
— “¿Quién soy?” es la pregunta que siempre nos persigue. Y entonces te tambaleas y dudas, te replanteas.
— Ferran, Ivan, A. y Aniol han caído, se han levantado y se han rehecho. Esta es la historia de cuatro renacimientos.
La caída
Ferran
En el bolsillo lleva una Taser y, dentro de los pantalones, una porra extensible. Alto, ancho de hombros y con la cabeza rapada, Ferran va equipado igual que sus hermanos del movimiento de redskin: botas Dr. Martens rojas, vaqueros ajustados, elásticos rojos, camiseta nacionalista valenciana y todo lo que necesita para afrontar la noche.
–Tú, ¿qué miras? –Ferran se ha tensado de golpe y se dirige a un hombre que le pasa por su lado, el bar donde él y sus hermanos del movimiento echan ya la cuarta birra. El principio compartido por el grupo es claro: “Una mirada puede ser mortal”.
–¿Yo? –el hombre tartamudea mientras la acción se acelera. Ferran y los suyos lo empujan hacia la calle y se lanzan encima. El hombre, desconjuntado, se tambalea y huele a cerrado.
Excitados por el efecto de la cocaína que han consumido a turnos en el baño, sacan las armas que llevan escondidas. La escena va muy rápido: golpes, patadas, alguna porra que vuela. El hombre queda tendido en el suelo, ensangrentado, en posición fetal, y Ferran se marcha con sus hermanos del movimiento sin remordimientos. Un día más de fiesta, en Castellón, lejos del pueblo que les queda pequeño. Una fiesta que continuará durante horas, de bar en bar, de víctima en víctima, contra todo aquel que sea fascista y anticatalán, pero también contra cualquier persona que se cruce con ellos.
“Sentirse integrante de un grupo neutraliza el miedo al aislamiento a partir de la realidad de verse miembro de algo; pero también permite definirse a uno mismo a partir de las características que definen al grupo al que uno se siente pertenecer y con el que uno se identifica. De alguna manera, la identidad nos aleja del miedo a la soledad y al vacío existencial” (Alsina y Medina, 2006). En este sentido, la construcción del Yo en función del otro es clave en la vida de Ferran.
Alexei
Siete años y tres meses. Este es el tiempo que Alexei vivió en prisión. A la condena más larga, de cuatro años y medio, por un robo violento con una navaja multiusos, se le sumaron otros: un año y medio por un hurto en un coche que cometió con un compañero, ocho meses por haber roto la condicional por hurtos anteriores y siete meses del año 2002 que no recuerda. Los más de siete años los cumplió, primero, en la ya cerrada cárcel Modelo de Barcelona y, tras el juicio, en Brians 2, hasta que salió con la total en 2014.

La caída del Alexei cristaliza, pues, el 22 de julio de 2007, cuando, como cada semana, se dirige hacia el CAS Garbivent, cerca del Parque de la Pegaso, en el distrito de Sant Andreu de Barcelona, a por una dosis de metadona. De camino, una patrulla de los Mossos le detiene y le pide la documentación. No tiene. Tampoco lleva el carnet para el tratamiento de metadona.
–¿Qué pasó? –le pregunta Alexei a la agente.
–¿Cómo que qué pasó? ¿No lo sabes?
–Pues no –responde, convencido, Alexei, que tiene una constitución fuerte, la mandíbula ancha y lleva el cabello bien corto.
-¿Y eso, qué? –dice la policía, señalando una batería de teléfono que Alexei lleva en el bolsillo.
–Bueno, es una batería.
–Y el cuchillo, ¿qué? –pregunta, enfadada, señalando una navaja multiusos.
Justo en ese momento, llega otro coche de policía, dentro del cual está la víctima que lo identifica como uno de los atracadores que lo ha asaltado hace media hora llevándose 130 euros y un collar de oro, mientras la amenazaba con un cuchillo de 20 centímetros.
“Pero la multiusos era así…”, asegura indignado e irónico, mientras con las manos señala una distancia de unos ocho centímetros. Alexei terminó ese día en la comisaría. La escena, clave en su vida, la narra con un punto pícaro, socarrón, conque pretende dotarla de un aura de irrealidad. Asegura no haber cometido el delito. Ha cometido otros hurtos, pero nunca con intimidación. El declive de Alexei, que llegó a Barcelona en 2001, había comenzado mucho antes.
