
La crónica de la jornada del referéndum del 1 de octubre no se compone solo de los porcentajes y las cifras: 2,2 millones de votos contados y 700.000 votos impedidos por la fuerza o más de 800 heridos… También está llena de historias e imágenes personales y colectivas, historias de ilusión y de miedo, de esperanza y frustración, pero sobre todo, en todas las escuelas y puntos de votación de Catalunya, historias e imágenes de dignidad y compromiso que vencieron al miedo. Os traemos algunas de las que hemos sido testigos directas.
Marc Saludes y Helena Roura
Pero, antes de todo, la noche anterior.
Claudia Frontino
En Mollet canta otro gallo
Un gallo canta y todos lo buscan con la mirada. Caras de haber dormido poco, sillas de cámping y mochilas provistas de agua, comida y chaquetas por si refresca. Son las 5:30 de la mañana y en la puerta del Instituto Vicenç Plantada de Mollet del Vallès unas 60 personas esperan. Convocados antes de que salga el sol, los vecinos se suman ante una de las puertas del instituto y miran el reloj y el móvil. Aún está oscuro, pero todo el mundo sabe que el mambo no entiende de horarios y que se espera una larga jornada. La llegada de los mossos hace callar al gallo, pero no silencia las más de 200 personas que hay en la puerta. Minutos antes de las ocho de la mañana, las decenas de personas que han dormido dentro del centro son aplaudidas tan pronto como se dejan ver. Salen cargadas de mochilas y comida –que reparten entre todas– y esperan que sean las 9h para hacer aquello que parecía imposible.

Cuando comienza a llover, centenares de personas entran buscando refugio mientras esperan indicaciones. Parece que hay problemas informáticos, la organización intenta tranquilizar a la gente y a las 9:20h las aulas del centro ya esperan los primeros votantes. Con la calma que se intuía ya a primera hora de la mañana, las siguientes horas se han desarrollado como si se tratase de una jornada electoral más. O mejor. Una jornada electoral única. Los vecinos coinciden en destacar que nunca habían visto tanta gente a las puertas de unas mesas. Y es que, de haber sido un referéndum reconocido por el estado español, seguramente otro gallo hubiese cantado.
Borja Alegría
Sabadell, noche corta y día largo, con violencia policial
A las dos de la madrugada, en el patio de la Escola Industrial de Sabadell, aun la lluvia, unos adolescentes juegan un partido de fútbol, otros juegan a baloncesto o se sientan en el suelo en corro para charlar y tocar la guitarra.

Desde primera hora de la noche, diferentes colegios electorales de Sabadell, con sedes en escuelas de primaria e institutos de secundaria, fueron ocupados por centenares de ciudadanos que pasarán una noche que no será larga, porque a las cinco se han convocado concentraciones en todos los centros con tal de evitar que la policía entre y bloquee el referéndum.
Alrededor de 600 personas se reúnen ante la escuela Joanot Alisanda. El ambiente es tranquilo y la gente espera noticias. Dentro de la escuela hay personas que han pasado la noche y miran a través de los vidrios el ambiente afuera. A las 5:45, una de estas personas escribe en un papel “Gracias por estar” y lo engancha en la puerta, de manera que se pueda leer por fuera. Los que lo leen comienzan a aplaudir, contagiando al resto de asistentes. Los que están dentro se abrazan emocionados. De manera espontánea, todos cantan Els Segadors.

Hacia las seis, algunos de los responsables se dirigen a la multitud. Hacen falta personas en los barrios de Torre Romeu y Espronceda y se pide que algunas vayan a compensar el número de asistentes en cada colegio policial. Un coche de policía local llega y se genera un momento de tensión. Se escuchan algunos pitos, pero en seguida se hace el silencio. Los agentes informan que han puesto una cinta cortando la calle con tal de evitar el tráfico de coches en la entrada de la escuela. La multitud se relaja y todo el mundo aplaude cuando el coche abandona la plaza.
Unos minutos antes de las siete de la mañana, un grupo de apoderados se dirigen a un coche del cual extraen las urnas con qué se hará la votación. Los asistentes forman un pasillo y se pide silencio a todo el mundo, para hacer entrar las urnas con la máxima discreción. De hecho la discreción llama la atención por la ausencia total de banderas. No hay ninguna senyera ni ninguna estelada ni tampoco ninguna pancarta ni signos reivindicativos en toda la plaza.

