
— Basem Al-Nabriss nació en el campo de refugiados de Jan Yunis, en la franja de Gaza. En el 2012, llegó a Barcelona como parte del programa de Escritor Acogido del PEN Català
— Como Al-Nabriss, en el 2015, 107 escritores se encuentran exiliados en 53 ciudades
Explotan dos granadas en su casa, de tarde, dos golpes secos —pum, pum—, y ahí empezará la huída, siempre con la idea de retorno. Año 2007. Es verano en el campo de refugiados de Jan Yunis, Palestina. Hamás tiene el control de toda la Franja de Gaza desde hace dos días. Son las cinco y media, más o menos, pero no importa, porque aquí cada día es lo mismo: caos y descontrol. Basem Al-Nabriss está en su cocina, preparándose un té, cuando de pronto escucha esos dos golpes secos. Pum. Pum. Después, los gritos de su madre y su hija, que están en el salón de la casa. Las explosiones han levantado una polvareda que solo le deja entrever a dos hombres encapuchados. La madre y la hija lloran. Todo pasa rápido y fuera el sol cae, dejando a Jan Yunis a oscuras.
Nadie se ha preocupado ni por él ni por su hija ni por su madre.
Basem está sentado, un sábado de noviembre del 2015, en la terraza de un bar en la plaza de Gispert, de Manresa, donde ha venido a leer algunos de sus poemas en la librería Papasseit. Sostiene en alto una taza de té como la que no pudo terminarse aquella tarde en que intentaron asesinarlo. Me mira fijamente a los ojos, se acerca la taza a la boca y la besa. “El té me salvó la vida”, dice con una sonrisa.
Basem Al-Nabriss es poeta, periodista y activista. Nació en el campo de refugiados de Jan Yunis en 1960, donde ha pasado toda su vida, hasta que en 2012 vino a Barcelona como parte del programa de Escritores Acogidos del PEN Català. Es mediodía y el sol nos castiga de manera despiadada, pero a Basem no parece afectarle y se lía un cigarrillo del tamaño de mi dedo índice.
—Esta es la primera vez que vives fuera de tu tierra natal ¿En qué momento decidiste salir de Gaza?
—Después de la llegada al poder de Hamás. En Palestina soy conocido por mis artículos contra el islam político. Me sentía vigilado. No podía salir de la casa ni publicar nada.
—Te declaras abiertamente “marxista y ateo”.
—En los años 70 los intelectuales árabes eran en su mayoría de izquierdas: Mahmud Darwish, Samih al-Qasim, Tawfiq Ziad… Así que no era raro que yo tuviera esta ideología.
—¿Por qué viniste a Barcelona?
—Eso fue totalmente aleatorio. En realidad, yo no tenía pensado venir a Barcelona. Todo surgió porque después del atentado que sufrí en mi casa una amiga israelita me contó sobre el programa del PEN. Así que me apunté a la lista de espera y, cuatro años después, surgió una vacante en Barcelona, porque la escritora Sihem Bensedrine volvió a Túnez después de la revolución. Me dijeron: ‘¿Quiéres ir a Barcelona, sí o no?’ Y como no tenía opción, pues vine aquí [risas].
El PEN es un organismo internacional dedicado a la cooperación entre intelectuales, que tiene como principal actuación la acogida de artistas que puedan encontrarse en peligro, debido a persecución política, religiosa o étnica. Cuentan con el apoyo de la Red Internacional de Ciudades Refugio (ICORN), a través de la cual asignan plazas de acogida a los distintos escritores perseguidos del mundo. Así como Basem, actualmente 107 escritores se encuentran refugiados en 53 ciudades distintas.
El pequeño peón de Ariel Sharón
Cuando terminamos nuestros cafés y tés se nos acercan Anna y Miquel, los dueños de la librería, y nos invitan a pasar a conocer el local. Basem apura el cigarrillo y tira la colilla en el cenicero. El lugar es pequeño, pero agradable. Empezamos a escudriñar por las estanterías. De pronto Basem se fija en las fotos que están pegadas en lo alto de la pared. Me mira y señala una de las fotos, como invitándome a jugar. “Miguel Hernández”, le digo. Basem ríe y niega con la cabeza. “Antonio Machado”, contesta. Segundo intento, señala al que está al lado. “¿Samuel Beckett?”, le respondo, esta vez ya con dudas. Ahora me mira indignado. “¡George Orwell!”. La tercera es la vencida. Señala a otro que está ahí. “¡Este sí que lo conozco! Julio Cortázar”, le digo. Basem ríe y me da dos palmadas en la espalda.