De Rusia, quiere hablar poco. Allí iba a la universidad, pero estaba enganchado a la heroína y llevaba una vida basada en los hurtos.
–En Rusia, en los 90 o principios de los 2000, era muy chulo y de moda conocer un grupo de delincuentes, la mafia. Como en el Wild West, los cowboys explica en un castellano precario–. En Rusia hay estos personajes, queman dinero. Quien tiene el coche más chulo es el más chulo. Allí trabajar en la fábrica … pasaba que el sueldo … no te pagaban un mes o dos meses, o era un sueldo pequeño. Trabajar allí era mal visto, así que te buscabas la vida por otro lado –continúa, algo reticente.
En un escrito, Alexei afirma que “eran bien vistas las detenciones policiales y todavía mejor si tenías antecedentes penales. Todo esto debía estar acompañado de dinero”.
La adicción a la droga le hizo entrar en una espiral de destrucción, hasta que alguien le habló de Barcelona y de las oportunidades. Entonces ya buscaba una salida a su situación de dependencia. Así es como llegó a la ciudad. Después de dos semanas en un centro religioso, consiguió desintoxicarse, pero sólo por un breve periodo de tiempo. Más tarde volvió a juntarse con malas compañías. Hasta que entró en prisión, de 2001 a 2007, vivió en coches desvencijados y cajeros, robando para poder pagarse una dosis.
El día que nos encontramos para charlar lleva una camiseta de manga corta, que deja al descubierto sus brazos llenos de cicatrices blancas y gruesas por la parte interior. “Me tropecé por la vida”, dice rápido y con una risa nerviosa. Son las cicatrices de una vida pasada que ahora no quiere recordar.
A.
Pam-pam-pam. A. pica verduras para la cena. Pam-pam-pam. Es de noche y lleva algunas copas de más. Pam-pam-pam. Su mujer llega a casa.
–¿Qué va haces? ¿Otra vez bebido? –le espeta enojada, mientras coge la botella de vino que hay en la mesa de la cocina y la lanza por la ventana. A. se queda parado, escuchando los mil pedazos en que se rompe el vidrio cuando impacta contra el suelo.
–¿Pero estás loca? –le grita lleno de rabia A., mientras se gira con el cuchillo en alto y se acerca a su mujer, que levanta la mano en un acto instintivo y choca con el cuchillo. Comienza entonces a brotar le sangre de la herida, que es profunda y le atraviesa la palma.
La policía llega poco después y se lleva a A., que es acusado de agresión machista y condenado a dos años y nueve meses de prisión. Entonces, sin embargo, no será encarcelado por falta de antecedentes.
–Tenía que pagarle a ella 7.000 euros. Lo hacía cada mes y tenía una orden de alejamiento. Como estaba en el paro, me fui a mi país. Antes, le deje dinero a mi prima para pagar tres meses más –explica A., con un punto de resignación en la voz–. Ella vio que eran mil euros, una fortuna, y se los quedó. Pasé a estar en busca y captura y entra en la cárcel por un año.
A. acaba de explicar la historia con una sonrisa nerviosa. Niega haber querido hacer daño a la mujer y asegura que todo fue un accidente que le hizo replantearse la vida.

Aniol
Aniol trabajaba en IB3, la radiotelevisión pública de las Illes Balears, como periodista. Todo el mundo le decía que tenía suerte. Después de algunas sustituciones en el área de política de TV3, encontró una plaza fija en Menorca, donde vivía en una casa muy grande y lujosa. Una vida ideal para todo lo demás, menos para él. Había algo que no lo hacía sentir bien. La manipulación política que vivía el canal era uno de los motivos.
Estar allí me ayudó a ver que no era lo que quería. Yo no me callaba mucho. También da cuenta de que, cuando tienes veintipocos años, es fácil quemar cosas porque te juegas poco. No tienes ningún compromiso con nadie. En este proceso me fui quemando mientras el soufflé por lo que quería ser realmente subía cada día más –asegura, serio y firme.
Él, en realidad, no quería ser periodista. Él quería volar.
