
— La ketamina, una droga depresora proveniente del Reino Unido, ilegalizada en España en 2010 y frecuente en muchas 'raves', podría servir para tratar la depresión y el alcoholismo
— Albert ha combinado el consumo de esta droga con un trabajo y pareja estables
La música llega amortecida al interior del camión en que Albert tiene su casa portátil. Son las ocho de la mañana y, después de toda la noche, la fiesta no para en el llano de la cantera en el que hoy hay rave. Con la sartén en los fogones de la pequeña cocina ubicada entre la cama y el sofá, Albert convierte parte del líquido de su botella de litro, que ha medido con la ayuda de una jeringuilla, en una masa cristalizada de color blanco. La operación es rápida, no dura más de tres minutos. Una vez se convierte en una masa dura, la deja en el suelo del camión para que se enfríe:
—Hay que rascar hasta que salga el polvo y entonces ya te puedes hacer unas rallas. —Albert tiene 28 años, es alto y flaco, con un estilo muy marcado: pantalones anchos y caídos, múltiples tatuajes en el cuerpo, un séptum con dos bolas plateadas y una anilla gruesa de plata que le atraviesa las fosas nasales y que se quita cuando empieza a trabajar.
Albert rasca sobre la sartén, que tiene un color blanuzco en la superficie. Cuando acaba de deshacer el bloque, dibuja un par de rallas de unos diez centímetros, suficientes para comenzar. Después, se acerca al origen de la música, con la sartén en la mano y unos movimientos extraños y repetitivos: no controla con la mente lo que mueve. Mientras camina, se acerca la sartén a la nariz para esnifar otra ralla. A su alrededor hay algunas personas con sartenes en la mano o colgadas de la cintura con un mosquetón. Hace unos años se veían más, asegura Albert, pero cada vez más se acostumbra a consumir dentro de los camiones que rodean el descampado en que se celebra la fiesta.
Se ven personas tiradas por el suelo, otros se mueven a un ritmo desacompasado. El “mareíto” le da a Albert una sensación de euforia y de distorsión, la mayor parte del tiempo consciente. Como cuando te operan, te ponen anestesia y te empiezan a hablar. Te dicen alguna cosa pero tú la confundes y la mezclas con otras muchas. Entras en una realidad totalmente ajena a tu cuerpo. Albert tiene la sensación de que camina de manera normal, pero en realidad va mucho más lento. Necesita apoyarse en alguna cosa, ya que su cuerpo se tambalea, y la distorsión a nivel auditivo y sensorial le hace aproximarse a los altavoces que resuenan por todo el espacio de la cantera. Los toca, le sirven de apoyo. Su cabeza gira en un viaje sensorial que, cuando se le pasen los efectos de la ketamina, recordará vagamente.
Ketamina, un anestésico alucinatorio
la ketamina es utilizada como anestésico para animales y también para personas en países pobres o en guerra. En 1970 la FDA (Agencia Norteamericana de Alimentos y Drogas) aprobó la ketamina como anestésico de uso hospitalario y, por ejemplo, se utilizó durante la guerra de Vietnam en las operaciones en los hospitales de campaña. Es mucho más segura como anestésico ya que no provoca depresión respiratoria y, por lo tanto, no hay que monitorizar al paciente. En Europa aún se usa en algunas circunstancias: con pacientes muy graves que hay que intervenir rápidamente, con pacientes con contraindicaciones a otros anestésicos o con neonatos, según se explica en el número 4 de la revista Interzona. En estos casos se administra conjuntamente con dosis bajas de benzodiacepinas (fármacos de la familia del Vàlium o el Tranxilium) para evitar los efectos psicodélicos. Actualmente, con algunos fármacos modificados, se puede encontrar en las farmacias como anestésico para animales y se puede obtener con receta.