Escudriña en una de las estanterías, cuando se le acerca una de las organizadoras del recital y le muestra el cartel que han preparado. Está escrito en árabe, con la esperanza que alguien que entienda la lengua pueda venir a disfrutar de sus poemas. Basem lo mira atentamente y después señala una frase en árabe. “Escritor perseguido… pero que conste que Hamás es solo una pequeña parte de mi persecución. La mayor es la de la ocupación fascista y colonialista de Israel. EEUU y la UE no quieren ver eso, pero hoy en día Israel sigue matando niños y encarcelando a gente en Palestina”.
—Pero la persecución que te ha llevado al exilio ha sido la de los islamistas…
—Mira… yo pertenezco a una generación de escritores que surgió de las protestas contra la ocupación israelita, después de la Guerra de los Seis Días (1967). Mi principal lucha ha sido en contra de esta ocupación fascista. Tanto así que a mis 16 años ya había estado en la cárcel.
—¿En la cárcel por…?
—¡Por manifestarme contra la ocupación israelita! Tenía 16 años, era solo un niño. Y después de eso estuve muchas más veces en la cárcel. En total, si sumamos todo el tiempo, estuve 4 años en la cárcel.
—¿Y cómo eran las condiciones ahí?
—Un escándalo. Condiciones muy difíciles. En esa época no había redes sociales para poder denunciar, como hoy en día. Pero ahí pude leer a muchos de los poetas que marcaron mi vida: Lorca, Machado, Alberti, Neruda… fueron una inspiración para mí en esos años difíciles.
Algunos nos miran desde las imágenes en las paredes o desde las estanterías: enfrente tengo a un hombre atacado por los dos costados, el sionista y el islamista. Y, sin embargo, encuentra refugio en esa posición crítica, que precisamente le ha llevado a ser perseguido.
En tierra hostil, el subversivo es cazado.
Antes de poder hacerle otra pregunta, las organizadoras lo llaman. Ha llegado la hora de empezar el recital. Me pide que le pase uno de los ejemplares de su libro, que se expone en un pequeño aparador. Le digo que me he leído el libro y que hay un poema que me gusta mucho. Abro la página donde está y se lo muestro. El poema se titula Sharon. Basem ríe, y me dice: “Si quieres preguntarme sobre Ariel Sharon, por casualidades de la vida, tengo mucho que decirte acerca de él”.
Más tarde me contará que, durante su infancia, uno de los muchos trabajos que desarrolló en Israel fue el de peón de una granja en Sderot (Najd, para los palestinos). El dueño de esa granja era, precisamente, el exprimer ministro israelí: Ariel Sharon. “Todos los veranos iba a trabajar ahí, cuidando las vacas de Sharon. Puedo dar fe de que ese hombre comía 5 quilos de carne al día”, exclama Basem entre risas.
Del Ministerio al exilio
“Soy Basem Al-Nabriss y esta es la ocupación de mis últimos días: cada tarde me siento en una única silla, en una única habitación, en un único universo; cada día cazo la sombra en los pliegues de la oscuridad y vigilo el estertor de cada sonido. Y no dejo de estar enfadado”. La audiencia aplaude. Las cámaras sacan fotos o graban el rostro de Basem que no puede hacer más que sonreír con un poco de timidez después de leer sus poemas. En la sala hay alrededor de unas 20 personas. Al fondo, hay una mujer con pañuelo que está sentada al lado de dos niñas pequeñas. Cuando Basem lee un poema que habla sobre la noche de Gaza, la mujer suelta la mano de su hija, se tapa la cara y empieza a sollozar. Absortos por las palabras del poeta, nadie parece percatarse.
