los conflictos obreros de los años 70. Comida, agua y medicamentos. “Yo era la niña del encierro que hacía los recados. Llegaba a la farmacia y decía ‘necesitamos tal medicamento’ y nadie me decía que pagase”, explica María Dolores Medialdea, hija de Maruja. “Ya habíamos estado en una ocupación de SEAT dos años antes en la parroquia de San Pancracio, pero de esa nos echaron enseguida”, apunta.

María Dolores cumplió 15 años en Sant Andreu de Palomar.

Motor Ibérica Sant Andreu de Palomar
Maruja Ruíz y su hija, Maria Dolores Medialdea, explican su experiencia de 28 días de encierro © Helena Roura

Sin embargo, la solidaridad no fue suficiente, aunque el emplazamiento era estratégico. “Aquí había un ambulatorio, donde ahora está el Ayuntamiento, y el metro, que venían muy bien por si pasaba algo, pero también Fabra i Coats, la Pegaso, la Maquinista Terrestre y Marítima. Nosotras queríamos que las fábricas pararan, y no pararon”, explica Maruja.

La movilización duraba demasiado, algunos obreros ya habían vuelto a la fábrica. “Tocábamos las campanas a rebato para que… bueno, para causar molestia, no para que entraran, pero para no salir por nuestro propio pie”, añade Maruja, aparentemente con el pleno convencimiento de que las dos opciones que relata no son la misma.

A las tres de la tarde del 28 de junio entró la policía por el patio de atrás de la iglesia.

“Lo destrozaron todo, tiraban los bancos, levantaban los botes de comida, no sé qué buscaban, eran muy violentos”, rememora Maruja. Y se prepara para contar la anécdota que más le gusta, y que explicará una vez más en lo que va de mañana.

—Como sabía que nos iban a sacar por puertas distintas, les dije a las mujeres que se pusieran las chaquetillas de Motor Ibérica para que cuando saliéramos la gente de la calle nos identificase. Y nos las pusimos sin nada debajo. Fuera los sujetadores… Imagínate.

—Y cuando entró la policía…

—Cuando entraron, dijeron “¡Quítense las chaquetillas!”, y la Julia, una mujer que tenía las tetas muy gordas, se la quitó. Al ver aquello gritaron: “¡Pónganse las chaquetillas!” —Maruja ríe. Le encanta— ¡A mí ya me habían multao por llevar la chaquetilla de la empresa sin ser trabajadora! —añade.

Con los pechos de Julia tapados, por fortuna para los resquicios de un régimen donde la mujer era corpus patrio, de su propiedad, las manifestantes salieron y fueron recibidas con más provisiones. “La gente pensaba que seguiríamos ocupando”, explica Maruja.

Pau Vinyes i Roig, hijo de María Isabel Roig, activista que dio apoyo material a la movilización desde fuera, proyecta una grabación inédita de la iglesia, filmada desde un balcón. En unas imágenes, Maruja toca las campanas. En otras, la policía saca a las mujeres.

Los trabajadores abandonaron la huelga tras 96 días de lucha. Ya no tenía sentido el encierro. Maruja y sus compañeras se fueron caminando hacia la iglesia de Santa María del Mar, a hacer una asamblea. “Y ahí acabó todo”, concluye.

17 millones de pesetas recaudados de solidaridad, pero 1.800 obreros despedidos. Ningún objetivo conseguido. Los trabajadores formularon una demanda por despido improcedente en Magistratura. El 28 de agosto de 1976, habían sido readmitidos 700 trabajadores.

—No conseguimos los objetivos, pero muchas mujeres salieron y se afiliaron a partidos políticos, entraron en el movimiento vecinal, en las AMPA. Despertamos conciencias explica Maruja.

Conciencia económica, conciencia de clase y, finalmente, conciencia política.

La huelga de Motor Ibérica se recuerda como uno de los conflictos más duros del posfranquismo e inicio de la Transición en Barcelona, junto con los de la fábrica SEAT y las huelgas del Baix Llobregat de 1974, y la huelga de Laforsa de 1975.

Con la perspectiva de cambio político y en paralelo al aumento del coste de vida, en lugar de mitigarse, en 1976 la conflictividad obrera se acrecentó en la provincia de Barcelona.

Según recoge el historiador Sebastián Balfour en su libro La Dictadura, los trabajadores y la ciudad. El movimiento obrero en el área metropolitana de Barcelona hasta dos millones y medio de trabajadores hicieron paros a lo largo del año en todo el Estado.

Las calles llenas, paros parciales en las fábricas, la universidad en pie, ocupaciones públicas, cargas, y algún que otro tiro. ETA de música ambiental, el recuerdo vivo de Salvador Puig Antich, detenciones, torturas.

“Hay que tener en cuenta que estamos hablando de un período aún de régimen, en el que los cambios políticos que se llevan a cabo son para evitar el desborde de las calles. Aunque ya se hable de ‘Transición’ no estaba claro que el resultado del proceso fueran a ser unas elecciones”, explica el historiador Pau Casanellas.

Para la historia social, el movimiento obrero y el movimiento vecinal, tras años de lucha y confluencia con sectores liberales en organizaciones de cariz interclasista y de masas, como la Asamblea de Catalunya, hizo un jaque al régimen franquista desde la calle forzando su fin.

De la fábrica al barrio y del barrio al país.

Motor Ibérica Sant Andreu de Palomar
Vecinas y antiguas compañeras de encierro acudieron al acto de conmemoración, celebrado casi 41 años después © Helena Roura

41 años más tarde de la ocupación de Motor Ibérica, Maruja, actual presidenta del Casal de Gent Gran de la Prosperitat, no está cansada. “Envíame una copia de esto, eh”, advierte.

—No lo echo de menos, porque fueron años muy difíciles —añade.

—De muchísima represión.

—Sí. La gente pensaba que yo era prostituta, porque como siempre iba con hombres de aquí pa’allá llevándolos a reuniones… (Ríe).

—Y aún sigue activa.

—Sí. De verdad, hoy… yo no entiendo nada, ahora no es difícil, en comparación, digo, y no hay más movilizaciones. Claro, antes luchábamos por asfaltar una calle, y ahora está asfaltada, pero hay motivos —concluye Maruja.

Las paredes de la parroquia de Sant Andreu de Palomar recuerdan los motivos de entonces como un eco. Los motivos por los que 300 mujeres y niños ocuparon un mes una iglesia, convirtiéndose en sujetos políticos de una lucha propia con distintos ejes, que la historiografía aún no ha incluido en un relato obrerista fuertemente masculinizado. Mujeres de clase obrera que estaban cogiendo “muchos humos”, según algunos maridos, trabajadores en huelga, en palabras de uno de los testimonios anónimos impresos en los paneles de la exposición. Porque quizás, explicaba otra de las mujeres, “hay muchos maridos que están un poco asustados”.

Edición fotográfica a cargo de Carles Palacio
Corrección por Gerardo Santos

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— 300 mujeres y niños de los trabajadores de Motor Ibérica en huelga ocuparon la iglesia de Sant Andreu del Palomar el 1 de junio de 1976

— Una exposición rememoró el sábado los 28 días de encierro, en el marco de uno de los conflictos obreros más duros del posfranquismo

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