El uso recreativo comporta dosis mucho menores que las utilizadas como anestésico. La ketamina te disocia cuerpo y mente, con distorsiones visuales y también sensoriales. Según la ficha de Energy Control, un proyecto de la ONG Asociación Bienestar y Desarrollo (ABD) que ofrece información y asesoramiento sobre drogas para disminuir los riesgos en su consumo, “los efectos de una dosis subanestésica pueden ir desde un ligero estado de embriaguez, con distorsiones perceptivas, hasta a impactantes estados oníricos, auténticamente alucinatorios, pudiendo, incluso, desencadenar experiencias próximas a la muerte y estados de desdoblamiento corporal”.
La ketamina es utilizada como anestésico para animales y también para personas en países pobres o en guerra
Como droga sintética apareció en la península hace unos 20 años, proveniente del Reino Unido, dentro de todo el movimiento de las raves. Al principio se transportaba desde la India en camiones, donde se hizo famosa en las playas de Goa, hasta que se ilegalizó. Mireia Ventura, responsable del servicio de análisis de Energy Control, denuncia el aumento de la adulteración de la substancia, sobre todo desde su ilegalización en España en 2010. Han encontrado lactosa y paracetamol como adulterantes. La oferta disminuyó, pero la demanda se mantuvo.
La ketamina ha sido consumida por el 0,8% de la población entre 15 y 64 años en España, por detrás de substancias como la cocaína (un 10,3%) o el éxtasis (un 4,3%), según el informe de 2015 Alcohol, Tabaco i Drogas Ilegales en España, del Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad. Este consumo se da más en hombres (1,4%) que en mujeres (0,3%), manteniéndose constante en relación a informes anteriores. En Energy Control el análisis de la ketamina les supuso en 2015 el 7% del total de substancias, muy por debajo del éxtasis, la cocaína y el speed, que juntas representan el 77% del total de muestras.
Una vida ligada a la droga
Aunque Albert asegura que está mucho más tranquilo ahora, sus piernas no paran de moverse mientras habla, con un temblor constante. Lleva una vida funcional. Trabaja en el ámbito social, ha tenido pareja hasta hace poco, tiene un círculo estable de amigos y comparte parte de su vida en casa de sus padres. A sus 28 años —lleva 12 de consumo ininterrumpido—, las drogas han ido cambiando según su momento vital, pero siempre han estado presentes en su día a día, como la sartén que llevan colgada del cinturón los que toman ketamina en las raves, preparada para el momento en que necesiten utilizarla.
Él no se considera un adicto; puede llevar una vida satisfactoria con el consumo diario de una substancia que le transporta a otra realidad: “Mi cabeza para y me hago unas risas”. Le compensa los estados depresivos que experimenta desde la adolescencia. Albert dibuja los límites de lo que considera adicción: “Mi ideal no es tener un trabajo, casarme, hijos. Cada uno tiene su forma de evadirse, como el que llega el fin de semana y se va al centro comercial a consumir. Para mí eso es una locura, más que el hecho de drogarse”, afirma.
Hacemos un salto al pasado. Albert tiene 17 años y hoy ha decidido probar el éxtasis con unos amigos. Conocen unos chicos mayores que trafican, y es a ellos a quienes les pillan. La consiguen de un hombre que viene de Amsterdam con un maletín. Kilos de éxtasis transparente, prueba de su pureza. Albert coge el éxtasis, que tiene forma de cristal, lo pica y esnifa el polvo. Siente que le escuece mucho la nariz, a un amigo suyo le empieza a sangrar. Tienen un subidón grande y rápido, aunque les baja de golpe. No les acaba de gustar. Cuando vuelven a hablar con los camellos, su reacción es rápida: “Estáis locos, ¿cómo os habéis podido esnifar todo esto?”. Les aconsejan envolver el éxtasis con papel de fumar, obteniendo lo que se conoce como una cebolleta, que se traga o se chupa, con un gusto amargo. Todo lo que se consume por el estómago tarda más en subir, aunque dura más su efecto, ya que el estómago es menos tolerante que la nariz.