A las 7:55 una pareja de mossos d’esquadra llega y se dirige a la entrada de la escuela. En seguida, la gente bloquea la entrada de forma cívica y ordenada. Los agentes no tienen ninguna intención de entrar. Piden si ha habido algún incidente y si alguna persona les puede dar datos del DNI como representante responsable de la concentración. Un ciudadano se ofrece voluntario y los agentes toman los datos sin ninguna oposición o incidencia. Preguntamos a los agentes si se espera la llegada de más mossos y responden que no, pero no pueden asegurar que no vengan agentes de otros cuerpos de seguridad.

El alumbrado público hace rato que se apagó. La mañana es gris y parece que lloverá. El ambiente se relaja y la gente aprovecha para tomar un café y comer algo, mientras se convoca en voz alta a los vocales y presidentes para constituir las mesas electorales. Más aplausos.
En este colegio electoral, el Joanot Alisanda, vota la presidenta del Parlament, Carme Forcadell, y se esperaba una actuación policial contundente. En cambio, las fuerzas del Estado no han tenido ninguna presencia.
De repente, llegan noticias que un grupo de numeroso de policías espera órdenes para entrar en Sabadell. Hacia las nueve de la mañana, la Policia Nacional entra en la escuela Nostra Llar, rompiendo unos vidrios de la entrada mientras la gente canta “esto con Franco sí pasaba”. Los agentes antidisturbios hacen una primera carga y, a continuación, crean un cordón que la gente respeta. Unos metros más allá, en la calle perpendicular (carrer del Vallès), un gran número de furgonetas de la policía ocupa la calzada evitando la circulación de coches y personas.

Algunos agentes cubiertos con pasamontañas salen del colegio Nostra Llar con bolsas de basura en las que parecen llevar las papeletas del referéndum (más tarde nos confirman que no se han llevado material relevante). Al momento, la gente comienza a avanzar y a intentar que no se las lleven. Los agentes impiden el paso, pero retroceden lentamente, empujados por la multitud que no para de presionar y caminar adelante con gritos de “no tenim por”. Son momentos de tensión. Un agente levanta su arma y realiza un disparo de advertencia. Será el único, pero no frenará el paso de la concentración. Una vez los asistentes llegan a la calle del Vallès, los agentes impiden que se traspase la línea creada por las furgonas y son duramente increpados por la gente, que se sienta en el suelo pacíficamente. Los agentes meten las bolsas de basura en las furgonas y se van entre los gritos de los asistentes.

En el último momento, un hombre se sienta delante de las furgonetas para no dejarlas marchar. La furgona no se para y el hombre intenta moverse, pero el vehículo le golpea y cae al suelo. No parece herido de gravedad, pero al poco rato se lo lleva una ambulancia.
El alcalde de la ciudad, Maties Serracant, que ha presenciado la irrupción de la policía, nos confirma que se han llevado material. A las 10:30h se anuncia que las urnas han salido y empieza la votación. El alcalde reacciona publicando el siguiente tuit: “Votad! Es la mejor respuesta a su violencia. No podrán con nuestra determinación”.

En Sabadell, la actuación policial ha sido desigual en los diferentes colegios electorales, pero ha quedado claro el uso de la fuerza para impedir el referéndum. La noche ha sido corta, pero el día se hará muy largo.
Laia Teruel
Ripoll, ilusión, colas y miedo
Viernes, 29 de septiembre, 23:20 de la noche. Una furgoneta pick up está aparcada en medio del paso Sant Joan de Ripoll, cerca de uno de los colegios electorales. Miquel está enganchando un cartel que invita a votar el 1 de octubre en una de las farolas del paseo.
–¿Aún estás colgando? –le pregunta un vecino con una sonrisa emocionada.
–Me quedaban tres carteles y los quería aprovechar. A las 12 hay jornada de reflexión y hace falta que la respetemos –responde Miquel con su acento cerrado, que hace muchos años, sino toda la vida, espera un momento como el del domingo.
El sábado llega con nervios. Llamadas de última hora, lugares acordados en secreto; una clandestinidad que recuerda momentos históricos que han pretendido que olvidemos. Se han organizado encierros en los cinco colegios electorales para evitar que a primera hora de la mañana los mossos los precintasen, aviso que las fuerzas de seguridad dan entre muestras de complicidad. Son vecinos del pueblo y conocen a todo el mundo; comparten cafés y comidas, calles y espacios.
–Si los mossos, la policia española o la Guardia Civil nos viene a sacar nos tenemos que organizar. Jugaremos a sacar cebollas: sentados, con resistencia pacífica y, sobre todo, cogidos de los brazos –informa Jordi con seguridad, encargado de coordinar las personas que comparten el Centre Cívic Eduard Graells ante cualquier situación que se puedan encontrar.