Al terminar la lectura algunos se acercan a Basem con un ejemplar de Totes les pedres, el libro con poemas suyos traducidos al catalán. Basem no deja de sonreír y a todos les hace una dedicatoria en árabe, que el traductor interpreta para los lectores. Uno a uno van pasando, pero al fondo se queda la mujer del pañuelo al lado de sus dos pequeñas. Cuando ya todos se han ido, la mujer se acerca a Basem y este se pone de pie. La saluda y empiezan a hablar. La mujer hace muchos gestos con las manos. Se toca el corazón repetidas veces. Basem asiente, sonríe y, antes de despedirse, saluda cariñosamente a las niñas.
Salimos de la librería y pasamos frente a los aparadores. Sara Serrano, del PEN Català, y Anna y Miquel nos comentan que han preparado un aparador especial para la semana de los escritores perseguidos, que empezaba el 8 de noviembre, día de la presentación, y se alargaba hasta el 15 de noviembre, Día Internacional del Escritor Perseguido.
Es el de la librería Papasseit, está el cartel y hay muchos dicicionarios de árabes, libros de escritores,agendas y lápices. Basem señala una kufiyya que cuelga ahí, el típico pañuelo palestino que es tan famoso entre los jóvenes izquierdosos.
“Este pañuelo es el símbolo de la Revolución del 63”, me dice.
—Bueno, aunque lo hizo más famoso Yasser Arafat —le contesto.
—Sí, es cierto. Y al final poco quedó en él de esa revolución. Yo fui de los primeros en criticar a Yasser Arafat. Sobre todo después de los Acuerdos de Oslo.
—¿Lo conoció?
—No, pero mandó a llamarme. Quería conocerme. Se ve que leía los artículos que publicaba en El Hayat El Jadida, aunque en esos textos lo criticaba mucho. Siempre he estado en contra de los poetas cercanos al poder, así que me escondí fuera de mi casa por un par de días. Porque él antes de meterte a la cárcel intentaba comprarte. Arafat preguntó un día que dónde estaba y por qué no me habían llevado donde él. Su gente le respondió que yo era un loco y que no se preocupara. Pero Arafat les dijo: “Cómo dejáis a un loco escribir en vuestra revista?” Y entonces después de eso me pidieron que dejara de publicar en El Hayat El Jadida [risas].
—Pero aun así, usted trabajó en el Ministerio de Cultura por muchos años; hasta la llegada de Hamás al poder.
—En el primer momento rechacé el trabajo. Pero luego de dos años no tuve más remedio que aceptar, por razones económicas. Aun así puse la condición de trabajar desde casa, sin tener que ir al Ministerio de Cultura.
—¿Y qué función desempeñaba ahí?
—Mi función era quedarme en casa [risas].
—Algo tenía que hacer… no creo que le pagaran por estar en su casa.
—Era una especie de director del comité de libros, que era donde se publicaban los libros oficiales.
—Y estuvo trabajando ahí hasta que en 2007 Hamás toma el poder de Gaza y usted pierde su puesto…
—No es que yo haya perdido mi puesto. Es que despidieron a más de 70.000 funcionarios. Cambiaron a toda la gente y pusieron a la suya.
En el 2006 Hamás gana las elecciones legislativas de Palestina, con una mayoría de casi el 70% de los votos. Sin embargo, el bloqueo económico y de ayudas por parte de Israel y de los países occidentales (EEUU y la UE, en especial), inició un conflicto entre Hamás y Al-Fatah, el partido de Mahmoud Abbas. La guerra civil duró aproximadamente un año y terminó separando los dos territorios que conformaban la Autoridad Nacional Palestina: Cisjordania, gobernada por Al-Fatah, y la Franja de Gaza, gobernada por Hamás.
—Usted dice que Hamás ha atacado todas las libertades del pueblo de Gaza. Sin embargo, obtuvo una amplia victoria en las elecciones de 2006. ¿Cómo se explica este apoyo tan claro?