—Con el éxtasis la experiencia es súper brutal, súper euforia, luces distorsionadas, nos queremos… somos los mejores. —Albert habla mirando hacia un infinito lleno de recuerdos sin parar de fumar, enrollando un cigarro mientras la punta de una colilla anterior se consume lentamente en el cenicero—. Y en el sexo con éxtasis las sensaciones se disparan. Se te pone la piel de gallina solo con que te toquen un poco. Se le llamaba la droga del amor: te puedes estar horas y cualquier caricia es más placentera. Yo he estado con una chica cuatro horas sin correrme.
Su proceso en el consumo de drogas fue escalonado: de no mezclar el éxtasis con otras drogas, a consumir cada vez cantidades más grandes y, después, a experimentar los efectos de mezclarla con alcohol, cannabis y pastillas. A partir de ir a discotecas como Florida 135, en Fraga, Albert y sus colegas conocieron el movimiento rave y empezaron a consumir en fiestas en las que no había ningún tipo de control: se podía tomar droga en cualquier espacio ya que los encuentros eran al aire libre, sin normas sociales ni policía. En este contexto, su policonsumo se disparó. Las personas que consumen ketamina acostumbran a tener un amplio historial de consumos, con cinco o más substancias, según el informe Alcohol, Tabaco y Drogas Ilegales en España.
Después de unos años con el éxtasis, la adulteración de la substancia hizo que Albert comenzase a cansarse. La sartén colgante de su cinturón le resonaba en el muslo pero estaba vacía, no le convencía. Y descubrió el speed. Con él, experimentaba una sensación más fuerte que la de la cocaína, substancia que ha consumido poco porque no le aporta nada más allá; no hay distorsión ni alucinación y demanda un consumo constante. El speed le ofrecía una sensación de euforia mucho mayor, que compensaba sus estados ebrios permitiendo que continuase bebiendo cuando el cuerpo ya estaba al máximo. Albert pasó de consumir speed solo en contextos de fiesta a hacerlo cada día, sin necesidad de ir bebido. Volvía a tener la sartén a pleno rendimiento. Y recuerda un día en que traspasó su propio límite.
—Ibiza. 72 horas sin dormir. El tercer día, al mediodía, estoy en la playa. Oigo música con las olas, voces distorsionadas y me empiezo a atrapar. Deliro, tengo taquicardias, me coge la paranoia de que me duele el brazo —se remueve en la silla, sin dejar de mover las piernas con un temblor leve pero constante—. Lo pasé realmente mal, se me estaba yendo la olla, no sabia lo que me decía… pero después de dormir en el hotel, me recuperé.
Vivía con sus padres y un día casi le pillan con la droga en casa; es en este momento cuando decidió parar su consumo. Estuvo seis o siete meses sin probar droga alguna y sin síndrome de abstinencia física, aunque sí psicológica: echaba de menos la sensación de euforia que le daba el speed. Después de este parón, reactivó su consumo limitándolo a los fines de semana: iba de fiesta y combinaba drogas, dependiendo de la substancia a la que le invitaban, desde speed a LSD. Albert y su sartén; de fiesta, con colegas, cuando la situación lo pidiese. Con 22 años, decidieron limitar el salir de fiesta a la filosofía rave: no pagarían más, siguiendo el lema free party with free people. “Mi idea es ser libre y una manera de abrirte y experimentar cosas es a través de las drogas”, afirma Albert, exponiendo la principal tesis sobre la que construye su consumo. Y de rave conoció la ketamina.

—Al principio, no me convencía. La probé y no me acabó de gustar. Y ver la gente cómo estaba físicamente… De rave, con la sartén en la mano bailando, y van haciendo así —hace el gesto de esnifar con la nariz, una nariz recta y alargada, en algunos lugares algo torcida, con unas protuberancias que marcan un camino de ida tortuoso— y venga. Gente tambaleándose, gente tirada por el suelo. No me molaba.