Maria, Marta, Conxa y Sílvia se reúnen en el patio de la escuela Joan Maragall alrededor de una radio a pilas, para oír las últimas noticias que llegan del resto de Catalunya. Están emocionadas, pero también sienten temor por la incerteza de mañana.
Y llegan las cinco de la mañana. Las primeras personas que vienen a dar apoyo a la veintena que ha dormido dentro son seis personas mayores, que cogen una silla y se sientan mientras dejan termos de café caliente en la mesa. Rápidamente, el número de asistentes crece y, hacia las 6, ronda el centenar, sobre todo gente mayor emocionada al ejercer un derecho muy deseado. Los mossos llegan a las siete, con la complicidad de ayer. El primer aplauso es para el alcalde, que abre las puertas. El segundo es para las urnas, que llegan rodeadas de caras de tensión y de emoción contenida por parte de los responsables de la administración.
A las nueve se abre la puerta de la sala donde están las urnas. Después de los primeros votos, el sistema se colapsa, largas colas llenan los colegios. Los mossos reaparecen a intervalos, con renovada complicidad en su discurso preparado, que dicen alto para que quede claro. Comienzan a correr los rumores: la Guardia Civil está en uno de los colegios, irá a los demás, hay que organizarse: los jóvenes delante, los niños detrás. Aunque al final se descubre que era mentira y se desconoce el origen del rumor, se repite durante toda la mañana. Mientras, se levanta el sistema de voto y los y las ripollenses, después de muchas horas de resistencia y espera, comienzan a votar en una cola que parece no tener fin, ilusionadas a la vez que desmoralizadas por todas las imagenes, videos y noticias escalofriantes que llegan del resto de Catalunya.

Anna Mira
En Terrassa, ilusiones en las urnas y lágrimas en los ojos
Después de horas de espera, de nerviosismo y mucha emoción, cuando faltaban pocos minutos para las nueve de la mañana más de 300 personas esperaban impacientes en el Casal de la Gent Gran de Ca n’Aurell de Terrassa para poder votar. La calle rápidamente ha quedado ocupada por vecinos y vecinas que han venido a defender su colegio electoral. Gente joven, criaturas y mucha gente mayor, que han venido muy temprano, para ser los primeros en votar.
Pero el sistema informático no funcionaba. Y a partir de ese momento la espera se ha hecho incierta, las alternativas de los informáticos, que desde dentro del colegio hacían lo que buenamente podían, se iban agotando, pero los ánimos y la emoción en la calle aún no se ha apagado. Todo tipo de cánticos a favor de votar y muchos aplausos a los voluntarios que cada diez minutos aproximadamente informaban a los vecinos de la situación. Las noticias de las brutales cargas policiales han ido llegando a los teléfonos de los vecinos del barrio, que no daban crédito de lo que estaban viendo.
Algunas personas mayores han llevado sillas de cámping de casa, otras han podido esperar sentadas en las sillas del colegio electoral, que se han repartido entre los que las necesitaban. Hacia las diez y media un pasillo de aplausos ha dado la bienvenida a unos informáticos que habían podido solucionar el problema del sistema electrónico a dos colegios más de Terrassa. Y una hora más tarde, ahora sí, se podía votar.
Los vecinos se han organizado para ir a hacer vigilancia a los cruces próximos y en el parque de Sant Jordi, adónde da la parte trasera del colegio electoral para avisar de una posible aproximación de la Policía Nacional.