—No fue una sorpresa la gran victoria de Hamás. La gente descubrió que Al-Fatah se había vuelto un partido muy corrupto, sobre todo después de los Acuerdos de Oslo. Además, ellos tienen una red social muy fuerte a través de las mezquitas. De esta manera consiguen los votos. La mayoría no los ha votado por convicción, sino porque era la única opción. Incluso cristianos han votado a Hamás. Si Al-Fatah no se hubiese convertido en una organización corrupta, Hamás nunca habría ganado.
—¿Pero qué ha hecho Hamás para que en un par de años todo empeore, según usted?
—Una vez que han llegado al poder se han vuelto un régimen dictatorial. Hamás no cree en la democracia.
—¿Cree que el bloqueo económico impuesto por los países occidentales de alguna manera pudo radicalizar aún más a Hamás?
—Claro. Yo respeto el voto del pueblo palestino y la democracia. El error ha sido del resto del mundo, que se equivocó al poner el bloqueo a Gaza. Ellos habían ganado las elecciones y, por lo tanto, tenían todo el derecho de gobernar. Pero intentaron solucionarlo todo con las armas.
—Y justo después que Hamás tome el control de la Franja de Gaza a usted le estallan dos granadas en su casa…
—[Silencio] Tengo muy presente ese momento. Habían pasado solo 20 horas después del golpe. Todos estábamos en nuestras casas, viendo la televisión, intentando saber lo que pasaba. Yo estaba viendo la televisión de Ramallah, que está en Cisjordania y por lo tanto era fiel a Mahmoud Abbas. Cuando de pronto, veo una noticia donde se ve cómo matan a Nasr Abou Shewer, un gran amigo mío. Los de Hamás lo habían cogido y lo habían matado. Un disparo en la boca, así de frío. Yo no pude contener el llanto, pero con la rabia del momento me senté a escribir un artículo donde denunciaba esto. Lo envié a Elaph, que era la revista donde publicaba en ese entonces. Y ellos lo publicaron inmediatamente. Dos días después de eso intentaron matarme.
—Así que tiene claro que Hamás fue la culpable del atentado…
—En el momento de la explosión yo no entendía nada. No había hecho la relación con el artículo, porque ni siquiera sabía que se había publicado. Jamás pensé que fueran los islamistas los que me intentarían matar, sobre todo cuando yo había apoyado a Hamás cuando nos defendían de Israel. Fue un momento de gran confusión y tristeza.
Gaza, nación desconocida
Una de las organizadoras mira su reloj dos veces y después pregunta a Basem si no quiere ir a comer algo. Él la mira extrañado. “¡Pero si ya he comido!”. Se refiere al bocadillo del mediodía. Le dice que en lugar de eso preferiría ir a dar un paseo, ya que está escribiendo un diario sobre las ciudades catalanas que visita y es la primera vez que está en Manresa. La organizadora le dice que está bien. “Ya pillaré algo de comer en el camino”, me dice entre risas.
Mientras paseamos por la ciudad, Basem no para de hablar con el traductor. No deja de hacer preguntas sobre las estatuas y los edificios que ve. Pregunta por los años, los artistas, las guerras; incluso por los santos y las tradiciones. De pronto, en una pared veo un grafiti que dice “GAZA LLIURE”, en letras rojas. Lo miro y le digo a la organizadora que se lo enseñe a Basem. Él lo mira, sonríe y pide hacerse una foto. “Pero por favor poned que la foto es en Manresa. No quiero que piensen que es en Palestina”. Todos reímos.
Me acerco a Basem y le pregunto si tuvo problemas para salir de Gaza. Deja de sonreír y asiente. Me explica que el visado tardó muchísimo en llegar a la embajada de Jerusalén. Cuando al fin tuvo el visado intentó cruzar a Egipto a través del checkpoint de Rafah, pero las autoridades egipcias no lo dejaban pasar. “Estuve yendo y viniendo al checkpoint por más de cuarenta días. Más que nada lo que sentía es humillación. Levantarme todos los días a las 9 de la mañana para intentar pasar y que me devolviesen a casa era humillante ”.
—¿Su familia sigue en Gaza?
—He tenido que dejarlos a todos allá. Mi hija está discapacitada de un ojo desde el atentado. Pero no puedo sacarlos de ahí porque ni siquiera tengo un permiso permanente de residencia para mí.