La ketamina como substancia antidepresora
Pero eso fue solo al principio. A medida que iba familiarizándose con la ketamina, su percepción fue cambiando. En aquella época trabajaba de cocinero, ya que había estudiado un módulo de restauración, pero lo dejó para estudiar integración social. Entonces, la ketamina o kal —como le llaman en el entorno, conocida también como Special K— ya había entrado en su vida, asegura que por descarte del resto de substancias, que ya fuese por malas sensaciones, por cansancio o porque no le aportaban nada había decidido no consumir. Esta elección, la de una sartén en la que consumir siempre cercana, coincidió con una época de cambios que profundizaba en los estados depresivos que arrastraba desde la adolescencia.
—Cuando tenía 16 años o así me diagnosticaron depresión. Con 22, era un momento personal complicado, lo acababa de dejar con mi pareja y le daba muchas vueltas a las cosas. Si salía y tomaba speed, si mi cabeza ya estaba todo el día funcionando, me estimulaba más y era como ‘no puedo, tengo que pararlo’ —su voz, una mezcla de pasotismo y emoción, varía del castellano al catalán, mezclando expresiones y términos, con el único objetivo de hacerse entender y ayudarse a ordenarse a sí mismo—. A una persona que es depresiva, hacerle parar la cabeza ya le va bien, obvio. A mí la keta me ha ido muy bien para decir que mi cabeza pare ya. Hacerse una ralla y decir ‘por fin’. Era ‘hostia, me sienta bien y me gusta’, y estoy un par de días más tranqui.
Mireia Ventura, responsable de la sección de análisis de Energy Control, explica que la ketamina amortece muchos pensamientos y que las adicciones siempre tienen una base emocional y estructural. Las drogas son la punta del iceberg. Cuando hay una adicción, lo que acostumbra a ir detrás es un problema grave de fundamentos. Albert ha ido incorporando a su vida elementos que le ayudan a estar mejor, como por ejemplo el reiki, asistir a una terapia de psicología integrativa o hacerse vegetariano, decisión que asegura le ha ayudado a rebajar su nivel de estrés. Aun la apuesta por cuidarse más, no ha dejado en ningún momento el consumo ni se plantea hacerlo: “Llevo toda la vida consumiendo, sí, pero también mi consumo está relacionado con la forma de entender la vida”, explica, seguro.
Ya se ha experimentado aplicando ketamina a personas y uno de los resultados ha sido la desaparición de pensamientos suicidas
Natalia Ribas, trabajadora social del Centro de Atención y Seguimiento a las Drogodependencias (CAS) de la zona del fórum de Barcelona, se ha encontrado muy pocos casos de personas derivadas por adicción a la ketamina: “Probablemente las personas busquen, en algún momento, la ketamina a nivel antidepresivo, pero es como el tópico de los años 90 de los heroinómanos. El perfil de heroinómano era el de un tío más triste que el que consume coca —Natalia es contundente en sus opiniones, aunque cada respuesta se la piensa y un gesto de duda inicial acaba dando paso a un argumento defendido firmemente—. Qué casualidad que la persona más triste es la que se mete algo que le deja más sedado, más dormido. Creo que efectivamente se hace un uso de la droga, ya sea para bien o para mal, como medicación”.
Algunos estudios embrionarios así lo explicitan. Uno de ellos, publicado en la revista Science, experimentaba con ratas para tratar la tristeza y la depresión, y concluyó que la ketamina operaba mucho más rápidamente que el resto de antidepresivos actuales. Para ello, la aplicación de la substancia ha de ser por vía intravenosa. Ya se ha experimentado aplicando ketamina a personas y uno de los resultados ha sido la desaparición de los pensamientos suicidas, como refleja un estudio del Massachusetts General Hospital de 2016, aunque el efecto dura pocos días y puede ir acompañado de experiencias psicodélicas. En algunos pacientes se ha probado que a medida que se alarga el tratamiento con ketamina, sus efectos duran más y se necesitan menos dosis. Sin embargo, el uso de la ketamina o de alguno de sus componentes en el tratamiento de estados depresivos aún está muy limitado a clínicas especializadas de los Estados Unidos, donde continua la investigación, con poco bombo mediático.