Como en muchos colegios de toda Catalunya, se ha dado prioridad a personas mayores, familias con criaturas y personas que tengan alguna necesidad especial. Se han hecho pasillos improvisados para que estos vecinos y vecinas pudiesen llegar a la puerta del colegio. Uno de los momentos más emotivos ha sido cuando han salido las primeras personas que han votado, recibidas entre aplausos y gritos de “¡Votaremos!”. Lágrimas en los ojos de abuelos y abuelas de más de 80 años que han venido caminando, con bastón o silla de ruedas, para manifestar su voluntad en las urnas, y lágrimas en los ojos de los más jóvenes mirando estos abuelos y abuelas que en su momento defendieron Catalunya y que hoy lo volvían a hacer.
David Vidal Castell
La Barcelona de la dignidad
Mientras esperaba la carga de la policía, delante de la escuela Sant Pere Nolasc de Sant Andreu, bien juntos, hombro con hombro, ante todo el mundo, con los abuelos y los más pequeños escondidos detrás, pensó en el miedo terrible que le daba que en cualquier momento un rebaño de antidisturbios tumbase por aquella esquina que todos escrutaban con la ansiedad del desastre inminente; pero sintió también que no era una opción ceder al miedo y dejarlo ir. Defendamos las urnas, se oía. No hagais nada, se ordenaba. No es necesario identificarse, se advertía. Y entonces, mientras el miedo –el miedo de verdad, el que sabe cómo han cargado estos bestias, ya, el miedo que sabe que esta esquina vacía se llenará de golpe de lobos azul marino– hacía que los segundos pasasen tan poco a poco que parecía que todo en el mundo sucedía a cámara lenta, vio una cosa pequeña que refulgía junto a su pie, en el suelo mojado de lluvia. Y tuvo la necesidad de recogerla.
–Era una moneda de 10 céntimos. Pone 10, que se puede leer 1-O. Me recordará ese momento, en el que he pasado más miedo que en toda mi vida. Me recordará porque fui capaz de estar ahí. Por dignidad.

Aunque, como en este centro, hay diversos avisos de llegada inminente de la policía, en el distrito de Sant Andreu no se cerró prácticamente ninguna de las 12 escuelas abiertas; hubo, sin embargo, una actuación muy contundente, que me enseña en el móvil José, a primera hora de la mañana, en el Espai Trinijove, en la Trinitat –el penúltimo barrio en renta disponible por ciudadano en Barcelona–, con heridos y muchos desperfectos en el equipamiento. “Me cogieron por el brazo, me colgaron como a un fuet, me lo retorcieron como si me lo quisiesen romper, están locos”, cuenta asustado. José tiene –y es muy evidente–, un brazo paralizado por una afección, que no puede usar, cosa que no rebajó la contundencia de “las hostias”, como dice él, que le dio la policía. “Hostias como panes, no?”, y ríe. Lo explica confundido y emocionado, en un catalán dubitativo, mientras esperamos el recuento, a las puertas de Can Galta Cremat, un punto de votación que, como la mayoría, decide cerrar a las 19h. para evitar que se lleven las urnas llenas.
De repente, se abren las puertas y salen los miembros de las mesas blandiendo las urnas por encima de la cabeza, al grito de ‘hem votat’. Aplausos. Gritos. Lloros. Abrazos. 2.500 sí, 168 no. Ovaciones. No hay ni una señera. “No he oído a nadie diciendo que se plantaba delante de las escuelas por Catalunya, se plantaban por las urnas y por la democracia, para defender los votos de los vecinos y de las vecinas”. Muchas lágrimas de rabia y de emoción. “Rajoy ha empobrecido a la clase media, ha echado de España a una generación de jóvenes y ahora conseguirá que Catalunya salga de España”, dice enfadado un catalán de origen aragonés, que nunca ha sido independentista pero que hoy ha venido a votar, aun las largas colas, kilométricas literalmente en diversas escuelas de Sant Andreu.

En la escuela Turó de Nou Barris, en el barrio de Vilapicina y Can Peguera, también uno de los de menor renta disponible por habitante de toda Barcelona y uno de los que mayor inmigración caribeña acoje, monitores de esplai, cuidadoras de abuelas, vecinas con la permanente acabada de hacer y jóvenes militantes se mezclaban en un mejunje armonioso en el patio de tierra, donde cada fin de semana juegan a fútbol muchos niños del barrio, que saltan las vallas con naturalidad si no está abierto. Ayer jugaban tranquilamente mientras los más grandes se aburrían. Durante mucho rato, por la tarde, se esperó la llegada de la Guardia Civil, después que se advertiese de la entrada por la Ronda de Dalt de vechículos de este cuerpo. Como mayor y más inminente peligro, más gente bajaba de sus pisos; desde dos de estos pisos de delante de la escuela se tiraron cables para superar el problema de conexión a la red que lastró durante muchas horas las votaciones matinales.
Ayer en muchas calles de Catalunya la dignidad venció al miedo. Y eso constituye una lección inolvidable, con valor de certeza irrevocable.
Edición del texto a cargo de David Vidal Castell
Edición del texto a cargo de Estefania Bedmar
Traducción al castellano por Gerardo Santos
Corregido por Claudia Frontino