La crisis catártica
Alexei, ahora Ivan
Cuando salió de la cárcel, Alexei recuperó su nombre real: Ivan. Alexei fue, para él, una carcasa en la que depositar toda su trayectoria delictiva y las estancias en prisión. Un nombre falso que ni la policía ni la administración podían encontrar y que, por tanto, impedía que le expulsaran. Ivan volvió cuando su cambio interior fue completo, cuando se recuperó a sí mismo.
Un nombre para cada vida, una identidad para cada etapa.
“La importancia del nombre depende del sentido que le da cada persona. Tal vez la persona lo utiliza para representar un cambio. Puede que el nombre me vincule a quien yo era antes y, como no quiero seguir siendo esa persona, me cambio de nombre y el nuevo nombre me ayuda a identificarme con quien soy ahora”, argumenta Paula Folch, psicóloga del Colegio Oficial de Psicología de Cataluña y coach teleológica, disciplina que, a partir de la conversación, acompaña a la persona en su descubrimiento vital.
La transformación de Ivan se gestó poco después de entrar en prisión. Allí comenzó a cartearse con quien él considera su maestro espiritual, Andrei, que estaba en otro módulo de Brians 2.
–Ahí empezó mi resurrección –asegura, ahora serio, sin el humor que desprendía mientras narraba su caída.
Ivan, sin embago, ya conocía a Andrei. De la primera vez que lo vio, en una breve estancia en prisión en 2002, se le quedó grabada una frase: “Dijo que teníamos que pasar del punto A al punto B y que el trayecto dependía de nosotros”. La frase la olvidó cuando salió, pero cuando volvió a la cárcel cinco años más tarde, un libro sobre espiritualidad le hizo recordar aquel maestro y retomó con él la relación de amistad y consejo.
Las cartas iban llenas de enseñanzas sobre Krishna. Andrei le explicaba que no somos solo este cuerpo, somos alma eterna y no hace falta la droga para ser feliz eternamente, sino que se puede conseguir a través del conocimiento védico. “Solo hay que descubrir la espiritualidad de cada uno”, le decía. Leyó libros y más libros, también escrituras antiguas, todo lo que podía conseguir a través de la madre, que se lo enviaba desde Rusia, y en la biblioteca de la prisión.

Poco a poco cambió su manera de entender la vida. Jesús, el compañero con el que compartía celda, fue uno de los otros pilares del cambio.
–Jesús tenía un libro de autoayuda con algunos ejercicios de conexión. Cada noche yo hacía uno, meditaba. Un día estaba en la segunda litera y conseguí salir de mi cuerpo. Me quedé con mi cuerpo sutil mientras mi cuerpo físico estaba en la cama, y yo sentía esta salida –explica emocionado Ivan–. A partir de ahí empecé a entender que hay algo que no es solo este cuerpo y la droga. Hay más gente no toxicómana que toxicómana, entonces tiene sentido ¿no? –acaba con una sonrisa provocadora.
Su vivencia recuerda al libro Relatos de un peregrino ruso, escrito entre 1853 y 1861 y que resume la espiritualidad del cristianismo ortodoxo. En él se cuenta la historia de un peregrino, pobre y solo, que quiere aprender a orar para cambiar de vida. Por eso, repite como un mantra, más de 3.000 veces al día, la oración que su maestro espiritual le ha enseñado: “Señor Jesucristo, ten piedad de mí, que soy pecador”. La fórmula secreta le permite, finalmente, encontrarse. Ivan, en cierta forma, ha hecho lo mismo, ayudado por una profesora que le dio un rosario para que dijera el mantra.
–Había en la cárcel un georgiano al que le gustaba mucho fumar porros. Cuando le dije “Voy a dejar de fumar”, me dijo “Pero qué dices, eso no se puede”. Y yo “Ya, ya, acepta lo que te doy. Yo no lo quiero más” y él “Bueno, bueno, más para mí” –explica Ivan con precisión mientras se le escapa una risotada–. No sé nada de él, salió en 2011 con la total y no sé cómo está. Era una persona muy divertida –recuerda con un tono melancólico.
Según Ivan, a los programas de desintoxicación les falta ofrecer una alternativa a la droga que genere el mismo placer. Y recuerda los principios de Khrisna: “No se pueden sustituir las actividades de pobreza interior sin haber desarrollado el gusto por las actividades de naturaleza superior”. Para él, esto significa cambiar el placer que le daba la droga por el placer de reencontrarse y conectar con su espiritualidad.