Otra aplicación posible de la ketamina es combatir la adicción al alcohol, una de las más difíciles de tratar. Un ensayo de la University College de Londres, titulat Ketamine For Reduction of Alcoholic Relapse, está intentando eliminar los recuerdos relacionados con la adicción al alcohol a partir de la inyección de dosis de ketamina. Así, se podrían reconstruir los recuerdos de las personas, rehaciendo sus patrones de conducta. Este hecho abre múltiples posibilidades, ya que la reconstrucción de la memoria se podría utilizar también para otras adicciones a substancias como por ejemplo el tabaco.
Trapicheos y beneficios
Durante un tiempo, cuando el consumo de éxtasis formaba parte de la vida de Albert, este también pasaba droga. Hasta que un día le pararon dos mossos d’esquadra porque estaba fumando cannabis con un amigo, con mucho dinero y substancias cortadas encima. Él intentó desentenderse del amigo; los mossos solo le revisaron los bolsillos y, como llevaba todo el material dentro de la chaqueta, en el pecho, no le engancharon. Aquel día decidió no correr más riesgos. Sin embargo, como consumía ketamina cuando iba de fiesta, aprovechaba para vender algunos gramos con un buen margen de beneficios. La obtenía bastante más barata que el precio de venta. Si un litro vale 1.100 euros, el lo conseguía por 1.000. De un litro salen 50 gramos; el gramo se paga a 40 euros, mientras que a él le cuesta unos 20. Albert niega que esta operación, que le ha permitido durante mucho tiempo cubrir los costes del consumo, sea de tráfico o que él pueda considerarse un camello.
—Es más un trapicheíto. Mi objetivo no es vender, pero si se me acerca alguien que quiere y yo tengo, pues… También vendo espaguetis que cocino en el camión. Yo no quiero pasar, pero si alguien me viene a pedir, le hago el favor.
Vender droga, por más que sea a colegas o a conocidos, está tipificado como delito contra la salud pública en el artículo 368 del código penal, con penas de entre 1 y 6 años de prisión.
La cotidianidad en la ketamina
De consumir keta los fines de semana, Albert pasó a hacerlo cada día, ahora hará un año.
—Me levanto, he de ir a buscar los papeles del paro, pues mira me aburro y me hago una ralla. Me voy al metro y me hago unas risas y así mi cabeza para —explica convencido, con la mirada algo perdida y un matiz en la voz que supura placer.
La ketamina crea mucha tolerancia. Albert comenzó haciéndose rallas del largo de una llave para lentamente pasar a hacérselas de medio palmo. Cuando consumía diariamente encontró trabajo fijo en un espacio social con personas en riesgo de exclusión. Salía del trabajo por la tarde y en casa se hacía una, dos o tres rallas. No las mezclaba con alcohol y así no tenía resaca al día siguiente. Una sartén colgada del cinturón siempre a mano, para cuando la pueda necesitar, solo o con los colegas. En verano, su consumo se disparó; sin sus padres en casa, cada día había fiesta.
Durante un tiempo, dejó la keta: “Lo pasé mal unos 5 días. Me encontraba fatal, levantarme y vomitar. Bastante durillo. Tenía temblores, sudaba mucho…”
El sexo con la ketamina es una experiencia que descubrió poco satisfactoria, contrariamente al recuerdo de mezclar sexo y éxtasis. “Las relaciones sexuales son una mierda porque tú estás en plan viaje. Estás follando pero tu cabeza no está disfrutando, estás en otro mundo —el recuerdo de la ketamina en las relaciones sexuales hace que Albert se exprese con la voz más apagada—. Entonces, como tiene efecto sedante, la chica no sé pero el chico tiene mucha menos sensibilidad: en el momento de la penetración notas mucho menos. Estás en plan ‘¿me he corrido?’ No puedes estar haciendo mil movimientos, mil posturas… estás petao, tu cuerpo está hecho caldito”.