Basem empieza a buscar en su bolsillo. Saca un pedazo de cartón rojo que está maltratado por los costados. Ahí está una foto de él y su nombre. “Esta tarjeta la tengo que renovar cada 6 meses, porque el gobierno de Madrid no quiere darme el permiso de residencia para 5 años”. Me explica que con esa tarjeta ni siquiera puede salir del país. “Me han invitado a conferencias en diferentes países de Europa y nunca me han dejado pasar el control migratorio en el aeropuerto”.
Por eso, Basem dice que está pensando en pedir asilo en otro país de Europa, porque se ha dado cuenta que en España es casi imposible que pueda traer a su familia. “Pareciera como si el gobierno español no quisiera que me quedase aquí”. Le pido que me preste el documento para verlo más de cerca. Reviso uno a uno los campos y noto algo extraño. En el lugar de nacimiento pone “Jan Yunis”. Pero el campo siguiente dice “Nacionalidad: país desconocido”.

Volver a casa
Nos subimos en el tren que nos llevará de regreso a Barcelona. El paseo por la ciudad bajo el sol nos ha cansado. Nos dejamos caer en los asientos y nos relajamos un poco, dejando atrás todas las formalidades y el rigor de una entrevista. Basem toma el papel de entrevistador y empieza a preguntarme sobre mis estudios y mi país. Me pregunta muchísimas cosas y me enreda tanto que incluso termino enseñándole fotos de mis vacaciones en Nicaragua. “Me interesa mucho Latinoamérica —dice— la historia de nuestros países tienen muchas cosas en común”.
Ese comentario me deja pensando por un buen momento.
Debería ser yo el que hace las preguntas; intento reaccionar. Le pregunto si está escribiendo algo ahora que ha estado aquí en Barcelona. Me dice que sí, que tiene un libro de poesía de 250 páginas que ha escrito todo en Barcelona y varios libros de cuentos que serán publicados en catalán. Además, ha escrito un diario sobre su estancia en Barcelona.
—Ya lleva más de dos años en Barcelona. ¿Cree que le ha influido en su escritura de alguna manera?—Claro, Barcelona me ha dado otra perspectiva. Pero todavía tengo Palestina en mente cuando escribo. [Basem se queda callado, supongo que reflexionando. Unos segundos después me voltea a ver de nuevo y continua]. La idea de volver a Palestina sigue siempre conmigo. Soy parte de una generación de intelectuales palestinos y no quiero traicionarlos dejándolos ahí. Mi tierra es Palestina, no Barcelona. Es el mismo sentimiento que tenían los muchos escritores y artistas españoles que huyeron durante la Guerra Civil. Tuvieron que salir de sus casas para poder seguir haciendo su trabajo, pero nunca dejaron de soñar con volver a su hogar.
La gran mayoría de la poesía de Basem tiene una fuerte relación con su amada Palestina. Las palabras que más se repiten en sus poemas son “tierra”, “noche”, “casa”, “padre”, “abuela”, “corazón” y “tristeza”. Sobre todo tristeza. Sus poesías son cortas y rítmicas, como la mayoría de la poesía oriental. Aun así me sorprende encontrar en los epígrafes a Pessoa y Lluis Llach. Él mismo afirma que su gran influencia ha sido la literatura iberoamericana.
Llegamos a plaza de Catalunya y es el momento de despedirse. Basem me da un gran abrazo y me dice que espera que nos volvamos a ver. Miro cómo se va, pica en la entrada del metro y desaparece por las escaleras mecánicas. Por mi cabeza se atropellan las preguntas. ¿Cómo puede querer volver a casa un hombre que ha sufrido tanto ahí? No tengo respuesta. ¿Cómo en un lugar en guerra ha logrado desarrollar un conocimiento cultural tan amplio? Sin respuesta. ¿Cómo puede alguien haber nacido como refugiado y convertirse en exiliado? En sus versos encuentro respuestas: “Soy Basem Al Nabriss: el que ha visto, ha vivido y ha quemado un millón de cigarrillos. Nadie me ha hecho justicia, nadie se ha preocupado ni de mí ni de los demás”.