“Nunca te agarres a una referencia muy arraigada porque estarás negando todas las demás identidades que también puedes ser si te paras a escuchar tu cuerpo, tus emociones, tu jefe o tu conciencia”, comenta Paula. Según la psicóloga, la identidad se conforma a partir de cuatro ramas: “La cabeza y lo que creemos que somos, visión que predomina en la sociedad patriarcal; el cuerpo y, por tanto, las pulsiones y los placeres; el corazón, con toda la parte más emocional; y la conciencia, la verdad interior ligada a la intuición que sale cuando la cabeza calla”. Dejar hablar a esta conciencia, explica, nos permite evitar las etiquetas excluyentes y encontrar realmente nuestras voces, que siempre están ligadas a los demás y al entorno.
–Solo éramos tres los que decíamos que estábamos contentos de estar allí –dice Ivan, referiéndose a la cárcel–. Un día estábamos paseando por el patio y le dije a uno “¿Pues sabes que estoy contento de estar aquí?”. “Hala, pues yo también”, me dijo, y nos juntamos –confiesa con una sonrisa cómplice.
A pesar del gran cambio que experimentó Ivan, le queda un recuerdo de su vida pasada en aquellas cicatrices blancas, gruesas, que llenan la parte interna de los brazos. Recuerdos perdurables de algo que fue, aunque ya no esté.
Ferran
Ferran está sentado en el sofá, frente al televisor y con la mirada perdida. Tiene las botas en un rincón, los elásticos de los pantalones sueltos y los ojos rodeados de unas grandes bolsas grises. Las alucinaciones le llenan la cabeza. Se imagina corriendo, estampándose contra un cristal y reventándolo. Se ve lanzándose por el balcón para acabar con lo que ya define como “una mierda de vida”. Le llena un sentimiento de derrota hacia una vida que se le escapa. Todo le irrita. El odio lo consume sin descanso mientras a su alrededor hay gente que avanza y es feliz. También se siente un cobarde por no afrontar lo que le pasa. El cuerpo no le responde y lo único que anhela es otra dosis de cocaína. La cabeza le huye y el entendimiento se le revuelve.
“Debe haber crisis para que haya cambio. La crisis es la antesala del cambio, te sacude por dentro y te hace decir: ‘Yo no estoy bien, y busco’”, nos aclara el cura Manel Pousa, más conocido como Pare Manel, a quien hemos ido a ver porque ha ayudado a muchas personas a cambiar de vida. Estamos en la parroquia de la Trinitat Vella, que conecta a través de una puerta con la rectoría, un edificio de dos plantas donde convive con ocho hombres más, la mayoría salidos de la cárcel. Es un edificio viejo, funcional, en medio de un barrio donde todo el mundo lo reconoce y le muestra agradecimiento.
–Mi vida ha sido violenta y, quizá por eso, me acabé enfocando hacia este camino –reflexiona Ferran, que mueve sus grandes manos con el objetivo de hacerse comprender.
Durante años, Ferran y su familia tuvieron una vida marcada por la violencia: de pequeño con las agresiones, correa en mano, del padre y, a los 17 años, con la separación agresiva de los padres, en la que él y el hermano hacían de transmisores de la violencia verbal del padre hacia la madre. Ferran se convirtió en redskin y se unió a un grupo que le permitía exteriorizar su malestar.

“En la vida siempre nos sucede algo que es un desencadenante. O es traumático o propicia un cambio gracias a gente que te aporta y que te hace replantear quién eres tú, qué valores te gobiernan y cuáles priorizas. El cambio obliga a todo el entorno a cambiar”, reflexiona Paula.
La madre de Ferran, que durante los años de agresiones físicas del padre se quedaba al margen, cayó en una depresión con la separación. Poco después, los médicos le diagnosticaron un cáncer del que sólo se conocía otro caso en Galicia. Por eso tenía que ir al pueblo vecino a curarse, donde le pinchaban con una medicina muy cara. Durante este proceso, conoció prácticas espirituales alternativas, como el tai-chi y la meditación. Milagrosamente, la enfermedad desapareció.