Hace poco menos de un año, Albert tuvo un mal viaje: “Estaba viendo mi propio entierro. Pillé un viaje de verdad, en otro mundo. Una colega me estaba poniendo hielo aquí —se coge con fuerza el hombro, mientras se le escapa una pequeña sonrisa nerviosa y tensa—, y yo me tocaba y notaba cómo caía el agua, pero veía sangre. Cuando volví en sí, 20 minutos después, estaban todos los colegas gritándome, fui muy loco.
Sería lo más parecido a un K-Hole que Albert ha vivido nunca, es decir, una sobredosis o un mal viaje en que vives experiencias cercanas a la muerte, en que se asegura que puedes ver el mítico túnel. Otras veces se ha desmayado, levantándose sin ningún recuerdo de lo sucedido. Este consumo se mantuvo hasta octubre del año pasado: “Llegó un momento en que dije hasta aquí, no puedo más, me está consumiendo, esto. Sí, me encanta, pero por eso mismo, hay que pararlo”, explica, contundente.
Albert sufrió síndrome de abstinencia física cuando dejó de consumir ketamina. Aunque oficialemente esta substancia solo provoca dependencia psicológica, Albert asegura (y otros amigos suyos también) que sufrió consecuencias físicas: sudores fríos, temblores, ganas de vomitar, migrañas.
—Lo pasé mal durante unos cinco días. Me encontraba fatal, levantarme y vomitar. Bastante durillo. No durillo como en las pelis cuando se encierran en una habitación con el cubo y a ver si sobrevivo al día siguiente —Albert lo explica excitado, con recuerdos vívidos del momento de dolor físico que sufrió—, pero sí eso de no poder dormir. Yo que fumo, me pasaba que cogía un piti y veía que tenía temblores, sudaba mucho… Supongo que el cuerpo está expulsando.
La frontera de la adicción
Se percibe una ligera duda en la voz de Albert cuando habla de su proceso de abstinencia, que parece que refleja todo lo que le ha costado reconocer una posible dependencia a la ketamina o a alguna otra droga. Duda en aceptar que tenga una adicción, le da vueltas, reflexiona. Las palabras son importantes y admite que ser un adicto comporta una suerte de prejuicios a nivel social que a Albert le cuesta mucho asumir.
—Tengo claro que hay algo en mí que me hace consumir. Me cuesta decir que no porque me da placer. Pero si es una adicción, esta no cambia mi rutina: no he perdido ningún empleo ni relación por la droga. Ahora, es cierto que en mi vida y en mi entorno el consumo existe y no se esconde. —Albert y sus amigos siempre tienen la sartén cerca. Siempre colgada del cinturón, sientiendo su peso y tacto en el muslo.
Mireia Ventura: “Es posible llevar una vida normal aunque haya consumo de drogas, pero tendría que ser un consumo esporádico, experimental y recreativo”
“Nos hemos desfasado mucho, pero siempre lo hemos intentado hacer de una manera consciente y planteándonos las cosas”. Albert defiende una autoconsciencia en el consumo que le ha llevado a acercarse a menudo a servicios como el de Energy Control, para analizar las substancias que ha consumido. Sin embargo, Natalia Ribas discrepa de este autocontrol:
—Convivir con las drogas se puede hacer con todas. Hay personas que son alcohólicas toda su vida y tienen una vida funcional. Pero el consumo controlado es una utopía, sea de lo que sea. Nosotros lo hemos visto.
Mireia Ventura, de Energy Control, defiende que el consumo después del trabajo refleja un patrón bastante estructurado, ya que permite mantener una vida funcional. Todo depende de la persona, del contexto y de la substancia, así como del posible trabajo individual que pueda estar haciendo: “Si paralelamente va solucionando faltas emocionales y afectivas, yo creo que es posible llevar una vida normal aunque haya consumo de drogas, pero tendría que ser un consumo esporádico, experimental y recreativo”, afirma Mireia Ventura, que resalta mucho la importancia de la dosis en la gestión del consumo de una persona.