Con más equilibrio y conciencia, la madre ayudó a Ferran y le animó a hacer también tai-chi y wushu, un arte marcial china. De manera gradual, estas disciplinas llenaron gran parte de su día a día y le ayudaron a expulsar toda la rabia que antes consumía contra las personas. La droga le había dejado el cuerpo muy tocado y los vómitos, también con sangre, fueron comunes los primeros días del wushu.
–Salía, tomaba unas cervezas y me daban ganas de consumir. Entonces me iba a casa o, directamente, muchos días ni salía –recuerda Ferran.
El cambio viene de dentro y se adapta a los estímulos que vienen de fuera. La identidad es un proceso de construcción constante y de intercambio, en que se modifican o eliminan aspectos que ya no son necesarios, y se mantienen otros. El momento definitivo, el catalizador del cambio, fue, para Ferran, un accidente de coche, cuando aún salía con sus hermanos redskins, pero ya se empezaba a distanciar.
***
Han quedado en Castellón con más amigos del movimiento para apalear a unos nazis. Ferran conduce su coche nuevo. Hace sólo tres meses que tiene el carné.
–Tú, pásame la birra –le dice al copiloto, que le pasa una litrona medio vacía. Pero, mientras lo hace, se le cae el móvil al suelo. Ferran se agacha para cogerlo y da un volantazo. El coche se estrella contra el bordillo de la calzada.
–¡Hostia, ayúdame, no sé qué hacer! –les pide, implorando, Ferran.
–Tú, deja el coche aquí, vamos al pueblo, hacemos fiesta y luego ya vendremos a por él –es la respuesta unánime que recibe del grupo.
Ferran se marcha, pero al cabo de un par de cervezas les pide volver a recoger el coche. No le hacen caso. Prefieren provocar peleas y Ferran se marcha solo a casa. Es entonces cuando rompe la relación con ellos y con todo aquello que representan en su vida y en su identidad.
Para ello, sin embargo, y más allá de la ayuda de la madre, Ferran tuvo que encontrar otra red de amigos y otro trabajo. El Pare Manel tiene claro que “la gente se sale gracias a la vida, a la sociedad, el ciudadano o el barrio. Han encontrado amigos, han rehecho su vida. Antes, o no tenían eso o no habían podido conectar”, argumenta.
El Pare Manel lleva una chaqueta impermeable gris y gastada, que no va a juego con los pantalones marrones. La camisa, blanca y de rayas azules, se deja entrever por debajo del impermeable, que no se quitará durante el encuentro. Nos espera en un banco en medio de la plaza llena de niños y mayores que juegan y pasan la tarde, charlando y compartiendo el tiempo libre. El cura quiere huir de los personalismos. “Hago lo que puedo y como mejor sé. Estoy junto a las personas que lo necesitan, sin planteamientos a gran escala”, reconoce.
Aniol
Aniol sale de la sede de IB3 en Menorca tras un día más de trabajo. Como un acto instintivo, levanta la cabeza. Ha sentido un ruido y su mirada huye directamente hacia arriba. El cielo es su referente, le fascina. Pero no hay nada; el ruido no venía del cielo, era el simple rumor del tráfico. Sube al coche; tiene 20 minutos de camino hasta casa. Va conduciendo por la carretera que lleva del polígono de Maó en el puerto, donde vive en una casa nueva de diseño. Las vistas son preciosas. Elige una canción cualquiera y, sin saber cómo, se encuentra llorando. No es feliz, no está haciendo lo que él quiere. Y tiene un momento de catarsis que lo transporta a su verdadero sueño. Volar.

–100.000 euros vale la licencia. Ya sé que es mucho, pero … ¿me ayudaréis? –Aniol pone todas sus expectativas en esta pregunta. Los padres de Aniol no saben qué responder. Hacen de abogados del diablo. Le repreguntan, le hacen reflexionar, pero Aniol ya ha tomado la decisión. Y deciden avalarlo.
–Con la casa. Pide el préstamo, Aniol. La casa será tu aval.
Y así comienza, a los 27 años, la persecución de un sueño que la había llamado siempre, desde muy pequeño, cuando dibujaba helicópteros y aviones a los cuadernos que aún conserva. “La llamada del aire”, como le decía un instructor.
La filósofa Fina Birulés asegura que “somos una narración que periódicamente tenemos que revisar, no tenemos una identidad fija sino una identidad fuertemente inestable” (Amb Filosofia, TV3). La identidad es, en definitiva, un acto creativo y, como tal, está formado de múltiples variables o, incluso, de un crisol de identidades subjetivas, algunas más centrales y otras más secundarias, que se interrelacionan. Podríamos hablar también de identidades parciales, que están en cambio y que pueden ser ambiguas. Aniol tuvo un momento de catarsis, sí, pero este momento no explica todos los cambios que hizo.
–La crisis es la erupción final de un proceso. Hubo muchos momentos críticos –asegura.
En la sociedad actual, a menudo lo que hacemos nos define, pero Paula prefiere defender “una identidad vivencial y experimental”. Cuando hacer algo condiciona nuestra felicidad, argumenta la psicóloga, hay reflexionar, porque está impidiendo nuestro ser.
A.
A. terminó con su adicción al alcohol en la fundación Teresa Ferrer de Girona. En la cárcel se encargaba de la biblioteca e hizo un curso de cocina. Recibió cuatro hojas meritorias de las autoridades penales, entre otras razones por salvar a un funcionario y un compañero con sobredosis. Tenía claro que aquel tiempo tenía que aprovechar para cuando saliera poder rehacer su vida. Afirma que, para cambiar, necesita un proyecto, un objetivo. El propósito de la A. era volver a estar con sus dos hijos.
“Necesitas un propósito que, de una forma u otra, está asociado al amor”, defiende también Paula. Porque lo que somos nos acerca a los demás, sin juicios, a menudo sin poder poner palabras. “Seguramente A. vivió la cárcel como un impasse, porque su finalidad era conectar con el amor que siente por sus hijos. Esto ya es un propósito, por supuesto, una conciencia”, reflexiona.

La resurrección
Aniol
Actualmente, Aniol trabaja como piloto de helicópteros de vuelos sanitarios. Su empresa, subcontratada por el Estado, le envía allá donde quiere, con un margen de al menos 15 días. Ahora lleva casi un año en Ceuta, pero ha estado en Galicia, Granada y Valencia.
Aniol es moreno, fuerte, lleva una camiseta ajustada y unos auriculares redondos y blancos, de aquellos que te tapan los oídos completamente. Recuerdan a los que llevan los pilotos y que los aíslan para que se concentren mejor.
–A mí el trabajo me define. Yo soy piloto, no soy periodista. Esto es muy importante para mí –asegura Aniol, seguro de sí mismo.
El trabajo te puede definir, pero no es el único elemento que nos conforma. Existe la ideología, la religión, la clase social, la cultura, las relaciones, el carácter, el entorno. Para Paula, Aniol dejó atrás lo que se suponía que debía ser, tener y hacer simplemente porque escuchó su voz interior.
–No siento que haya hecho un cambio de identidad. En todo caso, he buscado la coherencia entre mis deseos y mis hechos, entre lo que anhelo y lo que hago. Esto te da paz y felicidad –asegura, contundente, Aniol.
Ferran
Han pasado 12 años.
–¡Buenos días, compañeros y compañeras! Comenzamos con el repaso de los pisos turísticos a comprobar hoy –Ferran inicia, como cada mañana, su discurso de bienvenida en las oficinas del Ayuntamiento de Barcelona, donde trabaja para un programa municipal. Lo hace con una sonrisa y una voz melosa que tiene un acento valenciano muy marcado.
Va vestido de calle: lleva unas zapatillas Adidas negras, un pantalón caqui y un polo oscuro. Lleva el pelo corto, con un pequeño fleco que se inclina hacia delante y unas patillas bien largas. Dos anillos plateados en la oreja izquierda recuerdan que hace un par de cursos trabajó de monitor de colonias escolares. Aunque espera encontrar trabajo de profesor de ciencias –ya está en las listas del Departament d’Ensenyament–, le gusta su trabajo actual porque “contribuye a mejorar la ciudad”.
Pero le queda mucho del pasado. Ferran lleva el símbolo de su continuidad ideológica tatuado en el pecho: un fénix catalán, símbolo durante la Renaixença del resurgir de Catalunya como nación. Este ave, tatuada en medio del torso hace cuatro años, le recuerda quién era y le permite mantenerlo cerca, ya que a pesar de los cambios vividos, no lo olvida ni lo rechaza.