Después del proceso de desintoxicación de la ketamina, Albert ha continuado consumiéndola esporádicamente junto a otras substancias, sobre todo los fines de semana, también algún día entre semana, pero ya no solo, siempre con amigos. Los padres, aunque viven con él, no han notado nada en todo este proceso: “Solo saben que he fumado porros. A veces llego un poco raro a casa después del fin de semana —dice Albert, con una leve preocupación en la voz que se esfuma cuando defiende los valores familiares—, pero como estudio, trabajo y tengo novia, eso me convierte en un hijo modelo y no se preocupan demasiado”.
El futuro con la keta
Los efectos del consumo continuado de ketamina, aún bajo estudio, son diversos: pérdida de memoria, ansiedad, mareos. Y un efecto físico que ya ha tenido consecuencias en algunas personas: la ketamina afecta a los riñones y la bufeta, destruyéndola hasta que no hay marcha atrás. Comienza con los efectos de una cistitis y acaba destrozada, momento a partir del cual la persona ha de vivir para siempre con una bolsa enganchada al cuerpo para poder miccionar. Mireia Ventura afirma conocer el caso de diversos chicos de “veintipocos años” en esta situación.
Albert no ha sufrido estos extremos, aunque tiene algunos blancos en la memoria que asegura haber tenido siempre y que, por tanto, no sabe de dónde vienen. Con la bufeta tuvo algunos síntomas primerizos como dolor o sensación constante de ganas de ir al lavabo, pero afirma que no pasó de aquí y que en ningún momento lo relacionó con el consumo de keta: “A veces me planteo cómo estaré o cómo estará mi cabeza cuando sea más grande y pienso que quizá estaré un poco tocado, pero hay mucha gente que está muy tocada de muchas cosas y lleva una vida normal. Asumo que lo que hago conlleva un riesgo”, asegura, reflexivo, dejando pasear la mirada por un futuro incierto hacia el que tampoco muestra gran preocupación.
Albert y sus amigos esperaban pasar los 25 para ver si había algún brote de esquizofrenia, ya que antes es cuando hay más probabilidad de sufrirlos. Haber pasado la edad y no haber sufrido ninguno les ha tranquilizado, como también lo ha hecho ver gente de 35 o 40, con los que salen de fiesta aún, y que no están mal: llevan su vida y trabajan.
Natalia Ribas encuentra “inmaduro” el argumento de que, una vez pasados los 25, no haya peligro de sufrir un brote psicótico: “No es lo habitual, pero hemos visto personas brotadas por cannabis a los 45 años —asegura Ribas—. La predisposición genética de este chico no la sé, ni la quiero saber. Yo creo que se pone en riesgo, él sufrirá las consecuencias”.
***
—¿Podría vivir sin ketamina? —se pregunta Albert pensativo, con la mirada lejos de aquí—. Sí. Sin drogas, ¿podría? Sí, pero no me apetece.
Acabamos el último encuentro un viernes por la mañana, Albert tiene resaca porque cuando salió ayer de trabajar se fue de fiesta y solo bebió y consumió dos rallas de coca. Es la substancia que ha elegido para salir de fiesta últimamente, aunque hasta ahora la descartaba. Por la tarde trabaja, pero ha decidido dejarlo en junio; no quiere vivir ligado a una obligación rutinaria. Quiere ser libre. Y las drogas le ayudan a serlo, forman parte de su proyecto vital. No quiere acabar consumiendo en un centro comercial. No quiere acabar ligado por las herramientas de un sistema que le encadena de manera sutil. Pero, ¿es realmente libre? ¿No es la droga otra cadena que sale del mismo sistema? En todo momento habla de consumo. Él consume. Como el resto de la sociedad. Busca la libertad en el consumo. Qué consumir, este es el punto diferenciador. Él ha elegido las drogas.