–Representa el renacimiento de mi persona, que estaba hundida y renació como el ave fénix pero sin olvidar su pasado. Por eso me hice este tatuaje, porque engloba este sentimiento catalán –explica Ferran.
De hecho, como defiende Paula, “una crisis identitaria puede ser simplemente una redefinición de valores. Por ejemplo, en vez de luchar, utilizo el amor, la aceptación o la honestidad para seguir generando un cambio e influir en el entorno en el que creo, a través de la ideología”, explica.
–Volver a otra vida como si hubiera podido renacer. Es como si fuera otro teniendo una parte de mí todavía –reflexiona Ferran, que intenta comprender sus cambios vitales.

Un cambio de identidad que, al mismo tiempo, mantiene una parte de continuidad. Ferran se identificaba como redskin nacionalista catalán, comunista, anticapitalista, antihippies y antiespañol; ahora se queda sólo con el calificativo de “nacionalista catalán”. Queda parte del contenido, pero rechaza la acción violenta y asegura que no volvería a reanudarla.
–Me gusta esa cultura skin como imagen y sentido de clase obrera. Musicalmente también me gusta, pero no como acción. Y, aunque sonará mal, siento nostalgia de aquellos tiempos pasados –explica, con la mirada un poco perdida.
El cambio de Ferran parece muy grande y evidente, también en la manera de relacionarse. De la agresividad a la dulzura. Él reconoce que antes no tenía habilidades sociales, pero el primer trabajo que tuvo cuando comenzó a cambiar de estilo de vida le ayudó: hacía de comercial y aprendió tan rápido que, pocos meses más tarde, ya formaba los nuevos comerciales.
Ivan, antes Alexei
Entre las habitaciones de la rectoría del Pare Manel encontramos la de Ivan. Es temprano y, después de despedirnos, Ivan sale de casa. Se dirige al centro de día para personas con discapacidad donde hace las prácticas del módulo de Atención a Personas en Situación de Dependencia. Estudió la parte teórica en la cárcel y, hasta febrero, le toca cursar la parte práctica. Al salir de la cárcel también hizo cursos de quiromasaje y quiroterapia, en busca de una cura para su salud, demasiado frágil después de tanto tiempo de adicciones. Por la tarde le han llamado para hacer un masaje. Le gusta, disfruta acompañando y ayudando.

“Las personas cambian porque salen y se enamoran, son padres y madres, encuentran alguien que no les echa a la calle sino que les dice ‘Vamos a hacer un quinto, confía en mí’”, defiende el Pare Manel, que reconoce, sin embargo, que el cambio es un proceso difícil que solo triunfa cuando construyes una red que te apoya y te acompaña.
–El cambio para mí fue una oportunidad de transformación y un aprendizaje –reflexiona Ivan.
Pero el futuro se presenta oscuro. El 11 de enero de 2018 le espera un juicio por el expediente de expulsión que tiene abierto. No dispone de documentación y tiene antecedentes que no se le borrarán hasta 2019. Está preocupado. Hace 16 años que vive en Barcelona y ha perdido las raíces con su país de origen. Ha hecho cursos, se ha esforzado por formarse y encontrar trabajo, tiene pareja. Le queda la esperanza y la fe, que la han llevado a sincerarse y a querer compartir su historia.
A.
Con un trabajo fijo como vigilante de parking, A. se muestra contento y orgulloso de su vida actual. El sueño de A. es estar con sus dos hijos, jubilarse en Barcelona y morir cerca de los suyos. Hace cinco años que vive en casa del Pare Manel, a quien hace de ayudante. Cuando A. salió de la prisión, el cura le ofreció una llave de la rectoría, que simbolizaba la esperanza hacia una nueva vida.
“En la vida, hay algo que, de repente, te da un nuevo sentido. Puede ser una ruptura, una desestructuración familiar, una muerte … Para esa persona es un momento de ‘Pum! Uau!’, donde todo lo que había vivido ya no existe”, concluye Paula.
Tanto Ferran como Ivan, A. y Aniol han caído, se han levantado y se han rehecho. Lo han hecho porque los han acompañado. Lo han hecho porque se han escuchado. Lo han hecho porque no olvidan. No siempre es fácil descubrir nuestro propósito vital. Hay que cuestionarse y eso da miedo. Ellos han vencido ese temor: han saltado con red y han llenado el vacío.